Ballet Flamenco de Cádiz
Espectáculo: 'Acuarela con sal', por el Ballet Flamenco de Cádiz / Dirección escénica: Pilar Ogalla / Dirección artística: Andrés Peña / Cuerpo de baile: Carmen Bejarano, Paula Sierra, María Fernández, Inma López, Aurora Carvallo, Jesús Helmo, David Nieto y Nino González / Cante: Reyes Martín, May Fernández y María José Fernández / Guitarra: Francisco Manuel Lucas / Palmas y percusión: Roberto Jaén / Artistas invitados: Juan Ogalla, El Junco y Andrés Peña / Coreografías: Andrés Peña y Pilar Ogalla, con colaboraciones en solos del elenco de baile / Dirección y creación musical: Manuel Lucas / Iluminación: Manuel Madueño / Sonido: Rafael Pipió / Producción: Inés Merchán / Vídeo: Javier de Lara / Vestuario: Margarita López y María Dolores Hernández / Lugar y fecha: Teatro Villamarta. 7 de marzo de 2025
CALIFICACIÓN: **
La previa, con el telón echado, estuvo a cargo de Andrés Peña, dando a conocer los males de salud de Pilar Ogalla, y anunciando que a ella -presente en el patio de butacas-, iba dirigida el espectáculo, gesto al que nos sumamos y a la que le deseamos su más pronto restablecimiento.
Y con ese pretensión principiamos la entrada del cuerpo de baile por alegrías y con manejo del mantón, donde se denota la inmadurez, lo que sorprende cuando el próximo 24 de junio se cumplirán ya dos años del debut del Ballet Flamenco de Cádiz, compañía que, en contradicción, presenta sus credenciales como una 'Acuarela con sal', técnica pictórica que utiliza el baile como herramienta creativa para, desde efectos distintos, agregar texturas y patrones atrayentes a la obra de arte.
Pero la propuesta no va de galería museística, sino del diseño de una travesía por el flamenco que colorea a Cádiz y su provincia, de ahí que la compañía la integren jóvenes valores del territorio gaditano, desde El Puerto de Santa María a San Fernando y Puerto Real pasando por Cádiz capital, así como los músicos, con lo que es una oportunidad para profundizar en sus fondos estilísticos y foráneos, y sus vívidas figuras que se extendieron a lo largo de la historia hasta convertirse en el alma de esta seña de identidad andaluza.
Un colectivo revelador y entusiasta, sobre todo entusiasta, ha interiorizado el estilo de la dirección, Pilar Ogalla, con una entrega a fondo y sosteniendo el ritmo desde que aparece Juan Ogalla con el gusto que expuso el zapateado como introducción de la farruca, para luego desbordar las falsetas de la guitarra, a fin de lograr una destreza y calidad artística incontestables y dosificando bastante bien la cadena de movimientos.
Lo mejor y más sustancial de la noche vendría de seguida con la solvencia que Andrés Peña impuso en la soleá, moviéndose en varios registros alternos y actuando cabalmente en las diferentes llamadas del cante, retroalimentándose incluso con la música a través de un atrás muy trabajado en su estructura sonora, principalmente en la introducción, desarrollo y conclusión de la tipología.
La propuesta va avanzando. Roberto Jaén elogia los tanguillos de Mariana Cornejo y el cuerpo de baile aparece con la seguiriya a ritmo en modo Mario Maya, esto es, sentados en la silla. Pero no convencían ni en sus formas ni con el vestuario, propios de un final de curso académico. La terna cantaora, si, y la guitarra, que se aplicaron para el lucimiento por seguiriyas de El Junco, desafiando éste al cante y dejando sobre el proscenio valores
de plasticidad, ejerciendo control sobre cabeza, brazos y zapateado y dejándose llevar por lo sanguíneo en las llamadas.
Pero el montaje lo percibíamos desnudo, tendente a aplicar la fuerza e inventiva de Cádiz como cuna del arte, pero portento que sólo había conseguido Andrés Peña con el prodigio de su soleá. La participación grupal, a excepción Aurora Carvallo en la guajira, a qué obviarlo, aburría merced a un cuerpo de baile bisoño que le costaba dominar los recursos y con una falta de sincronización que desactivaba el hecho escénico.
Esta tara se constató aún más en el baturrillo del final, con el polo y fandangos para todos los gustos, incluidos los que nunca partieron de Cádiz, a más de los tangos y un etcétera, etcétera, etcétera, que invitaba a cuestionar el mejor festival que de danza hoy se ofrece a nivel mundial.
Destaco, no obstante, a la compañía por los músicos, la iluminación y por un aspecto fundamental: los invitados. En ellos radica lo mollar de la propuesta, sobresaliendo -y ahí hay que remarcarlo-, la soleá de Andrés Peña, que fue toda una exhibición de virtuosismo en cada una de sus variaciones, que aparecieron rigurosas y con una disposición espacial geométrica y calculada, hasta hacer de ellas -ojo, que Peña no es de Cádiz, sino de Jerez-, un medio de expresión gaditano cargado de intenciones artísticas.
Hay que insistir, por tanto, en redondear los elementos sueltos, la insipiencia del cuerpo de baile, sincronizar los movimientos, concordar en los giros y llamadas, y concatenar los cruces, sin olvidar que los bailes hay que ejecutarlos desde el buen manejo técnico, pero también con prestancia y elegancia.
Pilar Ogalla está, por tanto, modelando a unos jóvenes que trabajan con el reto de alcanzar el nivel técnico idóneo para representar a quienes, desde finales del siglo XVIII, han sido referentes en la historia del baile según Cádiz. Todo es cuestión de tiempo si se asume que la madurez en el arte nunca se alcanza del todo.