Aunque el caso en cuestión apeste a chorizo, es necesario mantener en pie la frontera que separa a la izquierda Torquemada y otros inquisidores de partido e ideología, de quienes creemos en la supremacía del Estado de derecho: el respeto a la presunción de inocencia, llámese Errejón, Trump, Rajoy o Sánchez el denunciado. Esta exigencia ética no menoscaba la explosiva declaración del tal Aldama, porque sus palabras amplían y dan contexto a lo que se conocía del caso Koldo por las investigaciones policiales y/o periodísticas. En suma, que habría existido una trama de millonarios chanchullos en la sala de máquinas del Gobierno. Pero el comisionista confeso tiene ahora que hacer frente a la obligación de todo acusador: aportar las pruebas que demuestren que Sánchez estaba al frente de esa banda de saqueadores del dinero público o que, al menos, la amparó para obtener su particular beneficio.
En cambio, de las palabras autoinculpatorias de Aldama ante el juez y de sus declaraciones a la prensa tras salir de prisión sí se pueden extraer algunas conclusiones políticas: su arrogancia y altanería son muy parecidas, por no decir indistinguibles, a las de Sánchez cuando le replicó en el Congreso y a las maneras chulescas con las que el presidente habitualmente se desenvuelve. Los mismos rasgos fenotípicos de Ábalos, Tito Berni, Koldo... Un socialismo Huevos de oro -aquel retrato que hizo Bigas Luna de la España del pelotazo- que encontró en el PSOE -aunque el PP tenga también sus muchos bigotes- la vía para dar el salto de la whiskería de carretera, del Ramses capitalino, las primarias amañadas y los concursos provinciales de misses, a las instituciones. Y ponerlas a su espurio servicio.
Basta comparar las formas que gastan los Aldama, Sánchez&Co con la pulcra, razonada, serena y concisa explicación que dio en el Senado el escritor Posteguillo sobre su terrible experiencia en Paiporta el día de la DANA para entender las consecuencias colectivas de haber renunciado, en nombre de no sé qué igualdad, al concepto de elite y de permitir que una casta iletrada nos desgobierne. La colonización de las instituciones por parte de este lumpen mandarinato es la primera de todas nuestras corrupciones. Una corrupción sistémica que pervierte el funcionamiento del Estado, el concepto mismo de la función pública, y que tiene un efecto directo sobre los ciudadanos, también en la reciente tragedia de Valencia, al copar los cargos públicos con personas incapaces, cuando no buscavidas y ladrones.