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En determinadas cuestiones, el régimen ruso resulta más transparente que ningún otro en el mundo. Dimitri Medvedev, el histriónico ex presidente de Rusia y vicepresidente del Consejo de Seguridad del país, publicó la pasada semana un mensaje diplomáticamente esclarecedor: "La llamada telefónica entre los presidentes Putin y Trump demostró una idea bien conocida: solo hay Rusia y Estados Unidos en el comedor. El menú incluye aperitivos ligeros: coles de Bruselas, fish and chips británico y gallo parisino. El plato principal es una chuleta al estilo de Kiev. ¡Buen provecho!". En pocas palabras, deja claro su ideal: negociación en la mesa de Washington y Moscú. Europa y Ucrania son el menú.
En este contexto de reedición de los acuerdos Ribbentrop-Molotov de 1939 entre los nazis y la URSS para repartirse Polonia, todo lo que desea Ucrania puede definirse en una palabra: independencia. Para muchos historiadores ucranianos, esta no deja de ser otro capítulo más dentro de su lucha por la independencia contra Rusia, que se remonta a la lucha de los cosacos contra los zares. Por eso, por su superviviencia como estado, Ucrania combate la invasión Rusia desde el 24 de febrero de 2022.
El gobierno de Zelenski, que lleva clamando contra los incumplimientos rusos contra los acuerdos de Minsk e incluso contra el protocolo de Budapest de 1994, que reconocía la soberanía del país a cambio de su arsenal nuclear, desea preservar su Estado nacido de la caída de la URSS.
Además, necesita herramientas para protegerlo, vista la agresividad de los rusos desde 2014, año en el que Ucrania dejó de estar bajo el yugo de Moscú. Para sobrevivir, Kiev reclama en este proceso unas garantías de seguridad férreas. Para Zelenski, la mejor opción sería poder formar parte de la OTAN, pero esa opción de momento parece descartada al ser una de las líneas rojas para el alto el fuego.
Otra de las opciones que se manejan, siempre sin la participación directa de EEUU, es el despliegue de tropas de los países aliados de Ucrania, llamadas La coalición de los dispuestos y comandadas por Francia y Reino Unido, a los que se unirían soldados de unos 30 países. Esa misión, aunque rechazada por el Kremlin, es uno de los pocos intentos tangibles de dotar a Ucrania de una disuasión creíble para que Rusia no vuelva a intentar otra invasión cuando se rearme. Las fuentes en Londres hablan de unos 10.000 militares, un despliegue algo escaso para cubrir un frente tan amplio, pero que iría acompañado de barcos y aviones de combate Eurofighter.
Otra de las cuestiones que Ucrania desea, y que su gobierno ha trazado como una línea roja, es mantener su ejército actual sin que Rusia pueda dictar ningún desarme parcial que deje al país a merced de una potencia nuclear causante de la invasión y que podría, en cambio, seguir reforzando su ejército a voluntad. Por ejemplo, Ucrania lleva un tiempo recibiendo cazabombarderos F16 de sus aliados europeos que se estiman clave para disuadir a Rusia en un futuro próximo. En 2026 tendrá al menos 70 aparatos de este modelo y otros tantos Mirage 2000 franceses, aviones muy competentes para esa labor. Rusia desearía limitar todas esas fuerzas en un acuerdo de paz, pero Kiev no va a devolver ninguno de estos cazas.
Urnas sin adulterar
Tampoco Kiev va a permitir injerencias de Rusia sobre su sistema electoral ni sobre quién gobierna. La visión de Rusia sobre la soberanía ucraniana es diferente. De hecho, ni siquiera podría considerarse soberanía: Rusia quiere poder dictarle a Ucrania quiénes deben ser sus líderes, con quiénes puede establecer alianzas y qué nivel de militarización debe tener. Ucrania tampoco va a tratar ninguna división de su territorio al estilo de Chipre entre una supuesta Ucrania oriental y otra occidental. Al margen del territorio ocupado por Rusia, no se harán más líneas divisorias.
El presidente es Zelenski y lo es porque la gente lo votó en segunda vuelta sobre Petro Poroshenko con un 72% de los votos en 2019. Además, permanece en el cargo por una ley marcial que permite no celebrar elecciones durante la guerra y que fue aprobada masivamente en la Rada de Ucrania. Rusia, que no considera a Zelenski un gobernante legítimo, siempre ha pretendido colocar en Kiev de nuevo a un gobernante títere como Viktor Yanukovich, líder del Partido de las Naciones, que huyó a Rusia en plena revolución del Maidán en 2014.
Ucrania reclama el regreso no sólo de los militares capturados durante la invasión, sino también de los civiles, muchos de ellos niños, cifrados en 19.500 menores, casi todos del área de Berdiansk y Mariupol, que fueron enviado al interior de Rusia sometidos a cambios de identidad y educación militar. En total, 3,4 millones de habitantes ucranianos, incluidos 555.000 niños, quedaron bajo ocupación rusa, según informes de medios rusos a mediados de agosto de 2022.
El resumen es que Ucrania quiere sobrevivir y quiere seguir siendo Ucrania. Es justo lo que Putin no desea que suceda.