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No sabemos divorciarnos

De todo lo que aún tenemos pendiente, aprender a separarnos, sin romper corduras, se me hace cada vez más urgente.

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No sabemos divorciarnos
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Me acuerdo de las palabras pronunciadas. De la voz sin temblores ni titubeos. Del volumen sereno. Me acuerdo de todo porque quizá haya sido la decisión más difícil de mi vida. Me quiero separar. Había quedado sin efecto el "no lo hago por mis hijos". Game Over. Ya no valía de nada decir… "cuando mis hijos crezcan". O "a ver si los niños se hacen mayores". El punto y final colocado a tiempo es tan liberador que aún me acuerdo de la sensación.

Soy hija del divorcio de los años 90, sin convenio regulador, sin visitas programadas, sin abogados. Aunque cada uno siga portando su pena y su culpa, salió razonablemente bien. Las cosas eran más sencillas. Supongo que también menos justas. La madre se quedaba con los hijos y punto. Veías a tu padre en restaurantes, por San José y en Navidad.

Ahora todo es mucho más complicado y también supongo que más justo. Existen custodias compartidas, repartos exactos de los tiempos para que ningún progenitor pase un minuto más que el otro (ni uno menos) con los niños. Se regula hasta el sentido común del Día de la Madre. Me parece bien. Estoy segura de que los platos rotos de los divorcios necesitan ese pegamento judicial. Y aún así. No sabemos divorciarnos.

Naturalmente conozco casos muy cercanos en los que la separación no ha sido traumática. Pero conozco muchos más en los que sí lo ha sido. Oigo testimonios cada tarde en la tele. Y el mantra dichoso de "no me divorcio por mis hijos" se convierte en "sigo peleando por mis hijos". Me da igual quién de los dos sea el que lo ensucie todo… por los niños. Recuerden que Bretón prendió fuego a Ruth y José porque no soportaba la simple idea de que la familia de la madre, Ruth Ortiz, pudiera educar a sus hijos lejos de él.

Sin llegar a los bidones de gasolina del sádico Bretón, existen comportamientos que extienden la tortura del matrimonio más allá del divorcio… por los niños. De todo lo que aún tenemos pendiente, aprender a separarnos, sin romper corduras, se me hace cada vez más urgente.