Los lectores de Slavoj Zizek (Liubliana, 1949) saben, cuando se adentran en sus textos, que tarde o temprano se apoya, en especial cuando comenta la actualidad, en alguna película para desarrollar sus argumentos. La cinefilia del filósofo esloveno no es excepcional -un ejemplo cercano aquí fue Eugenio Trías- y está en sintonía con su interés omnívoro por todo tipo de manifestación cultural, que no se limita a los clásicos o el cine de autor.
En uno de los ensayos que componen Contra el progreso titulado "Guerra civil", justifica analizar largo y tendido el último estreno homónimo de Alex Garland para abordar "estos tiempos sin precedentes", porque la ficción es una "lente que nos permite ver con nitidez las tendencias sociales subyacentes, difuminadas por la confusión de los acontecimientos reales". Me pongo a buscar en los catálogos de las plataformas un título de 2006, The Prestige (El truco final) de Christopher Nolan -en otro capítulo aparecerá Oppenheimer-, porque de él toma prestada una imagen en absoluto amable, la del pájaro aplastado, que atraviesa todo el libro como metáfora visual.
Contra el progreso
Traducción de Pablo Hermida. Paidós. 208 páginas. 18,90 ¤ Ebook: 9,49
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En la película, un mago ejecuta un truco de magia haciendo desaparecer un pajarito encerrado en una jaula que aplasta contra la mesa, para luego hacerlo aparecer de nuevo de su mano. ¿El truco? No es el mismo pájaro. De hecho, el primero, mediante un ingenioso mecanismo, muere en el proceso. "Ahí reside la premisa básica de la noción dialéctica de progreso", concluye Zizek, "cuando llega una etapa nueva y superior, debe de haber un pájaro aplastado en algún lugar".
El vaciamiento de la política
Los espectáculos de magia actuales bien podrían ser las keynotes de Apple, Samsung o Google, marcas globales que ejemplifican la noción de avance y progreso. En ellas presentan sus productos ilusionistas y sorprenden a los asistentes manteniendo fuera de la vista el "pájaro aplastado": explotación de recursos, tensiones geopolíticas, consumo energético y contaminación. El caso más reciente lleva la firma de ChatGPT, que invitó a convertir millones de fotografías en un dibujo al estilo del Estudio Ghibli. Una semana de viralización se ha traducido en un consumo insostenible de agua. Walter Benjamin debe de estar revolviéndose en su tumba.
Contra el progreso reúne trece reflexiones que, en mayor o menor medida, desmontan la asunción interiorizada de que el progreso es una línea recta inexorable e indiscutida. Lo que propone Zizek es tirar de la palanca del freno de emergencia, no porque abogue por el decrecimiento, sino porque el progreso debería redefinirse en cada paso para descubrir el "pájaro aplastado", condición necesaria para que siga el espectáculo. Rechaza, pues, la idea de que exista un "progreso global" unívoco, y sugiere una visión más cínica y dialéctica, pues todo avance encierra contradicciones, produce efectos colaterales y, a menudo, refuerza nuevas formas de dominación.
Puede que no sea un planteamiento original, pero importa hoy por la eclosión de grandes tecnológicas a lomos de una idea de libertad intrigante ("los paladines de la IA hablan de la libertad que esta trae consigo, pero no precisan para quién y para qué será dicha libertad"). Porque no solo importa la redefinición permanente de progreso, sino quién la hace, pues uno de los fracasos de la contemporaneidad es delegar esa función a terceros con intereses de parte. Esta tendencia se ha consolidado en paralelo, apunta Zizek, al vaciamiento de la política de la mano de una tolerancia mal entendida de la que se sirve la extrema derecha o de las ritualizaciones minimalistas y ensimismadas que ejemplifica -de nuevo el cine- el protagonista de Perfect Days (Wim Wenders, 2024), o de la fuga del compromiso en el fenómeno de las Websoseol coreanas (novelas románticas online cuyo público es mayoritariamente femenino), pero que es extensible a todo entretenimiento masivo que ni confronta ni transforma.
Patologías modernas
Tenemos aquí al Zizek comentarista de los fenómenos contemporáneos con sus aciertos y debilidades. Aunque tensa las analogías y no desarrolla alternativas, sabe diagnosticar las patologías de la modernidad sin situarse en una trinchera inamovible. Azuza, por una parte, a la derecha, poniendo el acento en el expansionismo ruso o en Marine Le Pen -"La suprema obscenidad de Le Pen reside en el hecho de que presenta sus ideas de extremistas como la encarnación del centrismo tolerante"- o la "nueva derecha" cuya agenda "está en sintonía con los fundamentalismos musulmanes a quienes declaran oponerse". Y azuza también a la izquierda liberal por caer en su propio proceso de worsting. Este es un término prestado de un seminario de Lacan, ...Ou pire, según el cual cuando una autoridad tradicional se ve debilitada, intenta mantenerse viva "empeorándose" a sí misma. En la izquierda esto se ha traducido en una espiral de autoculpa, de multiculturalismo vacío y de crítica, que paraliza toda acción emancipadora.
Recordemos que Zizek fue uno de los primeros en lanzar una crítica feroz del pacifismo miope de la izquierda occidental ante el imperialismo ruso: "Estamos teniendo que lidiar con una serie de extrañas alianzas (ambos extremos se oponen al apoyo de Ucrania) y con una sucesión de nuevas escisiones (la izquierda propalestina dividida entre los pacifistas que se oponen al terror y aquellos que apoyan a Hamás como un auténtico grupo de resistencia)". Todo ello, en una atmósfera de apocalipsis permanente que nos lleva a discusiones interminables que mezclan la urgencia del derrumbe civilizatorio (medioambiental, geopolítico, nuclear, sanitario, etc.) con guerras culturales triviales.
La verdadera locura, dice Zizek, no es la catástrofe en sí, sino nuestra capacidad de seguir viviendo como si nada mientras se avecina. Evoca a Gramsci: vivimos un interregno, donde lo viejo no muere y lo nuevo no puede nacer, generando una proliferación de "síntomas mórbidos": populismos, guerras culturales, moralismos vacíos. Pone de ejemplo, también cinematográfico, el Serpico de Sidney Lumet, un policía honesto que se resiste a la corrupción simplemente comportándose como si el sistema funcionara. Pero en una situación como la actual esa actitud ya no basta. Sólo la desesperación, como escribió Adorno hace décadas, puede salvarnos.