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Margarita Leoz y por qué todos los padres son un gran misterio

La escritora sorprende con 'Lo que permanece', una excelente y emotiva memoir sobre la muerte de su padre en la que indaga sin piedad en sus recuerdos y se expone con un impudor impropio de ella

La narradora y poeta Margarita Leoz.
La narradora y poeta Margarita Leoz.Javier Campos
Actualizado

Si me hubiesen desafiado alguna vez a hacer una lista de los escritores de quienes no cabría esperar un libro personal, testimonial, memorialístico, confesional o aun confidencial, yo me hubiera acordado muy pronto del nombre de Margarita Leoz (Pamplona, 1980), y lo hubiera hecho con seguridad, avalado por el tipo de ficción, tan particular y misterioso, que ha teñido hasta hoy sus dos libros de cuentos y la novela Punta Albatros. Y sin embargo...

Ya el año pasado Leoz se descolgó en Caer, un segundo libro suyo de poemas (el primero en diecisiete años) en el que jugaba al despiste consigo misma. Era un libro muy fácil de entender en sus palabras pero difícil de descifrar en sus intenciones, ya que en él una escritora muy parecida a la autora fingía confesar una infidelidad, retratando una arrebatadora aventura amorosa que (por descontado...) era totalmente inventada.

Pero lo que nos ofrece ahora en Lo que permanece es muy distinto. Ella lo presenta como su segunda novela, pero es de forma tan extrema una "novela de no ficción" que casi debería ser etiquetada como reportaje, como crónica, como informe de la muerte del propio padre y como inventario íntimo de las consecuencias de ese final, no un diario (aunque en buena medida está narrado en presente) pero sí un balance, una memoir en el que Leoz se expone con un impudor impropio de ella, y no sólo en asuntos familiares (las rencillas, las impertinencias...) sino fisiológicos (la menstruación, la lactancia...).

Sucedió que el señor Leoz (en ningún momento del libro nos enteraremos de su nombre, siempre es "mi padre") falleció repentinamente la mañana del 7 de julio de 2016, una fecha monstruosamente inoportuna para morirse en Pamplona, y fue a partir de ese momento, superada la sorpresa y el dolor, cuando su hija comenzó a reflexionar en serio sobre el significado de ese parentesco, como si la filiación definitiva sólo surgiera con la orfandad, algo que ella misma expresa de forma explícita: "Soy su hija justo en el instante en que dejo de serlo, cuando al morir se rompe el vínculo".

Lo que permanece

Seix Barral. 176 páginas. 18,50 ¤ Ebook: 9,99 ¤
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Este libro es el resultado de esa reflexión, y de la feliz constatación final de que "Yo tuve un padre cuya presencia en mi vida fue extraordinaria y benéfica". En la primera parte se narra los hechos, las llamadas, los trámites, lo social..., luego se esboza la biografía del padre, su retrato, los hitos de su vida y su trabajo, sus manías, su modo de tratarla a ella (lo cual hizo, como hacen o hacemos tantos padres, de un modo "pendiente pero distante"), y finalmente es la propia autora la que más se expone, pensando sobre ese vacío, esa ausencia, y lo que significan sobre ella e incluso sobre sus propios hijos, los nietos del protagonista.

He llorado leyendo este libro y al acabarlo he llamado a mi padre. Ese es uno de los mejores poderes de la literatura

El poema más breve y más bonito del citado Caer anhelaba "Amar / de esa forma / en la que aman a sus padres / las niñas felices", y eso es algo que tiene un eco aquí: "Al principio quise a mi padre de la manera irreflexiva e indubitada en que quieren las niñas felices". A partir de ese momento llegan ciertas tensiones, o pequeñas decepciones mutuas, con el padre exigente y protector, y aunque la protagonista es una buena hija única, muy poco conflictiva, la adolescencia y la juventud vienen con sus consabidas tiranteces, tan previsibles como reveladoras, como novedoso será siempre todo lo que esté tan bien contado.

No hay reconciliaciones porque no ha habido rupturas, pero sí hay, al final, una identificación, un reencuentro, un simbólico retorno a casa. Cuando la propia narradora tiene hijos la familia vuelve a arrimarse, pero entonces no hay ya tiempo para pensar en ello, los apremios del día a día se lo llevan todo. Es esa muerte tan inesperada lo que obligará a pensar, y es entonces cuando llega el homenaje, y con él una serenísima belleza, una conformidad meditativa. Y el caso es que yo he llorado leyendo este libro, y que al acabarlo he llamado a mi padre para hablar con él un rato. Y ese es también uno de los poderes de la literatura, y uno de los mejores.