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Nunca había sido tan consciente del silencio atronador que acompaña a los viajeros en los trekkings de altura en Nepal. A medida que avanzo montaña arriba la nada más hermosa coge forma hasta retumbar en mi cabeza. No hay cobertura, prácticamente no hay personas, y los temas de conversación se agotan. Según subo en dirección a los 4.870 metros del campo base del Makalu (8.485 m, la quinta montaña más alta del mundo), las sensaciones, las emociones, afloran. En el horizonte, en la frontera con China, se vigilan dos seismiles (Shaldim -6.374 m-, Sherson -6.112 m-) y el Thangkalo -4.942 m-. Sobre las lomas se ven caminos imposibles antaño surcados por contrabandistas, lamas y comerciantes con sus yaks cargados. Una belleza salvaje, una tierra inhóspita prácticamente inhabitable.
Aristas, canales, acumulaciones de nieve, hielo ennegrecido, morrenas de antiguos glaciares miran desafiantes a los montañeros tecnificados y coloreados con ropa de última generación. No hay rellanos, no hay descanso. Es un sube y sube. Un millón de peldaños arrancados a la roca y cincelados por albañiles sherpa con herramientas rudimentarias. Una obra de ingeniería colosal, al estilo calzada romana, que permite el transporte humano y animal durante todo el año.
Las mandíbulas se aprietan. El camino se angosta, se empina, y la mente se rebela en busca de estímulos, de respuestas a la gran pregunta: ¿qué hago aquí, en la montaña salvaje? La respuesta no sé si es estoica, aristotélica o más bien platónica, pero la tengo clara: buscar la paz mental. El trekking al campo base del Makalu, el lugar donde los escaladores plantan las tiendas para subir ese peligroso ochomil, es uno de los más exclusivos, de los más difíciles. Por su lejanía y su dureza es minoritario. No hay comodidades, es pelín extremo y exige un buen estado de forma. Las agencias de Katmandú y las europeas recomiendan un mínimo de 16 días para hacerlo sin problemas de adaptación a la altura. Los precios están en la horquilla de los 2.000/3.000 euros.
Nosotros reducimos la excursión a 10 días por falta de tiempo y el estilo acelerado que gastamos. Nuestro buen agente de viajes en Katmandú, Suman Neupane (Asian Hiking), regaña nuestras urgencias con cierta ironía británica: "Vosotros, más que hacer trekking, lo que hacéis es correr".
caminos imposibles
La aventura arranca tomando un avión de Katmandú a Tumlingtar. De ahí, se coge un jeep indio para subir 1.000 metros por caminos sin asfaltar hasta llegar a Num (1.500 metros). El sendero es tan penoso que para hacer 60/70 kilómetros estuvimos ocho horas. Tras dormir en Num, el coche nos baja al río Arun, que nace en el Tíbet chino, y cruzamos a la otra orilla por un puente colgante que anda en plena reconstrucción. A partir de ahí, solo se sube. Voy con otros tres españoles, Ángel (Picus), Pedro, Roberto y con dos porteadores nepalíes que llevan 20 kilos de peso cada uno. Son nuestras manos, nuestros ojos, nuestros intérpretes, nuestra seguridad. Gracias a su fuerza podemos ir en modo ligero.
El trazado estrecho se adentra a través de la espesa mata de árboles camino de Seduwa (1.540 m). Es la minúscula capital de la región, donde están el médico, la escuela de secundaria y la guardería del Parque Nacional Makalu Barun. Ahí toman nota de nuestros pasaportes y nos cobran el permiso. En la senda, los agricultores nos paran, nos invitan a ricas mandarinas y nos saludan con el musical namasté (me inclino ante ti). No hay tractores, no hay motocultores, sólo azadas, utensilios de madera, animales que labran y manos encallecidas.
Las casas son de hojalata. Los colegios, de piedra, pero con techo metálico. No hay alcantarilla y el agua se reparte a base de grifos comunitarios de los que cuelga un trapo para que el chorro no se congele. Los váters son letrinas en chozas apartadas: placas turcas con dos huellas con la forma de la suela del zapato en las que conviene hacer equilibrios con los calzones a media asta. La limpieza final pasa por un barreño gigante y un cubito de agua. Más natural imposible.
La zona baja del valle, rondando los 2.000 metros, da para pequeños huertos en bancales arañados a la pendiente. Recuerda a lo que en Europa llamamos "agricultura heroica" cuando pensamos en las viñas del Priorato o del Bierzo Alto. Vemos plantaciones de arroz y de cítricos, incluidos unos mini kiwis que nos fascinan. Agua no falta, cabras y búfalos, tampoco. Se dan los tubérculos y las coles, no mucho más porque el frío es inmisericorde cuando cae el sol. Sobre el suelo se extienden fardos en los que se secan trozos de zanahorias, de coliflores chinas, pimientos, guindillas... Son conservas para el invierno que enriquecerán las sopas y los guisos. Economía de subsistencia.
El camino nos procura ya los primeros amigos: una comerciante de Seduwa y una pareja simpatiquísima que se unirá a nuestra expedición. El teniente de Artillería del Ejército de Nepal, Badri Nath Basnet, y su mujer comparten nuestro objetivo: alcanzar la base del Makalu en la frontera china. Apenas nos cruzamos con extranjeros, somos una rareza porque hemos venido a principios de invierno, una época difícil.
La visita de los españoles no pasa desapercibida entre los sherpas, la etnia que reina en la montaña. La noche que estuvimos en Chyaksedanda (1.940 m), en el Makalu Hotel&Lodge -no se confunda, era un simple tugurio-, acabó en discoteca. De la nada, aparecieron todos los chavales que iban de los 15 a los 20 años y algún mayor al que se le habían pegado algunas cervezas de más o unas copillas de rakshi, un destilado de mijo que calienta la garganta y nubla la mente. Siguiendo el compás de Pedro, bailamos en plena calle, rodeados por un coro de palmeros, alternando hits nepalíes con canciones españolas y americanas. Una ida de olla ideal para integrarnos.
En las paredes colgaban dibujos infantiles de los grandes héroes sherpas: los profesionales de los ochomiles, los hombres y mujeres que son el corazón de las expediciones más atrevidas en el Himalaya: Makalu Lakpa Sherpa, Kami Rita Sherpa, Mingma SohamMiihyakpa y Mingma Tenji Sherpa. Son los nuevos héroes nacionales. Personajes que crecen en Instagram, en televisión, en Youtube. Modelos a seguir por unos críos cuyo mejor futuro pasa por aprender inglés y alpinismo para cobrar hasta 6.000 euros por expedición. Lo de ser agricultores sin ayuda de la tecnología ya no va con ellos.
El camino sigue hacia Tashigaon (2.175 m), el último núcleo habitado. Allí nos topamos con un padre y un hijo escoceses que regresaban del Makalu, el Monte Negro de Nepal. A la espalda, una guitarra que revive cuando nos obsequian con una versión de In the Summertime de voz rasgada por sus muchas horas de pub, güisqui y tabaco. Tras un té soleado, seguimos a Dada Kahrka (2.927 m), donde dormimos. Los peldaños se estiran hasta el infinito mientras la vegetación arbórea se repliega dando lugar a un sotobosque resistente a la altura creciente y el frío.
CÓDIGO SHERPA
A medida que proseguimos vuelven las grandes preguntas. El grupo se estira según las fuerzas de cada uno y solo se escucha el baile de los bastones. En esa fase egoísta del viaje, rememoro el código sherpa: 1) la montaña es sagrada y antes de ascender muestre respeto, pídale permiso; 2) no dañe el monte, no tome piedras; 3) actúe con humildad y deje el ego y la arrogancia fuera de la montaña -aquí, nosotros, pinchamos: la mochila del estrés, de la ansiedad nos lastran-; 4) comparta lo que tenga y cuide de los demás; 5) no deje huella.
Se suceden los días y nuestros pasos nos llevan al refugio Shiva View Hotel&Lodge en Khongma (3.637 m). Aquí ya andamos jugando con el mal de altura. De momento, la jaqueca nos respeta y nadie ha usado un medicamento como el americano Diamox para enmascarar los mareos. El secreto es bajar la velocidad -cosa que no hacemos-, beber mucha agua, pero mucha, no tomar alcohol e intentar descansar. Si, además, sólo se suben unos 500 metros al día, mejor que mejor.
El Shiva View lo regenta una mamá sherpa. Limpia, cocina, sonríe, hace cuentas, cultiva, busca agua... y crea hogar junto a su hija universitaria que estudia ADE en Katmandú. En todo el local solo rugen una estufa y el fuego de la cocina. Entre sus clientas nos encontramos a Mercè, ex presidenta del Centre Excursionista de Lleida, que lleva descansando varios días por problemas respiratorios. Hablamos catalán, castellano, nos reímos y conectamos. Las habitaciones, espartanas, estaban a menos cuatro grados. Y de comer, lo de siempre: huevos, pasta, pan chapati y dal bhat, el plato nepalí que incluye lentejas, verduras y el indispensable arroz. En el exterior, al caer la noche, además de bajar hasta menos 10 grados, o menos 15, los cielos son dignos de un astrónomo. No hay contaminación lumínica y las estrellas se apelotonan sobre nuestras cabezas.
La próxima parada, la última, será en el campamento de Dobato (3.862 m). Por el camino nos topamos con Tato, el marido de Mercè, que regresa en su busca tras tocar el campo base. Hemos pisado nieve, lagos helados, y hemos sorteado monumentos funerarios budistas, los llamados mani o chortem, que contienen cenizas y oraciones. El viento, con un aire limpérrimo, nos acompaña y con él el aleteo de banderas de oración (lungtas) y su mantra de la compasión: Om Mani Padme Hum.
La felicidad del esfuerzo nos persigue, pero todo tiene un límite: el frío extremo y la falta de refugios, que cierran por no tener clientes, nos impiden rematar los dos días que nos faltan para llegar a los 4.870 m del campo base del Makalu. Ante nuestra cara de decepción, el sherpa que regenta Dobato -hijo de la mamá del Shiva Lodge y con un Everest en su haber- nos promete al día siguiente guiarnos en una excursión por nieve virgen que sube a 4.300 m para ver una imagen única del Makalu y de otro ochomil mítico: el Kanchenjunga. La experiencia resulta dura e inolvidable.
De vuelta a Dobato, hacemos noche con otros tres catalanes amigos de Mercè y Tato: son Francesc, María y Manuel. Tienen horas de montaña, experiencia en la Antártida y conocimientos de geología -al menos dos de ellos son catedráticos-. Superan los 70 años, pero su humildad, sus fuerzas y su alud de conocimientos tras pisar el Makalu nos dejan sin aire. No sé si lo saben porque la modestia es parte de su luz, pero cuando los vemos leer en silencio con sus frontales, cuando los vemos felices pese al frío, pese a estar en uno de los lugares más precarios de la Tierra, los convertimos automáticamente en nuestra referencia. Son el camino a seguir. Namasté.
GUÍA PRÁCTICA
CÓMO LLEGAR
Hay dos vuelos: Katmandú y Tumlingtar. Emirates y Qatar Airways le llevarán a Nepal por unos 1.000 euros. El vuelo interior, con Buddha Air, le costará 330 euros. Un consejo: compre directamente a la compañía. Qatar Airways, muy dada a cambios de última hora con modificaciones radicales del viaje que incluirán largas esperas de más de 12 horas en el aeropuerto, se lava las manos si el billete lo adquirió con intermediarios como Booking.
DÓNDE DORMIR
Tea Houses. Olvide los lujos del primer mundo. Sitios espartanos y fríos. A partir de 20/25 euros a pensión completa.
GUÍAS Y PORTEADORES
Asian Hiking Team. Es una buena agencia en Katmandú. Una referencia por su honradez. asianhikingteam.com/
Thin Air: Si prefiere una agente española, opte por Isabel Argüelles y su agencia de viajes de aventura, Thin Air. Además de Nepal, tiene experiencia en otros destinos de África, Afganistán, así como de Europa.
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