Entre las más perdurables decisiones del marqués de Esquilache, aquel despótico italiano al servicio de Carlos III, primero en Nápoles y luego en Madrid, está la de instaurar una suerte de lotería popular no para diversión de los españoles (todo para el pueblo pero sin el pueblo, decían los ilustrados del XVIII), sino para que la Hacienda pública recaudase más sin pedirlo expresamente. Y no le fue mal a Esquilache, antes de tener que abandonar España rumbo la embajada de Venecia para no ser linchado por aquellos españoles infantilizados que, cuando se les lavaba la cara, exclamaba, lloraban como niños.
Algo así debía pensar también de los ciudadanos el ministro Cristóbal Montoro, creador, entre los mandatos de Aznar y Rajoy, que lo invistieron en dos periodos diferentes como ministro plenipotenciario de Hacienda, de aquel despacho, Equipo Económico, al que hizo referencia Rodrigo Rato el pasado mes de mayo en su alegato final ante el tribunal que lo juzgaba: "Todos sabemos por qué estamos aquí", dijo, antes de arremeter contra las prácticas del ex ministro y del resto de altos cargos con los que montó su bufete de tráfico de influencias. Que se lo digan también a la ex presidenta Esperanza Aguirre.
La alternancia política no parece que conlleve un cambio de fiscalidad entre derecha e izquierda. Montoro y Montero han sido quizá los dos ministros que más han subido los impuestos en España
Pero más allá de ajustes de cuentas entre respetables señores del PP, Montoro fue también el ministro de la derecha que decidió gravar fiscalmente los premios de la Lotería de Navidad, una medida "temporal", se especificó entonces, para equilibrar las maltrechas cuentas del Estado. Y desde entonces, la Hacienda pública se queda no sólo con un porcentaje del precio de cada décimo, sino también con una parte no desdeñable (nada menos que un 20%) de los premios. Como es lógico, la idea no disgustó a su sucesora, la socialista María Jesús Montero, que, aunque elevó durante los años de la pandemia la cuantía de los premios exentos de tributación, ha mantenido esa doble imposición en el sorteo más popular del año, porque al fin y al cabo, como todo Ábalos sabe, los españoles son como niños: lloran cuando se les cobran impuestos, aunque sea por su bien.
Y no es que cuestione uno la base socialdemócrata de nuestro Estado de bienestar, pero la alternancia política no parece que conlleve un cambio de fiscalidad entre derecha e izquierda. Montoro y Montero han sido quizá los dos ministros que más han subido los impuestos en España. Y no estaría mal si los casos de corrupción de PP y PSOE no hubieran estado durante las dos últimas décadas vinculados al saqueo de las arcas públicas.