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Feijóo pinza con Anguita

Alberto Núñez Feijóo, el sábado, en Madrid, en la protesta contra el Gobierno de Maduro.
Alberto Núñez Feijóo, el sábado, en Madrid, en la protesta contra el Gobierno de Maduro.Fernando VillarEfe
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El primero que se pronunció seriamente sobre la semana laboral de cuatro días fue Anguita. Fue a mediados de los 90, en campaña y en las fiestas del PCE. Hablaba de la «sociedad del ocio» -que realmente era del consumo-, de la necesidad de reducir las jornadas, trabajar cuatro días y repartir el trabajo -asumía la pérdida de poder adquisitivo y pensaba en los trabajadores del sector privado, no en los funcionarios-. La prueba de que la izquierda no existe es que ni se acuerda ni reivindica al viejo maestro [ni a Camacho, Redondo o Iglesias -Gerardo-]. Tanda decencia incomoda. Luego se pronunció Errejón. En 2021 el Ministerio de Industria impulsó un proyecto piloto en varias empresas que ensayaron la semana de cuatro días. No sabemos mucho más.

Acierta el equipo de Feijóo con una intuición y una deducción: si la legislatura se prolonga, la oposición no puede limitarse a oponerse, ha de ser propositiva e introducir asuntos en la agenda. Acierta también con el reclamo principal: la conciliación, supeditada, asimismo, al fomento de la natalidad y apoyo a las familias. Sin embargo, la iniciativa de Feijóo de plantear una semana de cuatro días tiene dos inconvenientes: por un lado, ha eclipsado el reclamo, de modo que ha descuidado los porqués; por otro, la discusión coincide con las brazadas de Díaz en pos del flotador de la reducción de jornada.

Cuando las discusiones se crucen y mezclen -Errejón ya lo ha hecho y las teles se ponen a toda pastilla- Feijóo saldrá perdiendo porque pretende distribuir el tiempo de trabajo mientras que el Gobierno defenderá menos horas e igual salario -o, sea, la condena de la productividad y la sentencia de pequeñas y medianas empresas-. Los populares sostienen que lo suyo es otra cosa. Y la izquierda, que si no es lo mismo es trampa. Díaz, además, encara su reducción por las bravas y sin Garamendi.

El PP sabe que defiende en solitario el modelo territorial. Desde Zapatero, el PSOE ha conseguido «dejar solo» al PP también en la defensa de un modelo de sociedad. Rajoy interiorizó tanto esta ficción que cuando se encontró en 2011 con 186 diputados -leen bien: 186- exclamó horrorizado para pasmo de su entorno: «Estamos solos». Como si la sociedad no existiese o los 186 escaños no fueran la expresión de un apoyo masivo de casi 11 millones de votos [por cierto, seis meses después del 15-M].

He aquí el verdadero problema que muestra la exposición de una sugerencia, la semana de cuatro días, que tiene recorrido. Un dirigente del PP asume: «Queremos ir al lado de la sociedad y de su mano; que no vaya por delante de nosotros». Quien va por delante no es la sociedad sino la izquierda. No se trata de que el PP alcance con la lengua fuera una sociedad a la que conduce la izquierda sino de que el PP lidere la sociedad con alternativas que ahormen un modelo de sociedad. En esto, la izquierda lleva muchísima ventaja, porque lleva tiempo preguntándose «para qué el trabajo» y definiendo el trabajo como «invento moderno» del heteropatriarcado que «privatiza» la familia en detrimento del «cuidado comunal». La izquierda está en el «postrabajo». Corre, centro, corre.