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Miriam Garlo, actriz, detiene la conversación si, en un alarde de condescendencia, se cuela la expresión no-oyente. Ella prefiere sorda. Miriam Garlo es sorda. Y lo prefiere por ser un calificativo, dice, "válido y auténtico". La idea no es tanto empeñarse en pasar por privilegio lo que evidentemente no lo es, sino en aceptar el ruido de las palabras en lo que valen, en colocar la conversación en el sitio correcto, el lugar justo. Digamos que Sorda, la película dirigida por Eva Libertad de la que Garlo es protagonista, hace lo mismo y comparte con la rotundidad sin miramientos de su título el mismo deseo. La idea es afirmarse en lo que es y hacerlo sin exhibicionismos ni gestos compungidos, sin la complacencia arrogante del que perdona ni la tristeza sumisa del que acepta ser perdonado. Sorda es una película sorda, que no no-oyente.
La cinta cuenta la historia de una pareja. Ella no oye. Él, al que da vida con claridad y calmado entusiasmo Álvaro Cervantes, sí. Un buen día deciden lo que decide mucha gente: ser padres. Cuando nazca su hija, con ella llegarán todas las dudas. Si oye, ¿cuánto tardará en darse cuenta de que su madre no es como ella? Y si no oye, ¿cómo proteger a una criatura en un mundo decididamente hostil? Por el camino, el espectador se tropieza con preguntas más pesadas, aunque no por fuerza más importantes: ¿qué es la normalidad? ¿qué tiene que pasar aún para que una sociedad acepte sin aspavientos todas las formas tanto de vulnerabilidad como de diversidad? Y muchas más cada vez más profundas.
Sorda se planta delante del espectador con la misma nitidez y fe en sí misma con la que Garlo detiene las conversaciones. Toda la película desde el primer al último fotograma obedece, si se quiere, a un idéntico, además de brillante, ejercicio de rigor, de respeto, de consideración incluso al que mira. Y, desde ahí, desde la más emocionante de las certidumbres, funda un mundo. Sorda es antes que nada un ejercicio de cine perfectamente consciente de, por así decirlo, su sordera. La idea no es que el espectador se tape los oídos para verla, sino que cobre consciencia de ellos gracias a, y aquí su gran acierto, la mirada. Los colores se ofrecen sin filtro hasta hacerlos vibrar. Suenan. Y los sonidos, como la misma música, se deja acariciar (aunque, por momentos, araña y llega a doler) por la mirada. La puesta en escena hace del clasicismo norma con la cámara siempre a la altura no solo de los ojos sino del gesto, del temblor del cuerpo, de, otra vez, la mirada.
En una de sus piezas más conocidas, John Cage invitaba a la audiencia a escuchar la silenciosa inactividad de un pianista inmóvil ante su instrumento. Tras el segundo de obligado desconcierto, el espectador acababa por detenerse en la rugosidad incómoda de su propio silencio. Con Sorda ocurre algo parecido. Su gente, sus actores, sus músicos se colocan delante de una partitura perfectamente escrita y compuesta para ser escuchada sin toser, pero lo que importa es otra cosa. Lo que detiene la atención es simplemente el sonido de un silencio tan perfectamente válido como, en efecto, auténtico. Cine, si se quiere, sinestésico. Sorda se entrega así al delicado, bello y extraño ejercicio de hacer oír la luz. Es así.
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Dirección: Eva Libertad. Intérpretes: Miriam Garlo, Álvaro Cervantes, Elena Irureta, Joaquín Notario. Duración: 99 minutos. Nacionalidad: España.