No vayan a Benarés (India) en invierno. Hace un frío que pela y el paseo en barca por el Ganges viendo los muertos quemarse es sobrecogedor pero también deprimente. Con los huesos y el alma ateridos acabamos en el bar inglés del Clarks, un hotel anacrónico por el que corrían unos ratoncitos monísimos. Pedimos un vino indio cualquiera.
Trajeron uno que se llamaba Riviera, un château indage que nos supo a gloria con hielo. Riviera del muero, lo bautizamos. Y nos tomamos un par de botellas relativizando la muerte y la capa de cenizas que flotaba en el Ganges. En efecto, la vida se asienta sobre columnas de humo.El vino, el alcohol, parece que ayuda a afrontar certezas. Aligera la gravedad, nos hace mejores pero también peores. Al alcoholismo de vino se le llama enolismo. Es tan peligroso como el de los alcoholes fuertes, pero es más accesible y tiene un componente cultural.
Cada vez se bebe menos vino. En 2023 el consumo se redujo un 2,6%, hasta 221 millones de hectolitros, el consumo más bajo desde 1996. El consumo per cápita de vino cambia de un país a otro. En 2023, en Portugal se bebieron 54 litros por persona al año. En Italia y Francia 46,6 y 46 litros respectivamente. En España, se calcula que el consumo es de siete litros por persona. Me parece poco. Será que se bebe más cerveza. (56 litros por persona al año, un 3,5% menos que en 2022). En China la disminución de consumo de vino fue del 25%.
No es difícil saber por qué se bebe menos. Mientras que en la mayoría de medios, leemos cada día sobre las supuestas cualidades curativas del LSD, las setas alucinógenas o la marihuana, también son habituales los artículos que advierten que hasta la famosa copa de vino al día es perjudicial para la salud. Y ese parece ser el consenso en los últimos años. ¿Habría que eliminar entonces el vino?
Miguel Ángel Martínez González, epidemiólogo, dice que la dieta Mediterránea, que por supuesto incluye vino, reduce el «riesgo de enfermedad cardiovascular en un 30%» frente a «una dieta baja en grasas y abstemia». Un artículo de Kenneth Mukamal y Eric B. Rimm en la revista de salud de Harvard en el que se critica el mensaje distorsionado que se da sobre la conveniencia de beber vino: «Su consumo, incluso el moderado, eleva el riesgo de padecer enfermedades como cáncer de mama y de esófago. Sin embargo, reduce las tasas de cáncer de tiroides, linfoma no hodgkiniano». La copa de vino también mejora la salud coronaria. Siguen Makamal y Rimm: «Cada vez son más habituales las narrativas reduccionistas en los medios. La mayoría de los estudios que se publican sobre el consumo del alcohol son sesgados. Y si los criticas suelen responder diciendo que estamos comprados por la industria, que no es verdad». Lo cierto es que faltan informes concluyentes. Hay uno que estudió a 200.000 personas en Reino Unido que estimó que los que consumían mucho alcohol y en pocas ocasiones tenían más posibilidades de morir de forma prematura que los que bebían la misma cantidad pero repartida en diferentes comidas.
La mayoría de los médicos que conozco, sobre todo los cardiólogos, son buenos bebedores de vino. Con el doctor Farré nos tomamos el otro día unos torreznos con una botella de Ayala rosado y con el doctor Orejas bebimos Tondonia con precisamente oreja bañada en salsa picante.
La siguiente parada en nuestro viaje a la India era Udaipur, ciudad conocida porque tiene un palacio en una islita en el lago en el que hicieron un hotel, el Lake Palace y se hizo famoso porque era la fortaleza en la que vivía Octopussy.
Una tarde nos tomamos bastante Riviera y decidimos que sería una gran idea ir al Lake Palace para conocerlo y tomarnos un bloody mary. Nos pusimos unos turbantes, alquilamos un pedaló oxidado y tras una singladura en círculos bastante accidentada conseguimos arribar al muelle del hotel, donde nos esperaba un señor con una pértiga para impedirnos desembarcar. Nos hizo volcar. Yo cogí conjuntivitis. He ahí otra posible consecuencia de beber alcohol sin moderación.