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El imperio de Yann Pissenem, de limpiar retretes a facturar 200 millones en la noche de Ibiza: "No soy médico, pero durante horas hago feliz a la gente"

Antes de contratar a un millar de empleados, durmió meses en un bar y buscó comida en los contenedores de los supermercados: "La sociedad está fomentando la pasividad, hasta parece que está bien visto no trabajar y es muy triste"

El imperio de Yann Pissenem, de limpiar retretes a facturar 200 millones en la noche de Ibiza: "No soy médico, pero durante horas hago feliz a la gente"
TNL / ROBERTO CASTAÑO
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Yann Pissenem es el supervillano todavía no inventado por Marvel: 50 años, acento francés, dominio de las artes marciales, duerme en el interior de una cámara hiperbárica, se alimenta de microbolitas de colores fabricadas en una clínica en Suiza, y esconde su guarida en el tejado de una discoteca de Ibiza, presidida por una jaula de hierro de gruesos barrotes negros de metro y medio de largo por uno de alto. «Es para Buddy, mi perro». Pero miro, y no hay perro. Este verano, los alienígenas, han trabajado para él.

Uno tras otro, los templos de la música electrónica de Ibiza van cayendo en sus manos, que ya amasan un imperio de casi mil empleados y más de 200 millones de euros en facturación anual. Sobre la mesa de su despacho, Yann corrige los planos de su próximo asalto. Tras inventarse el parque de atracciones para adultos, Ushuaïa, y convertir el antiguo Space en Hï, el próximo verano, del solar del viejo Privilege hará emerger UNVRS (leer Universe).

Para su lanzamiento, Yann contrató durante tres semanas a los alienígenas. A finales de julio, un objeto volador no identificado pero muy iluminado, levitó durante unos segundos sobre el islote de Es Vedrá, y desapareció a una velocidad imposible, para deleite de ufólogos y redes sociales. Un experto como el superagente de Men in Black y piloto de caza de Independence Day, Will Smith, de visita en la isla, también picó. Y Yann le citó en las obras de UNVRS.

-Ah, entonces los marcianos están haciendo marketing- dijo Will.

-Eso es.

Ni su equipo de comunicación sabía de sus planes con drones de última generación. Nada fuera de lo normal, salvo por su condición de multimillonario, en alguien que supervisa cada plano, cada programa, cada flyer, cada bombilla, cada bafle, cada copa y cada silla que se mueve en sus negocios en cualquier instante de la tarde y noche de Ibiza.

-Pues tus empleados deben estar encantados.

-Es que no sé delegar, me gusta controlar, me gusta ver que todo va por buen camino.

Para saber más

Para aguantar un ritmo veraniego de dos horas de sueño al día, su secreto está en el jiujitsu, en los tratamientos de una clínica suiza, y en el oxígeno que respira en una cámara hiperbárica; que le devuelve un rostro sutilmente bronceado y sin una arruga, anclado sobre un cuerpo de Bruce Lee. «Hago vida de deportista de élite, ni siquiera voy a un restaurante», dice mientras enseña una mini-nevera cargada con cajas de cartón, con una dieta marcada a rotulador para cada momento del día.

Yann Pissenem nació en Azelot, en la región de Lorena, al nordeste de Francia. Un pueblo de praderas húmedas, mesetas agrícolas, valles forestales, vacas, ciruelas mirabel y nieve en invierno hasta la cintura, que parece bautizado por Tolkien. Apenas 400 vecinos que, durante 35 años, decidieron que su padre, trabajador de telecomunicaciones, fuera su alcalde, y su madre, profesora de inglés, primera dama.

Ir al cole en invierno consistía en levantarse a las cinco de la mañana, caminar sobre la nieve para coger un autobús hasta Nancy, y luego caminar un poco más para coger un segundo autobús hasta la escuela. En su viaje le acompañaban Depeche Mode y U2 en las orejas, sin imaginar que algún día podría llamar al móvil de Bono y Dave Gahan solo para que le cantaran al oído With or without you o Personal Jesus.

El horario no le impidió jugar al rugby, tocar el piano, sacarse el cinturón negro de yudo, y aprender a hablar inglés, español y alemán, porque si no se cumple aquella máxima de los directivos, de tratar de ser el más tonto en tu consejo de administración, tampoco pasa nada.

-¿Y qué querías ser de mayor?

-Bruce Lee, veterinario y vivir en una isla. (Por resumir una larga respuesta)

Los planes empezaron torcidos porque estudió Derecho, y lo abandonó a los pocos años para marcharse a Barcelona a estudiar Turismo, persiguiendo a una chica con la que ni siquiera llegaría a reencontrarse. Corría 1994, acaban de terminar las olimpiadas y, en la ciudad, rememora Yann, «pasaban muchísimas cosas, sobre todo en el mundo de la noche»; que empezó a conocer como cliente, hasta que urgió más ganar dinero que gastárselo. El francés se fue al Puerto Olímpico a pedir trabajo bar por bar. «Había estado practicando en casa con una bandeja africana que me regaló mi padre, en la que ni se aguantaban los vasos». Al final consiguió trabajo pero recogiendo vasos, «cosas que se rompían» y limpiando retretes.

Yann Pissenem en el closing de Black Coffee en Hï Ibiza.
Yann Pissenem en el closing de Black Coffee en Hï Ibiza.Instagram: Yann Pissenem

A los dos años ya era el encargado del local y, el propietario, le ofreció hacerse socios, y meterse en un local más grande. Al poco se quedó con su parte, y apostó por otro local aún más grande, y luego por otro todavía más grande. El cuento nocturno de la lechera pero sin derramar ni una gota de leche. También le dio por contratar de DJ a un compatriota francés, que también estaba empezando, que también había estudiado Derecho, y que atendía al nombre de Pierre David Guetta.

-¿Y por qué la noche? Si podías hacer casi cualquier cosa en la vida.

-Pues porque me gusta la música y la gente. Es verdad que no soy médico ni nada, pero durante cinco, seis u ocho horas tengo a miles de personas bailando con una sonrisa, los brazos levantados, felices y olvidando los problemas que tienen en casa. Y esa pequeña química entre la persona que organiza el evento y el público es adictiva.

-¿Y tus padres? ¿Qué pensaban?

-Es verdad que la noche tiene un lado oscuro, pero no bebo alcohol ni tomo drogas. En Barcelona me llevé a mi padre a mi after, y salió de ahí diciendo: «¡Madre mía, dónde está mi hijo!». Claro, cuando estás en un after en el norte de Barcelona con 600 personas, y con la gente que hay allí a las tres de la tarde, por mucho que tu hijo se coma un bocadillo y esté bebiendo agua te puedes preocupar, normal. Pero le dije, «papá, no te preocupes, que esto es solo el principio». Aunque la cara de mi padre fue de, «pues espero, hijo, que sea verdad».

Sin embargo, algo terrible estaba a punto de suceder, o eso pensó Yann. «En ese momento no ganaba mucho porque trataba de hacer crecer el negocio reinvirtiendo en el negocio. No gastaba nada. Seguía viviendo muy austeramente. Tampoco he sido nunca de grandes lujos. Viendo los coches de mis socios, yo tenía un polo rojo que aparcaba al final del parking, y luego venía andando para que nadie lo viera. Pero mis camareros trabajaban también en la obra, y tenían Mercedes y BMWs preciosos, y tenían un piso o dos, y se iban de vacaciones. Y todo esto a crédito. Y no es que yo fuera un fantástico economista, pero me di cuenta de que la situación del sitio donde vivía y tenía mis negocios era bastante inestable. Todo el mundo iba muy por encima de sus posibilidades y no pintaba bien. Tenía que buscarme una salida».

Y esa fue cumplir su sueño vivir en una isla. Un amigo DJ le habló de un bar en Ibiza, en Platja d'en Bossa. «Quería dar zumitos y poner música chill out, pero enseguida me di cuenta de que se podía hacer algo muy grande. En ese momento las discotecas de Ibiza eran una caja grande, con mucha gente joven, mayoritariamente del Reino Unido, que bailaban muy intensamente y muy juntos, que no digo que estuviera mal, pero había un mercado muy grande por cubrir». En concreto, el de «un público más adulto, que ha estudiado, que tiene una posición social, laboral y económica más interesante. Y que ya no puede vivir ciertas cosas porque no quiere esperar a las cinco de la mañana para ver a su DJ favorito en una discoteca llena de niños sudando. Que quiere bailar un poco, cenar y al día siguiente coger un barco, y que va a fomentar la economía de la isla de otra forma».

El bar de playa se convirtió en el primer beach club de la isla. «Todo el mundo me dijo que no iba a funcionar. 'Te metes en una playa con hoteles de dos estrellas, y en el fin del mundo'». El nombre estaba cantado: Ushuaïa, la última ciudad del sur de Patagonia. «Hasta mis socios dijeron, ¡qué nombre más malo, si no se puede ni pronunciar! Y les dije: 'Si se pronuncia fácil se olvida fácil'». Pero la cosa funcionó. Tan bien que sus socios vendieron el negocio y el francés tuvo que volver a empezar de cero. «Dormí allí dentro durante casi cuatro meses con mi perro, con mis equipos de música y con mi logo, mientras encontraba otro local». Recuerda que se alimentaba con los yogures caducados que dejaban los supermercados en los contenedores.

TNL / ROBERTO CASTAÑO

Yann trasplantó Ushuaïa sólo unos metros más allá, frente a los hoteles familiares del ex ministro de Asuntos Exteriores, Abel Matutes. «Sus clientes salían a la playa y, yo ahí, con Luciano pinchando ante 3.000 mil personas. Digamos que eran negocios un tanto antagónicos».

Donde otros verían un conflicto, Matutes vio una oportunidad: «Estaban muy, muy alerta con lo que estábamos haciendo. Pero son muy inteligentes y tienen una visión excelente de los negocios».

Y así Ushuaïa acabó en un hotel propiedad de los Matutes, convertido en un coliseo de la electrónica, con los balcones de las habitaciones rodeando el escenario, y dónde los VIPS más famosos del mundo ocupan camas balinesas donde se bebe vodka y champán a decenas de miles de euros la botella. «Con lo que genero de ingresos en la pista no puedo pagar los cachés de los artistas ni esas producciones brutales en el escenario. De algún sitio tengo que financiar todo esto. No es que sea Robin Hood, pero cojo el dinero de las mesas de esa gente que tiene más poder adquisitivo para que disfrute todo el mundo del mismo espectáculo. Ves exactamente lo mismo desde el VIP que en medio de la pista».

Y así desde 2011, añadiendo el Hï en 2017. «Abro Ushuaïa a las 16 horas, hago toda la tarde, luego toda la noche en el Hï hasta las 7 de la mañana, me acuesto a las 8, me levanto a las 11.30 como máximo, me voy a hacer mis mails durante una hora y media, luego entreno de 13 a 14.30, vengo aquí otra vez y estoy en la oficina toda la tarde hasta que vuelve a abrir Ushuaïa. Y así 150 días seguidos, sin parar».

-¿Y todo esto para qué? Si no tienes necesidades...

-No, no las tengo. Pero es como una carrera de Fórmula 1. Si vas muy bien y te paras en boxes, en este mundo te adelantan muy rápido. No sé si es porque vengo de muy poquito, que siempre he tenido miedo a perder lo conseguido. Aunque creo que ese miedo me ha ayudado a mantenerme donde estoy, y a seguir siendo intenso y competitivo. Ese espíritu lo llevo arrastrando desde mis competiciones de artes marciales cada fin de semana cuando era pequeñito. Y la verdad es que disfruto con lo que hago. Pero también te diría otra cosa. Creo que en la sociedad se está fomentando la pasividad, el no trabajar, y hasta parece que está bien visto, y es muy triste. Puedes vivir bien buscando el éxito y trabajando duro para lograr objetivos.

Trabajar, para Yann, puede ser mandar a un tipo, por capricho de un DJ, a buscar una vela aromática a París o un filete a EEUU, «que luego ni come». O traerse las grúas del Santiago Bernabéu a un monte de San Rafael para construir una de las infraestructuras más grandes jamás construidas en la isla: UNVRS. «Porque si Yann no sabe de algo», nos chiva una empleada, «en tres días, sabe».

El empresario francés se levanta de su mesa, y sale de su despacho agachado por la inclinación del tejado. Son las ocho de la tarde y tiene que ir a buscar a David Guetta al aeropuerto.

-¿Pero también tienes que hacer eso?

-También, pero lo hago porque quiero, me gusta acompañar a los artistas.

En invierno, «la cosa cambia», admite, pero sólo un poco. Y aparece tiempo para su mujer, sus dos hijas pequeñas, seis perros, ocas, gallinas, tortugas, pájaros y un largo etcétera animal. «Necesito estar en el campo, si es que en el fondo... soy un tío de pueblo».