Andaba Europa dormitando y, de repente, Trump le inyecta sin anestesia una dolorosa dosis de realpolitik. El presidente norteamericano ha anunciado el fin de la implicación de EEUU en la guerra de Ucrania, a la que pretende buscar una salida bilateral con Rusia. Y ha hablado con crudeza: Ucrania no volverá a las fronteras de 2014 -algo lamentablemente obvio-, no entrará en la OTAN y su seguridad será un asunto europeo.
Europa paga con su irrelevancia años de liderazgos mediocres, política exterior inconsistente y falta de compromiso con su propia seguridad, sabiendo que Washington le sacaría las castañas del fuego, ya fuera en los Balcanes o ahora en Ucrania. Obama protestó en su momento. Ahora Trump está aplicando la máxima presión. Cuesta creer que EEUU vaya a desentenderse de sus aliados tradicionales, pero parece decidido a que asuman sus responsabilidades. Cumplir con las aportaciones a la OTAN es el comienzo, pero se necesitan soluciones para Kiev (se habla de su incorporación a la UE) y la articulación de una política de Defensa. El escenario se complica con el avance electoral de la extrema derecha aliada de Vladimir Putin.
La patada de Trump al tablero geopolítico, rematada con el sopapeo de su número dos, J. D. Vance, a los líderes europeos, a los que retrató en Múnich como una casta autocomplaciente alejada de las preocupaciones de los ciudadanos, ha provocado reacciones airadas en Bruselas. Y la ocasión ha sido aprovechada por Pedro Sánchez para ponerse al frente de la manifestación de desagravio, con una dudosa autoridad moral.
España es el país que menos contribuye a la OTAN en relación al PIB. Ha arrastrado los pies con la ayuda a Ucrania, entre otras cosas, porque Sánchez gobierna gracias a comunistas e independentistas alineados con Putin. Y, sobre todo, es el mayor importador europeo de gas ruso, a pesar de las sanciones. Al contrario que Meloni, que ha logrado emancipar a Italia de la energía rusa, el Gobierno español ha duplicado las compras de gas natural licuado desde la invasión, inyectando 8.000 millones de euros a la economía de Rusia, casi siete veces más que la ayuda directa a Ucrania. Y con este currículum, Sánchez quiere convertirse en el nuevo mejor amigo de Zelenski y adalid europeo contra Trump. Y de paso disipar el aroma de la corrupción que le acorrala.