EDITORIAL
Editorial

Controlar e intimidar a la prensa

Trump busca sembrar una desconfianza generalizada sobre los medios que impida discernir la verdad de la mentira

El presidente de EEUU, Donald Trump.
El presidente de EEUU, Donald Trump.CHRIS KLEPONIS / POOLEFE
Actualizado

En su primer mes al frente del Gobierno, Donald Trump está acaparando la atención a lo largo y ancho del mundo por sus constantes declaraciones, explosivas y a menudo contradictorias, sobre los aranceles a Europa, el conflicto en Oriente Medio o la guerra de Ucrania. Mientras hacia fuera de EEUU aboga por debilitar las organizaciones supranacionales, hacia dentro los ataques del presidente se centran en los contrapoderes que ponen límite a sus actuaciones: los jueces, pero también la prensa crítica. En nombre de la libertad, Trump está llevando a la práctica una concepción autoritaria de la libertad de prensa protegida por la Constitución estadounidense mediante la descalificación de los medios de comunicación, la intimidación a los editores y periodistas no afines y el control de su trabajo.

A las demandas judiciales contra empresas informativas por coberturas desfavorables, y a los insultos y amenazas personales a periodistas, se suma ahora el anuncio de que será su Gobierno quien escoja qué medios pueden formar parte del pool de medios que cubre la Casa Blanca, en lugar de la Asociación de Corresponsales. Las asociaciones profesionales no son infalibles y sus criterios pueden ser cuestionados. Pero que el poder decida es siempre la peor alternativa. La Casa Blanca afirma que le están devolviendo «el poder a la gente», cuando lo que hace es devolverle el poder al poder.

El sectarismo con la prensa se da en todas las administraciones, en distintos grados. Trump lo exhibe como un triunfo. Su equipo explica con naturalidad que ha echado a Associated Press de las coberturas presidenciales porque la agencia se niega a llamar «Golfo de América» al «Golfo de México». A su vez, pone la alfombra roja a presentadores de podcasts o blogs del universo MAGA. El mundo ha cambiado y ampliar la pluralidad de voces con acceso a los actos informativos de un Gobierno es razonable, pero no si es a cambio de excluir a medios y periodistas incómodos.

La campaña de acoso no cesa. Hace solo unas horas Trump ha asegurado que denunciará a los periodistas que usen fuentes anónimas para informar sobre él. La estrategia de fondo es infundir miedo y estrangular la independencia de los medios tradicionales mientras se los deslegitima ante la opinión pública como máquinas del fango destinadas a morir ante la irrupción de las redes sociales. Y en eso Trump está teniendo éxito. A diferencia de Joe Biden, que apenas se expuso a preguntas, el republicano explota sus apariciones en una perfecta adaptación al nuevo ritmo informativo: la inmediatez, el impacto, el consumo rápido.

La tarea de los medios es hercúlea. En la primera democracia del mundo, y no solo allí, un Gobierno ferozmente populista busca sembrar una desconfianza generalizada sobre ellos que impida discernir la verdad de la mentira. El momento es crítico y la sociedad civil no puede mantenerse al margen: de ella depende en buena medida la pervivencia y la independencia de los periódicos o medios audiovisuales honestos y rigurosos como espacios representativos de sus valores, y como vigilantes imprescindibles ante los abusos de quienes mandan.