El balance de la feria de San Isidro se mide, más allá de la afluencia masiva de público -esa minoría social de Urtasun-, por el éxito (o no) de las citas clave, de las tardes de expectación, esto es, del triunfo(o no) de las figuras. La revelación de los tapados habituales -Fernando Adrián, por ejemplo- ya no provoca los entusiasmos de antaño. De este resultado depende también el futuro (taquillero) de las ferias posteriores. La última edición isidril supuso para el verano un frenazo al espíritu desbocado de la feria de abril, que este año ha vuelto a ser una gran feria.
De la primavera sevillana, un nuevo nombre que viene de antes, como un fulgor esperado, se ha instalado en la memoria del atractivo: Juan Ortega. Si las fechas subrayadas en rojo de San Isidro rondan las 10, dos pertenecen a Ortega. Fue su faena del 15 de abril transcendental, no sólo por encarnar la maravilla de las maravilla de lo exquisito, sino por ser las tablas de la Maestranza el escenario mayor que faltaba en su carrera. Y ahora Madrid le espera.
A Roca Rey lo van a esperar pero de otro modo, con ese tantán de patibulario en que se convierte Las Ventas para las máximas figuras. Desconozco quién quiso denostarlo en redes comparándolo con Manuel Benítez El Cordobés. No me jodas, vaya insulto. Aquel Huracán Benítez de la heterodoxia, el carisma, el fenómeno social, el salto de la rana y la izquierda también. Ya montan hogueras para sus días. Pero conviene recordar que el año pasado escapó vivo en su tercera tarde de San Isidro cuando fue él, como en la reciente Puerta del Príncipe, te guste más o te guste menos, con esa capacidad brutal y ese arrogante descaro que abduce a las masas.
Y, por último, entre los nombres que refulgen -Morante, Castella, Perera, Manzanares...- aparece Alejandro Talavante con cuatro tardes. Talavante está obligado a reencontrarse 9 tardes y una oreja después de su regreso a Madrid.
(Y Borja Jiménez no sé dónde se me ha quedado).
El toro tendrá para todos la última palabra, el toro totémico de San Isidro.