Creía yo cubierta mi cuota vital de distopía con la pandemia y el sanchismo, y de repente nos cambian el orden mundial de un día para otro, como quien muda las sábanas. El presidente de Estados Unidos ha saltado con pértiga al otro lado del antiguo Telón de Acero y ha dejado a los europeos fuera de juego. Los gimoteos de Christoph Heusgen, ex asesor de Merkel, en la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich fueron la metáfora de la impotencia y el ridículo. Tampoco la foto del cónclave de París resultó tranquilizadora. Lo único sólido era la laca de Von der Leyen.
Como contrapunto, la reunión conservadora celebrada en Washington ha sido un despliegue de prepotencia y delirio. Más temibles que Trump me parecen sus acólitos. Qué devoción, qué unción al líder. El entusiasmo llega a provocarles espasmos y el brazo derecho se les dispara con la mano extendida. El saludo nazi-no nazi de Steve Bannon llevó al francés Jordan Bardella a cancelar su discurso. Y Bannon lo llamó «blandengue».
Hasta anteayer había en Occidente principios compartidos y una irrenunciable defensa de la democracia frente a los totalitarismos. Ahora todo está confuso. Trump se alía con Putin para pisotear Ucrania y difama a Zelenski con una saña indigna. A contrapié, Abascal, encendido defensor de Kiev, argumenta faramalla: Putin invadió, pero la culpa es de los líderes europeos, del PSOE y el PP.
Que la UE es una maquinaria gripada lo ha dicho hasta Mario Draghi. Ignora las inquietudes ciudadanas y ordena poner en las botellas tapones que abren mal. Pero aquí no se asesina a disidentes. Buena parte de la extrema derecha europea se alinea con Moscú, tal vez porque reparte. Riza el rizo Alternativa para Alemania, que además se arrima al régimen chino. A Putin también le mira con cariño la extrema izquierda nostálgica del faro soviético, desde los socios de Pedro Sánchez a los franceses de Mélenchon.
Lo único claro es que asistimos a la convergencia de los autoritarismos. Y que vamos al peor de los mundos: las tres potencias en manos de dos dictadores y un empresario imprevisible y despótico, y una Europa trufada de fuerzas antisistema y sin liderazgo. Ucrania es la prueba de fuego y sólo Reino Unido y Francia están dispuestos a reaccionar. El panorama es desolador.