Se están destapando esta semana, gracias a la implacable acción judicial y pese a las reticencias de la Fiscalía, algunas de las redes de corrupción articuladas por el PSOE desde antes incluso de su llegada al poder. Nada muy diferente a lo que ya hizo aquel PSOE de González y Guerra: esquilmar las arcas públicas y utilizar todos los resortes del Estado en beneficio de camarillas y grupos de presión, sindicatos incluidos. Pero queda aún la que podría ser la más grave de todas, aquella que conecta a los socialistas, desde la época de Zapatero, con el régimen dictatorial venezolano. Cuando se conozcan los detalles de la noche de Delcy en Barajas, no sólo servirán para inspirar algunos guiones de serie de televisión (ese género menor que ha terminado por fagocitar al cine), sino para hacernos una idea de la dimensión del riesgo en el que el PSOE ha puesto a la democracia española.
En su último ensayo, Anne Applebaum detalla los lazos de complicidad y colaboración que existen entre ese grupo de países que ella engloba en lo que ha venido a llamar Autocracia S. A. China, Irán, Rusia, Bielorrusia, Turquía, Venezuela, Cuba, Nicaragua, Hungría, Emiratos Árabes, Arabia Saudí, Corea del Norte... todos ellos regímenes con orígenes, historia, estéticas e intereses diferentes. Sin embargo, «a diferencia de las alianzas militares o políticas de otros tiempos o lugares», explica la historiadora, columnista de The Washington Post y Premio Pulitzer por 'Gulag' (obra de referencia sobre la estructura represiva de la URSS), "este grupo no actúa como un bloque, sino como un aglomerado de empresas, no unidas por la ideología, sino, más bien, por la determinación firme e implacable de conservar su riqueza y poder personales".
Nada se ha podido demostrar, pero la resistencia a denunciar los abusos a los derechos humanos que ocurren en Venezuela (e incluso de calificar de dictadura su régimen) pueden ser indicios de algo más que una identificación ideológica del PSOE con el chavismo
En casos como el de Venezuela, "la corrupción", escribe Applebaum, "no era un efecto secundario menor de la Revolución bolivariana. La corrupción estaba en la base de la autocracia que había sustituido a la democracia, y los venezolanos lo sabían". E igual que muchos de los otros miembros de ese grupo difuso que ha logrado resquebrajar el orden mundial liberal, la Venezuela de Maduro no sólo se mantiene gracias a la solidaridad del resto de autocracias (Rusia e Irán invierten en su industria petrolera, Turquía "facilita el comercio ilegal de oro" y China les suministra botes lacrimógenos para reprimir a la población), sino también de las debilidades de las democracias occidentales.
Y ahí es donde el corrupto régimen chavista (Applebaum habla de una cleptocracia internacional) encontró en Podemos y en el PSOE dos partidos hermanos de lo que Chávez llamó el socialismo del siglo XXI, que pudieron beneficiarse del "dinero cleptocrátrico". Nada se ha podido demostrar de eso, pero la resistencia a denunciar los abusos a los derechos humanos que ocurren en Venezuela (e incluso de calificar de dictadura su régimen) pueden ser indicios de algo más que una identificación ideológica. El condenado por ocultar comisiones millonarias de la petrolera venezolana, Raúl Morodo, podría confesar algo. O Aldama. Porque esa es la manta que más secretos oculta.