Israel Galván
Espectáculo: 'La Edad de Oro. 20 aniversario', de Israel Galván Company / Coreografía y baile: Israel Galván / Cante : María Marín / Guitarra: Rafael Rodríguez / Sonido: Pedro León y Félix Vázquez / Luces: Benito Jiménez y Valentín Donaire / Management: Rosario Gallardo / Producción: IGalván Company / Lugar y fecha: Teatro Villamarta. 6 de marzo de 2025
CALIFICACIÓN: ***
Cuando el 26 de febrero de 2005 Israel Galván presentó, en el seno del IX Festival de Jerez, su quinto espectáculo con compañía propia, 'La Edad de Oro', pocos vaticinaron que cuatro lustros después celebrarían el veinte aniversario pasando de la Sala Compañía al Teatro Villamarta.
Fue Graham Greene quien nos anticipó que el mañana es sólo un adverbio de tiempo. Y el tiempo marca de nuevo las inquietudes del sevillano que, en un espacio desnudo salvo el trío protagonista, alude, principalmente, a los años sesenta y setenta del pasado siglo, aunque con guiños a 'La Edad de Oro', la película francesa surrealista de 1930 que fuera dirigida por el cineasta Luis Buñuel, con guion suyo y de Salvador Dalí.
Por aquel entonces, Galván se reunió de un dúo jerezano de gran nivel, Fernando Terremoto, en los cielos de la gloria, y la guitarra de Alfredo Lagos, hoy sustituidos por la voz lánguida de María Marín y la capacidad transmisora de la guitarra de Rafael Rodríguez, a fin de mantener la filosofía de la propuesta, que es que cada uno de la terna den vida a sus creaciones y forjen un vínculo con sus espacios.
A excepción, insisto, de la voz de Marín, enclenque en los medios tonos y de expresión desnutrida, es significativo insistir en ese distintivo porque uno de los elementos más importantes en cualquier coreografía, que en no pocas ocasiones pasa desapercibido para el espectador, es el espacio, y no sólo porque define el lugar donde se mueve el cuerpo, sino porque urge evidenciar cómo y por qué se mueve de una manera u otra, cómo explorar las dimensiones del proscenio y cómo utiliza Israel Galván todas las partes de su cuerpo para crear piezas sorprendentes -unas más que otras- y llenas de significado.
La propuesta parece una obra de ensayo, pero es un viaje fraccionado por los entresijos de las tres facetas del flamenco, por lo que Galván no ejecuta los bailes completos, huye de la grandilocuencia, aplica los tics bufonescos a compás que le salen de lujo, y entra en serio cuando replica a los destellos que le ofrece el cante por soleá con el estribillo de la caña. Y lo hace como quien se predispone a abrir nuevos canales de comunicación y demoler las estructuras que rodean al clasicismo del baile.
Prosigue el montaje en la misma tónica. Tras la malagueña del Mellizo de Marín, Galván lo mismo afronta las sevillanas corraleras que responde al trémolo de Rodríguez, quien por cierto evidencia que es una guitarra que canta, como demostró en la bulería y el fandango verdial.
Vuelve el cante agotador por toná y martinete, con un sonido en los pies de Galván a la altura del cante, por no citar al destrozo que escuchamos de las seguiriyas de Antonio Mairena, Pastora Pavón y Juan Talega, con la contestación del bailaor, que se nos antojó perforado por cierto grado de una expresión elaborada pero robótica, con poco garbo y restando naturalidad a la actuación, como si la intención fuese despojarse de toda corrección para resultar ofreciendo un producto artificioso.
Por el contrario, Israel Galván delimita las coordenadas, y no precisamente las estéticas, cuando se lanza a la búsqueda de la fealdad y el abuso de la formalización geométrica, lo
que no le impide brillar en el dominio del espacio, ora por tientos-tangos, ora por cantiñas o bulerías, despuntando sobre todo en unos soberbios tangos de Triana y de Badajoz, y aflorando su genialidad, porque la tiene, en el roce tangencial que hace en las cantiñas con pasodoble incluido de la guitarra, y en las bulerías del cierre.
La omnipresencia de Galván no busca, sin embargo, abordar el terreno de las emociones. Le puede la atmósfera de los acompañantes, pero primordialmente su obsesiva preocupación por la perfección en "sus" formas y la ejecución, que, en conjunto, tiene referentes claros y evocaciones concisas, los que trajeron nuevas ideas para el proceso creativo, es decir, las que sorben de sus propias referencias para crear la Galvanomanía, verificable en 'La Edad de Oro'.
Hemos estado, por consiguiente, ante un modelo de baile innovador y eficaz que, sin duda, supone un privilegio para aquellos espectadores que, a partir de Israel Galván, ven el baile con otros ojos, los del artista que se interpreta a sí mismo.