Hace un año me hice un test genético. Raspé un bastoncillo en la mucosa del carrillo, guardé la muestra y la metí en un sobre que mandé no me acuerdo adónde. Recibí los resultados en el correo electrónico cuando remontaba -en el 'SS Sudan'- el Nilo junto a mi familia....
...Los leí tumbada en una hamaca, como mi hermano, porque pensé que no habría sorpresas. Ningún antepasado negro ni indio... ni de ninguna minoría oprimida. Veníamos de Andalucía, País Vasco, Centroeuropa y Oriente Próximo.
Por otro lado, mi porcentaje de neandertal era menor que el que Arcadi había contado en estas páginas. Y tampoco hubo sorpresa cuando me dijeron que debía comer poco si no quería tener problemas del corazón. Mi hermano me dijo que, hace años, él también se había hecho los suyos y los comparamos. Más o menos venían a decir lo mismo, salvo que él también tenía cierto porcentaje del norte de Italia y un poco de norteafricano (la Hispania Tingitana). Nos quedamos un poco perplejos y nos fuimos a hablar muy serios con mi madre. ¿Cómo, siendo hermanos, los resultados de nuestros test de ADN habían salido diferentes?
Por supuesto, la impertinencia enfadó muchísimo a mi progenitora y, como es costumbre, nos empezó a pegar en la cabeza con el pico de la Guía Michelin de Egipto.
-Idiotas. ¿No veis que lo habéis pedido a dos empresas diferentes?
Y era verdad. Mis resultados eran de TellmeGen y los de mi hermano, de 23andMe, por lo que las bases de datos con las que se comparaban los resultados —individuos muestra, distribución geográfica (norte de Italia frente a Centroeuropa)— eran diferentes; como también lo eran los algoritmos con los que se estimaba la herencia genética.
23andMe, la empresa líder en venta de kits genéticos, anunció esta semana que había quebrado. Había acumulado una base de datos de 15 millones de clientes que ahora no saben qué pasará con su información genética y, como es lógico, pedirán que se borre. [Sepan que tanto Putin como Xi viajan con su propio retrete portátil para que nadie les pueda escamotear ni una muestra genética].
Tampoco es que una información tan sensible estuviera segura cuando 23andMe aún parecía viable. En 2023, la compañía sufrió el ataque de unos hackers que filtraron los datos de cerca de un millón de judíos asquenazíes (y de personas etiquetadas como de ascendencia china). Esa evidente fragilidad —se consideró como una acción antisemita— fue lo que terminó de desprestigiar a la empresa que en 2006 fundó Anne Wojcicki y que llegó a valer en Bolsa 6.000 millones de euros. Dicen los que saben que 23andMe no supo ofrecer nada más allá de la curiosidad de saber que se tiene, por ejemplo, un 6 de armenio y que es mejor no fumar ni beber si se quiere tener una buena salud cardiovascular. (Una obviedad). Además, en Francia, Alemania, Austria y Corea del Sur habían restringido su venta para evitar lo que llamaban consecuencias psicosociales, esto es, esa madre que se ve obligada a confesar su infidelidad ante dos hermanos con resultados distintos. [Qué suerte que las Guías Michelin suelan ser apps, además].
Dicen que el 80% de los usuarios de 23andMe eran estadounidenses. Se comprende, por la importancia que —hasta la victoria de Trump— se dio a pertenecer a una u otra minoría frente a la raza blanca. Muchas universidades llegaron a recibir cartas de candidatos preguntando qué porcentaje había que tener de nativo americano para poder acceder a las becas reservadas a esta minoría. También hubo muchas blancas que se hicieron rastas para honrar su 0,5 % de jamaicana. [Recuerden ese episodio de South Park en el que uno de sus personajes se hace un test genético: «¡Viva! ¡Tengo un 15 % de víctima!»]. En 2021, un estudio reveló que el 34 % de los estudiantes blancos había mentido sobre su raza en las solicitudes que habían hecho a la universidad.
De Hispania Tingitana quedaba bien