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Desde el sofá de la sala de espera del segundo piso de la calle Sagasta, 21, en Madrid, uno de los cuatro (bajo, primero, segundo, tercero) que tiene ocupados en ese inmueble el centro de belleza de Carmen Navarro, se divisa una foto firmada y de dedicada, de puño y letra, de la boda real de Felipe VI y Doña Letizia.
Al espectador curioso no le pasa inadvertida la dedicatoria de la Reina: "¡Un beso y gracias!". Porque la experiodista es sólo uno de los clientes que han pasado por las manos de la esteticista en los 50 años de trayectoria que celebra este 2023; la lista es infinita e incluye a Tamara Falcó o Arturo Fernández, los pocos nombres que suelta la experta en belleza; discreción, uno de los secretos de su éxito, obliga.
De su casa... al estrellato
Los siete centros de estética que hoy tiene Carmen Navarro en España (en Madrid, Sevilla y Valencia) no hacen pensar que esta madrileña nacida en 1942 estuviera destinada a dedicarse a sus labores. "Mi padre decía que yo no servía para estudiar, y que sus hijas no iban a trabajar mientras él viviera. Al final lo hemos hecho todas, muchísimo", resume ella, al pie del cañón a sus 80 años.
También sus comienzos accidentales en la estética, con unas clases a modo de hobby en un centro de belleza que le apasionaron -"no había pisado uno en mi vida"-, 30 ya cumplidos y tres hijos a sus espaldas, de entre nueve y cinco años, parecían pronosticar lo que hoy podríamos llamar la crónica de un fracaso anunciado.
Lo mismo ocurrió con sus pinitos como esteticista: "Le dije a mi marido que me dejara el despacho de casa; monté una cabinita para dar masajes y, como me daba vergüenza cobrar, me parecía un horror, no tenía nada de empresaria, contraté a alguien que lo hiciera. Cogí otro cuarto, la gente que venía a hacerse tratamientos entraba en la cocina, se quedaba a comer... A la tercera habitación que ocupé, mi marido me dijo que eso no había quien lo aguantara".
Así fue como Navarro comenzó su hoy imperio, primero en "un cuchitril en San Bernardo, en un bajo que era de unas monjas"; de ahí a cuatro o cinco años se mudó a un primero interior, "donde lo pasamos fenomenal: venían actores, aristocracia, todo por el boca a boca y porque era un lugar muy discreto", recuerda Navarro.
Ocho cabinas y cinco personas haciendo tratamientos allí, siempre con Carmen Navarro como primera espada, porque a ella lo que le ha gustado es hacer los tratamientos, su parte favorita del negocio, hicieron que el espacio se quedara pequeño y llegara el turno del hoy buque insignia, el de Sagasta, 21, al que se suman hoy otros cuatro en Madrid, el de Sevilla, el de Valencia...
Las manos de Carmen Navarro, el secreto de su éxito
En España, según datos de Stanpa (Asociación Nacional de Perfumería y Belleza), hay algo más de 22.000 centros de estética, una cifra que deja claras dos cosas: que nos gusta cuidarnos y que sobresalir en un negocio así no es sencillo. Lo corrobora Navarro desde su medio siglo de experiencia, "llegar es fácil, lo difícil es mantenerse; tienes que estar al tanto de lo último y de lo mejor, siempre pensando en los clientes, lo más importante y lo primero".
Carmen Navarro se considera una mala empresaria que se ha sabido rodear de los mejores profesionales en lo suyo (entre ellos hoy su hija mayor, Almudena, que tras dejar la banca se dedica a la contabilidad, lo que menos le gusta a Navarro, incluido cobrar, que le sigue dando mucho apuro) para dedicarse en manos y alma a la piel, su pasión. "Soy creativa, y digo lo mismo que Antonio Banderas: hay personas que lo tienen todo programado, y yo soy intuitiva, veo un producto y te digo si me gusta o no". Por eso mismo, prosigue, "si fuera más empresaria que persona sería Botín, pero no quiero ver el dólar en cada cliente".
La frase de que se dedica a su profesión en manos y alma no es un decir, son sus tratamientos manuales los que la han hecho famosa, y por los que vuelven sus fieles. Y, a pesar de que ella se retiró de hacer tratamientos ya antes de la pandemia, de cuando en cuando retoma un poquito de esa primera pasión primigenia. "Anteayer hice un facial. Fue divertidísimo. Llegó a las siete menos veinte una señora con problema en la piel y le tocaba una niña [así se refiere a sus esteticista, 'niñas' o 'chicas'] muy nueva, así que me metí yo a hacer la parte más complicada del tratamiento. En un momento dado le di el relevo a la esteticista y la señora exclamó: '¿Me va a dejar?'. Me dijo que me iba a mandar aceite de Toledo porque es lo mejor que le habían hecho en su vida".
Carmen Navarro deja una huella tan honda en sus clientes que, para mantener la excelencia de sus tratamientos manuales, prepara a sus 'chicas' hasta la extenuación. Cuenta que sus últimos fichajes llevan desde septiembre aprendiendo y hasta ahora no ha 'tocado' a clientes. "Son como árboles, las tengo todo el día mirando y no les dejo ni tocar los pies a los clientes...".
Aun así, para Navarro lo más importante en la estética no son los diagnósticos ni el protocolo en sí, sino el seguimiento, el 'coaching', "somos los coach de la estética. Cuando una clienta empieza un tratamiento está muy optimista, pero de repente viene otro día y te dice que ya no se nota nada... Animarla y dirigirla es nuestra labor, saber escuchar...", explica la experta.
En aparatología de última generación siempre ha estado a la vanguardia Carmen Navarro, no sólo de sus manos vive la excelencia. "Yo creo en la estética preventiva, en una radiofrecuencia, en una regeneración celular...".
El éxito no llega solo: una vida de esfuerzos
Resulta inevitable recordar a María Esteve y su larga enumeración de pastas preferidas en 'El otro lado de la cama' -"los espaguetis, los macarrones, los tallarines, los lacitos..."- cuando Carmen Navarro arranca a hablar de todas las técnicas estéticas que ha aprendido: "Acupuntura, shiatsu, reflexoterapia, sofrología, control mental, drenaje linfático...".
Viajar por el mundo para ello ha sido una de las constantes de sus 50 años, ya fuera a Barcelona o a París, Tibet, Nepal o Indonesia, porque es pionera en España en técnicas orientales y se ha codeado con lamas de varias generaciones. Hasta un gran buda preside la cabina estrella de su centro de Sagasta, pese a que ello le ha dado algún disgusto... "Un día me llaman del hotel Ritz, un jeque que venía a una reunión de Estado por la unión de las religiones quería un masaje. Le reservamos el espacio, con ese buda enorme... Llega con sus guardaespaldas, lo ve, dice que ha olvidado algo en el coche y no vuelve. ¡Ese señor no tenía nada de unión de religiones!".
Viajes, cursos, formaciones, todo por darle siempre lo mejor a sus clientes... ¿Ha supuesto renunciar a mucho? "No te puedes imaginar la cantidad de fines de semana que me he hecho fuera para aprender, con lo cual he sacrificado a mis hijos, a mi familia... A mi marido le engañaba, le decía: 'tengo un curso, pero vengo a comer'; luego le llamaba para que fueran comiendo y ya llegaba yo pasadas las siete".
Aprender en tiempos de crisis
Medio siglo en el negocio da para momentos buenos, como este 2023 de celebración, y malos, aunque no tanto si se miran con el prisma optimista de Navarro. "En todos estos años he vivido crisis económicas muy grandes; sin embargo, para la estética han significado poco y, en concreto para mí, han sido momentos de perfeccionamiento", sostiene.
Según el Instituto Nacional de Estadística, es un hecho: en malas épocas la belleza se mantiene o sube. Precisamente por esos clientes que siguen gastándose lo que ganan en estética, esta decana de la belleza busca siempre la excelencia, "para que no sientan que tal o cual tratamiento es un timo".
Por eso mismo, y a pesar de que se siente muy agradecida a todos esos famosos, como la Reina, que han creído en ella, "quien tiene más valor es esa chica que trabaja, ahorra y viene a hacerse un corporal o facial conmigo", insiste. Otra reflexión sobre la clientela famosa, aunque despierta curiosidad por sus centro de belleza, es un arma de doble filo, "porque la gente se piensa que cobramos altísimo cuando no es así. Lo mejor es el boca a boca, si alguien llega ya recomendado y convencido no te tienes que vender, sólo hacer tu trabajo".
En casa del herrero, ¿cuchillo de palo?
¿Y cómo se cuida Carmen Navarro, si se cuida? "Tengo entrenador personal y en otras épocas venía un masajista externo a mis centros a darme masajes. Me gustaba que fueran hombres, y de fuera, porque con mi equipo no me relajo, me pongo en plan crítico. En cambio, me ha pasado en tratamientos en Harrod's, en Londres, o en Japón, que me ni me he enterado, me tumbo en la camilla y me despierto al final de lo mucho que me relajo".
¿Y en casa? "En casa atengo aparatos, los faciales me los hago yo, tengo un Neopen [un aparato de microneedling o pequeñas agujas, de mesoterapia transdérmica], un Wishpro [con cabezales de corrientes magnética] y me los paso mientras veo cursillos online o series".
En activo hasta que el cuerpo aguante
Navarro ya no hace tratamientos como tal, pero sí diagnósticos, seguimientos o vídeos para sus redes sociales, porque hay que estar siempre a la última, y acude todos los días a sus centros y ni hablar de jubilarse -"¡Nooooo!"-.
El 'ikigai' rige su vida, un concepto japonés que en la cultura de Okinawa se concibe como una razón para levantarse por la mañana y al que se atribuye que sus habitantes tengan una larga vida. Larga vida, la de Carmen Navarro, que se ha sostenido en la intuición, la espontaneidad y aquello de no hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a ti: "Pocos centros cierran los sábados, los míos lo hacen. Si a mí no me gusta trabajar en sábado, ¿por qué le iba a gustar a mi equipo?".
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