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Aquí no entra una zapatilla deportiva. Alejandra de Rojas levanta una valla si los cordones del zapato son blancos. «En los demás me encantan, pero en mí producen un efecto demasiado juvenil en alguien que no lo es tanto».
Corrección. Entre botines de ante y babuchas de color mostaza con pedrería, colocado cada modelo como por un galerista, un par de sneakers. Con ellas marca el paso cuando pasea por el campo junto a sus perras.
Los colores que las rodean, incrustadas en un olivar manchego, se adentran en su armario. La paleta cromática se materializa en chaquetas de tweed, pantalones de pana y camisas de seda.
En una de ellas se lee el nombre de Elio Berhanyer. La pieza pertenecía, por supuesto, a su madre, Charo Palacios, inspiración del modista cordobés. Comparte nombre y apellido con un vestido de tul, fino como un pétalo. «Heredé sus vestidos, pero aquí sólo conservo los que uso. Este, por ejemplo, con una chaqueta no necesita más».
A su armario no lo remolcan las estaciones. El invierno no se empaqueta en bolsas al vacío durante meses. Lana y lino conviven en sus baldas todo el año. «Prefiero tenerlo a la vista porque así no compro más. Si te sobra espacio, lo llenas».
Cuando llega la noche, los tejidos sí rotan. A la hora de la cena, De Rojas depone el conjunto de combate. «A mis padres los veía siempre arreglados en casa. Daba igual que viniera visita o no. Yo hoy lo imito. No es superficial. La belleza aporta orden y paz».
¿Y aquello de la elegancia? ¿Cómo que es elitista? «Me pone un poco nerviosa la gente que intenta romper con el pasado. La elegancia no tiene que ver con la ropa. Es una forma de desenvolverse. Pero, chico, jamás vas a ser elegante con tu chándal. No entran en este vestidor. Somos animales sociales: estar bien vestido es una forma de respeto a los demás».