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El álbum ruso, En busca de consuelo, El mar menor y Las virtudes cotidianas (Taurus) son los libros de Michael Ignatieff que llegan o vuelven a las librerías españolas para celebrar su Premio Princesa de Asturias de las Ciencias Sociales. Vistos en conjunto, los libros permiten entender que el gran tema del historiador, periodista y político canadiense consiste en hacer coherentes lo público y lo privado.
- Cuando tenía 18 años y pensaba en estudiar, ¿qué alternativas tenía a Historia? ¿Hacer cine, ser dentista, ingeniero...?
- Me siento ridículo al recordarlo pero está escrito, hay pruebas, no puedo ocultarlo... Un periódico local me sacó en un reportaje. Me preguntaron eso mismo y dije que iba a ser primer ministro de Canadá. Todo lo demás sería fracaso y decepción... La realidad es que la vida me llevó por un camino diferente que ahora me trae felizmente a Oviedo.
- Sus colegas en España dicen que cuesta atraer a los buenos estudiantes a las humanidades, al periodismo, a la historia del arte... porque la vida de clase media que promete un puesto de profesor o de redactor cada vez es más incierta y menos atractiva.
- Eso pasa en todo el mundo pero no creo que los jóvenes elijan las carreras STEM [las siglas en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas] sólo por sus sueldos, aunque eso sea relevante, claro. El prestigio intelectual es importante también. Comparadas con los señores que desarrollaron la vacuna del COVID, ¿qué ofrecen las humanidades? Bueno, pues sí que tenemos algo que ofrecer aunque no sea tan evidente. Los impresionantes avances de la ciencia abren retos que tienen que ver con la cultura y con nuestras relaciones sociales. ¿Qué nos va a pasar si la IA desarrolla todo su potencial? La desinformación hizo que la gestión del covid fuese más difícil. ¿Qué pasa con eso? ¿Por qué España está tan polarizada pese a vivir un periodo de prosperidad largo? Esos son problemas para la Historia y la Filosofía, no para la Física ni las Matemáticas. La Física y las Matemáticas nos piden respuestas. No creo que las humanidades dejen de ser relevantes ni que vayan a dejar de crear puestos de trabajo.
Para saber más
- ¿De qué depende que no caigan en la irrelevancia?
- El problema es que le estamos colocando un montón de basura a los estudiantes. Se dicen muchas cosas para buscar el aplauso fácil. Hay mucha ideología que busca el aplauso fácil. Es lo que llamamos corrección política woke, que es política radical disfrazada de ciencias sociales. Tenemos que replantearnos muchas cosas sobre las humanidades para recuperar nuestro prestigio. La buena noticia, gracias a Dios, es que las universidades no tienen el monopolio de estas disciplinas. No hay que ir a la universidad en Madrid para leer a Cervantes ni para ver los Horrores de la Guerra de Goya. El arte es tan poderoso que ninguna universidad puede arruinarlo.
- Ha usado la palabra basura.
- Yo soy ya un señor viejo. Me acuerdo de Harvard, en 1969. Todo el mundo era marxista y leía los Manuscritos de Marx. Yo también, me alegro de haberlo hecho. Luego la gente se hizo post marxista. Luego llegaron Derrida, el estructuralismo, el post estructuralismo... La vida académica tiende a parecerse a la industria de la moda. A veces la falda se lleva por la rodilla, a veces por encima, a veces por los tobillos... El problema es que las modas no son inocentes, también son una forma de poder. Los mismos autores que peleaban por ser los más estructuralistas y los primeros estructuralistas pelearon después por ser los que más despreciaban a los estructuralistas. Las modas se convierten en relaciones coercitivas, luchas por la supremacía. Ahora estamos en la era de los estudios post coloniales y la competición es por ver quién condena con más énfasis a los imperios y la discriminación sexual y racial. Mi esperanza es que la moda y la ideología tienden a chocar contra la evidencia. Siempre son el rigor científico y la actitud crítica honesta las que nos curan siempre de esta enfermedad. Pero si las ciencias sociales se perciben como ideología o como moda, ¿cómo haremos para atraer a los alumnos?
- Me gustaría hablar de su libro Las virtudes cotidianas al hilo de la guerra de Gaza, porque para las dos partes es es difícil entender la moralidad del otro. Y eso remite a su texto...
- Las virtudes cotidianas partía del contraste entre el universalismo moral de los Derechos Humanos y las virtudes ordinarias de las personas, que no son tan universales. Son particulares. Las personas hacemos naturalmente una distinción entre nosotros y ellos. Mi barrio y mi región. Mi parte de España y las otras. Ninguno de nosotros mira a una persona y piensa: «Ahí va un ser humano como yo». Vemos a ese individuo particular con sus rasgos. Eso también ocurre en Oriente Próximo, que es una zona desgraciadamente llena de fanáticos que perciben la diferencia en el otro pero no llegan a la segunda parte, no piensan: «Es otro ser humano». Esa es la clave, equilibrar la percepción de lo particular y de lo universal, vivirlas con naturalidad. Estamos hablando del alma humana, no de israelíes y palestinos... Usted está en Madrid, yo en Viena, tenemos el privilegio de la seguridad. Lo mejor que podemos hacer es ofrecer compasión, mejor que activismo. Mis alumnos se manifiestan, gritan «Desde el río hasta el mar, Palestina va a ser libre». Lo siento, no creo que eso ayude mucho. Y además, no va a pasar. Los israelís no van a desaparecer de esa tierra, los palestinos tampoco.
- ¿Entonces?
- En situaciones de conflicto, la percepción del otro como un diferente y su percepción como semejante se separan radicalmente. Si estás amenazado, asustado o traumatizado, dejas de ver al otro como un ser humano. Defiendes a los tuyos: defiendes a tu familia, defiendes a los de tu lado. El horror de Oriente Medio es que la gente ha vivido así durante 80 años. Este es uno de los conflictos sin resolver más antiguos del mundo. El día en que nací, en 1947, trabajaba en el Comité para Palestina de las Naciones Unidas en Nueva York. Antes de que yo naciera, ya existía el conflicto y seguirá ocurriendo mucho tiempo después de que yo muera. Lo increíble es que hay una solución clara desde 1947, desde la época de mi padre en la ONU, que se llama partición. Todo el mundo la conoce pero nadie tiene el valor de aplicarla.
- ¿Y Ucrania? Esta la frase esa que aparece siempre: "el valor de la vida humana para los rusos es diferente del que tenemos en Occidente". Pero no sé si es un tópico.
- Los lectores de El álbum ruso sabrán que mi familia paterna viene de Ucrania, del suroeste de Ucrania. Ahí están enterrados mis ancestros, que, desde la perspectiva ucraniana, eran ocupantes rusos. Representaban al Imperio y a sus élites pero entendían Ucrania y la amaban. Mi abuelo fue granjero en Ucrania y gobernador en Kiev hasta la revolución de 1905. Su lealtad era para el zar y, a la vez, entendía que Ucrania era un país con su cultura y su idioma. Todo mi apoyo en esta guerra horrorosa está con el pueblo de Ucrania, con su deseo de independencia y de libertad, pero una parte de mí espera que la Ucrania que salga de esta guerra no destruya el legado ruso de su cultura. En ese legado está incluida el cementerio en el que están enterrados mis bisabuelos. No creo que sea sano negar partes de la historia. España no puede tratar de borrar su república ni su dictadura fascista, no puede anular la lengua catalana ni la vasca ni su historia en América. Pushkin, Chejov y Tolstoi fueron autores rusos muy vinculados a Ucrania. ¿Será mejor Ucrania si los ignora? Recuerdo que los ucranianos cambiaban de un idioma a otro, del ruso al ucraniano, en medio de una frase. Sé que será difícil porque los ucranianos están luchando por susupervivencia.
- Siempre está la pregunta que se hace a los rusos que deben decidir si son europeos o no. Pero al leer su libro pensé que para un lector europeo es muy fácil reconocer la historia rusa como una parte de su historia. La música, la literatura, la arquitectura y las emociones que se describen son reconocibles.
- Estoy completamente de acuerdo y me parece muy importante decirlo. Putin es un monstruo totalitario que debe desaparecer del paisaje. Es un peligro para Europa y para todo lo que valoramos. Pero no debemos cortar ni ignorar la conexión que existe con Rusia porque Rusia es parte de la cultura de Europa.