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Cae la noche y los bárbaros no han venido

Los partidarios de la política templada harán bien en extraer la enseñanza del poema de Cavafis: que la molicie no es civilización y hay capitulaciones morales que se producen sin necesidad de que los bárbaros asomen por la puerta

El canciller alemán, Friedrich Merz.
El canciller alemán, Friedrich Merz.CLEMENS BILANEFE
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Es posible que el mejor comentario a la actualidad política europea lo escribiera en 1904 un entonces desconocido poeta alejandrino en lengua griega que se ganaba su tranquila vida como funcionario del Ministerio de Regadíos de la administración colonial británica en Egipto. Me refiero a Esperando a los bárbaros, célebre poema del hoy famosísimo Constantino Cavafis. Cierto: la obra de Cavafis, capciosamente arraigada en el pasado grecorromano, es portadora de enseñanzas atemporales y sirve para comentar cualquier época. Pero hay algo en este poema que, se diría, retrata a la perfección la circunstancia presente. Con su magistral habilidad para recrear atmósferas históricas, Cavafis sitúa la escena en el ocaso de una civilización imperial que, presa de la incuria y el aburrimiento, se ha resignado a entregar a los bárbaros las riendas de su destino. Con suma ironía, el alejandrino describe la actitud paralizada y paralizante de unos senadores y ciudadanos ociosos que dejaron de temer a los bárbaros y oscuramente desean su llegada, porque cifran en ellos la esperanza de acabar con la monotonía que embarga sus días. Como el lector recordará, al final los bárbaros no vienen y se empieza a dudar incluso de su existencia. Cunde el desánimo. Un interrogante cierra implacable el poema: «¿Y qué va a ser ahora de nosotros sin bárbaros? / Esta gente, al fin y al cabo, era alguna clase de remedio».

Recuerdo este poema o parábola cada vez que un país europeo acude a las urnas. De puntillas ante el telediario, la opinión pública contiene la respiración por si ganan los «ultras». Pero no es difícil detectar entre tanto opinador trasudado el inconfesable deseo de que algo gordo y malo pase. Toda profecía es anhelo semiconsciente: durante el fin de los tiempos se venderán más periódicos y será más excitante escribirlos. El deseo de cambio radical anida ya de manera explícita en buena parte del electorado: ¡que ganen de una vez los otros y hagan algo, aunque sea romper cosas! Por ser el país europeo con una memoria más nítida de la última vez que la civilización saltó por los aires, el morbo era máximo ante los recientes comicios en Alemania. Pero he aquí que, como en el poema de Cavafis, «cae la noche y los bárbaros no han venido». La celebración por la victoria del muy civilizado y muy competente Friedrich Merz ha sido circunspecta: la amenaza se posterga, pero también se prolonga el ambiente crepuscular. ¡Cuatro años más de tediosa y cautelosa grancoalición! Y un dato rotundo: entre los jóvenes alemanes -y franceses y españoles- son ya holgada mayoría los que creen que los partidos extremistas de uno u otro signo suponen, al fin y al cabo, «alguna clase de remedio» y merecen su voto. Los partidarios de la política templada harán bien por tanto en extraer la enseñanza final del poema de Cavafis: que la molicie no es civilización y que hay capitulaciones morales que se producen sin necesidad de que los bárbaros asomen por la puerta.