Esta semana ha quedado demostrado una vez más que Pedro Sánchez es un político maquiavélico de pies a cabeza. O sea: alguien capaz de conservar el poder mediante el ejercicio de la virtù política a despecho de los obstáculos que la fortuna pone en su camino. Claro que esta virtud nada tiene que ver con la moralidad: bueno es lo que fortalece al gobernante, malo aquello que lo debilita. Así que da igual si el poderoso traiciona o miente; lo que cuenta, por ponernos maoístas, es que el gato cace ratones.
En este caso, los ratones son diputados y ciudadanos: el líder socialista necesita el apoyo parlamentario de los primeros y volverá a pedir en el futuro el voto de los segundos. Su objetivo consiste en evitar que los acuerdos que forja con los nacionalistas catalanes y vascos espanten a los votantes. Para ello, hace muy bien al menos tres cosas: usa el dinero público como herramienta táctica, alimenta el partidismo negativo que azuza el miedo a una oposición deslegitimada como «ultra» y crea marcos comunicativos que ocultan la verdadera naturaleza de sus decisiones.
Ahí tenemos las elecciones alemanas, que Sánchez puso de ejemplo en su favor pese a que la socialdemocracia germana ha dado varias veces su apoyo a los conservadores tras ganar estos últimos las elecciones: justo lo que él -nein ist nein- ha rehusado hacer desde que tiene mando en plaza. Por su parte, la condonación de 17.000 millones de euros de deuda catalana se ha envuelto bajo el manto de un jubileo generalizado que escamotea el chantaje nacionalista y hace creer al contribuyente que la deuda «desaparece» por arte de ensalmo. Remató la faena el socialista posando en Ucrania como defensor de la libertad: aunque España ha contribuido poco a la ayuda militar prestada a los ucranianos y se niega a incrementar el gasto en defensa conforme al compromiso adquirido con la OTAN, una buena foto vale más que cualquier mal número.
Huelga decir que el propio Maquiavelo conocía el valor político de la propaganda: lo que cuenta en la vida pública no es lo que las cosas sean, sino lo que parezcan. Y en eso Sánchez, que juega con ventaja gracias a la fidelidad inconmovible de su electorado y el apoyo de la prensa oficialista, es un maestro. Quizá sea innecesario añadir que al escritor florentino se lo interpreta hace tiempo como a un crítico de los poderosos; si descorre para nosotros el velo que oculta la sucia realidad del poder, es para que nadie pueda engañarnos. ¡Pero se ve que nos va la marcha!