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Luis García Montero: "Mi reto ahora es que el dolor personal no me amargue"

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El poeta granadino, director del Instituto Cervantes, vuelve a las librerías con una actualización del mito de Prometeo que se estrenó antes como teatro.

Luis García Montero, ayer en el Instituto Cervantes de Madrid.
Luis García Montero, ayer en el Instituto Cervantes de Madrid.JAVI MARTÍNEZ

Prometeo (Alfaguara) el primer libro de Luis García Montero publicado tras la muerte de Almudena Grandes, es una obra escrita para el Festival de Mérida, y arropada por dos ensayos que lo explican. ¿Temas? Los de siempre: la política, la tribu y la esperanza.

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Lo del teatro de la Antigüedad es curioso, ¿no? Está lleno de convencionalismos que parecen una antigualla retórica, el coro, por ejemplo. Pero luego nos seguimos refugiando en él.
Fíjese: volver a poner en escena los clásicos es luchar contra los convencionalismos. En realidad, las convenciones las ha creado la historia, esa actitud de mirar al clásico de rodillas por el prestigio de lo antiguo, aislado del mundo presente. Del teatro clásico español, por ejemplo, se ha hecho una lectura muy superficial, Se decía que era reaccionario representar a Calderón porque mostraba los valores del catolicismo de la Contrarreforma... El reto es salirse de la caricatura y adaptar a la realidad al presente. Ha nombrado el coro: al coro lo podemos convertir en una serie de personajes que se reúnen ante un fuego el día antes de embarcar en una patera. Y, entonces, ya nos dice otra cosa.
¿Usted ha escrito mucho soneto, mucha estrofa clásica, con sus convencionalismos?
Desconfío del poeta que no hace un soneto en un minuto, del que cuenta las sílabas con una mano. Como en cualquier dedicación, en la poesía hay una preparación técnica que está antes que la libertad. Es la preparación técnica la que te permite escribir lo que te dé la gana. Porque escribir poesía conversacional, coger la música de la conversación, es mucho más difícil que cuadrar un soneto con reglas clásicas.
¿Por qué elige a Prometeo?
Esta obra me la propuso Juan Carlos Plaza como una invitación a escribir algo para el Festival de para Mérida. Yo acababa de leer un poema sobre Prometeo y pensé en ligarlo con mi visión de la posmodernidad, de la posibilidad de darle una segunda oportunidad a la modernidad... Pensaba en preguntarle a Prometeo si hizo bien en robar el fuego a los dioses o si fue todo un error, qué pensaba de su sacrificio... Prometeo es el arquetipo de personaje que se compromete en un acto bueno y luego asiste a la degradación de sus ilusiones.
Y su manera de preguntarle es ponerlo a dialogar al Prometeo viejo con el Prometeo joven.
Hay un problema clave en nuestro mundo que es la fractura generacional. Hay mucho viejo cascarrabias que piensa que los jóvenes son tontos y muchos jóvenes adánicos que creen que no tienen nada que aprender de los mayores. Se equivocan todos, porque quien renuncia al pasado cancela el futuro. Por eso desdoblé a Prometeo para que cada versión diera su versión para que apareciesen las desesperanzas y las frustraciones de cada uno.
El libro habla de la confusión entre el nosotros y la tribu, que supongo que es el riesgo de cualquier visión del mundo de izquierdas, es lo que puede ir mal.
Sí. El tema de la identidad me preocupa. La identidad nos la te podemos plantear como algo inconveniente, que molesta. Para qué. Rechazamos cualquier sentido de pertenencia y nos da igual que se muera a vecina del quinto o que pase hambre el del segundo. El otro extremo es pensar la identidad como algo cerrado que te identifica e identifica como enemigos a los que están fuera. Esa idea está en el discurso racista y supremacista y es fácil identificarlo como algo que nos envenena. El problema es cuando esa actitud aparece en discursos de apariencia progresista. Al racista blanco lo identificamos claramente como racista. Pero, con el negro que odia al blanco en respuesta a ese racismo, ¿qué hacemos? Y sin ir a ese extremo, ocurre que estamos fragmentando el bien común. Cada uno su trocito de bien común y la identidad se nos convierte en un enemigo de la convivencia, en una bandera sectaria.
¿Le ha pillado por sorpresa ese problema se veía venir hace 40 años?
Son reflexiones que he hecho durante mucho tiempo con el telón de fondo de la cultura de la posmodernidad. La posmodernidad dice: se acabaron los grandes relatos de la modernidad no los creemos ni creemos en sus instituciones. Estupendo, puedo entenderlo. Pero eso llevó a dejar de ser críticos con el machismo, con el racismo, con el colonialismo... Con cualquier tipo de verdad y de institución. Y entonces aparecieron esas frases, "nada tiene arreglo, yo a lo mío"... Los lemas que han dominado la cultura neoliberal, siempre centrados en torno a la idea de libertad. ¿Qué entendemos por libertad? ¿La ley del más fuerte? También Zeus es más fuerte que Prometeo. ¿O entendemos la libertad como un pacto de convivencia entre derechos?
Luis García Montero, ayer en el Instituto Cervantes de Madrid.
Luis García Montero, ayer en el Instituto Cervantes de Madrid.JAVI MARTÍNEZ

Habla también de la mercantilización del tiempo y del yo
El instante es una mercancía y, a la vez, está sacralizado, de manera que niega el pasado y e futuro. Parte del problema de la política es ese: la política es crear desde el presente hacia el futuro, pero no hay paciencia. Y la cancelación del pasado colabora en ese sentido. El joven adánico que cree que no tiene nada que aprender está lastrando su futuro.
¿Y el yo?
En la sociedad de consumo nos invita a confundir derechos y deseo. No es lo mismo. Yo insistí en que la ley del matrimonio homosexual admitiese la adopción. En cambio, creo que hay algo peligroso cuando conviertes esa posibilidad en un derecho que se ejerce a través de la mercantilización de un vientre. En el acoplamiento entre derechos y deseos está la convivencia en común, está la posibilidad de convertir la identidad personal en una forma de pensar el bien común y no prepararnos para la ley del más fuerte.
Hay varios momentos en el libro en los que se presenta como un melancólico optimista.
Eso surgió en un curso sobre ilustración y romanticismo. Entonces caí en que a mí me gusta el romanticismo si lo miro con ojos ilustrados y me gustan los valores de la razón si los valoro con ojos románticos. La fractura de la modernidad se produjo cuando se consideró que la razón y el sentimiento van por caminos separados. No es así. La razón sin emoción es un arma de destrucción masiva, lleva a la bomba atómica. Y la emoción sin razón lleva al chantaje emocional, al populismo, a la barbarie. Hay que volver al pacto. En mi poesía, me he identificado con un personaje que no quiere caer en un optimismo barato y tampoco en la renuncia. Tengo un libro, Habitaciones separadas, que hablaba de un momento en el que eché a los sueños de mi vida y me convertí en alguien un poco cínico. Tuve que llamar a los sueños de vuelta, les abrí mi casa pero les puse una habitación separada para no caer en el fanatismo y en la ingenuidad, para poder convivir con una historia llena de desilusiones, de cosas que salieron mal. Sólo enfrentándonos a lo que ha salido mal, podemos reivindicar el espíritu de supervivencia. Ángel González escribió que hubo que, tras la Guerra, aprender a perder para no darse por vencidos. Eso es lo que yo entiendo por optimismo melancólico.
A mí, racionalizar el dolor de la Guerra de 1936 me parece relativamente fácil. El problema es cuando el dolor es íntimo, cuando se te muere alguien.
Sí, Almudena... Lo duro es convertir la cotidianeidad en una ausencia. Ver apagado el ordenador que estaba encendido y pensar que alguien tendrá que encenderlo porque si no ¿estas cosas se estropean, no? O ir a la ducha y ver una sola toalla. Convives constantemente con la ausencia. Uno tiene recursos para devolver el sentido a la vida, porque una pérdida te deja sin sentido. Algunas cosas las he trabajado personalmente. Me he centrado en el trabajo, he intentado que escribir me ayude a entender, he viajado para confundir mi soledad en el mapa. Y la vida me ha regalado otras cosas. Tengo tres hijos, que me involucran en lo personal y en lo abstracto. Y está el cariño de la gente. Desde el día del entierro en el Cementerio Civil, el cariño ha sido muy grande. Los reconocimientos, la biblioteca, la calle a su nombre, la concesión del título de hija predilecta de Madrid esta semana... La entrega que Almudena tuvo con sus lectores se me ha trasladado de vuelta.
Lo que quería decir es que este libro dice que el mundo es una porquería y que todos lo sabemos, pero que intuimos que lo mejor es hacer como que no nos enteramos. ¿Es más difícil eso, ahora, en el duelo de Almudena Grandes?
El dolor personal tiene un ámbito y tengo que vigilar que no lo desborde. Yo voy a un sitio y ya no llamo a casa ni se me ocurre comprar un recuerdo, ¿para qué? El reto es evitar que eso trascienda a mi relación con la vida, que no me amargue y pierda la capacidad de entender lo que pasa. Almudena tuvo mala suerte. Su cáncer fue duro, la mató en poco más de un año. Cuando íbamos a quimioterapia, encontrábamos a gente que llevaba 10 años enferma y viviendo vidas razonablemente, gente que estaba en su revisión del medio año porque ya se había curado. A la mayoría de la gente le va bien hoy después del diagnóstico. Yo no puedo quedarme con mi amargura, con la idea de que todo es negro, primero, porque no es real, y, después, porque le estaría hurtando la esperanza a la gente que enfermará en el futuro.
¿Vota en Granada?
No. Voto en Madrid desde 1994. Pero iré a Granada el domingo para estar con mi madre y para vivir las elecciones con mis hermanos.
En el libro dedica algunas páginas a las personas pobres que votan a los partidos de derechas. Supongo que eso pasará bastante este domingo en Andalucía.
Me acuerdo del referéndum de 1980, donde Andalucía votó masivamente su autonomía plena. El franquismo tenía con Andalucía una relación paradójica. Por un lado, Andalucía era el centro de la cultura franquista. Parecía que España era una cantante de copla y un torero. Al mismo tiempo, la realidad de Andalucía era la de una explotación brutal. Los andaluces tenían que emigrar al norte para poder vivir dignamente, a un norte que estaba apoyado económicamente por el Estado. Para los andaluces, el derecho a la autonomía era el derecho a progresar como los catalanes y los vascos. Y también había fe en la política, en que servía para solucionar los problemas. Ahora oyes por la calle eso de que todos son iguales, que cada uno se busque la vida. La política se ha desprestigiado. Quien quería desprestigiarla se ha salido con la suya. 40 años después, ya no hay una exigencia de equipararnos a Cataluña en su desarrollo sino que hay un odio a Cataluña fomentado por unos señoritos que van a caballo y que venden programas políticos que son la refundación del caciquismo. Hay una guerra de identidades en la que ser andaluz es vivir una identidad enfrentada a los otros. El proceso independentista ha sido una catástrofe para la democracia porque mucha gente reaccionó acercándose al autoritarismo, creándose una identidad defensiva que sustituye a la conciencia de clase y a la preocupación por lo público. En Andalucía, la presencia de trabajadores marroquíes no había justificado discursos de odio. Sin embargo, la invitación al odio a Cataluña de los enemigos de los espacios públicos lo ha hecho.
El señor malagueño que vote al PP leerá esto y dirá que él no se identifica con eso del señorito a caballo, que a él le condiciona el voto el juicio que tiene de la gestión del gobierno andaluz actual y de los anteriores.
Y yo con ese señor estaré encantado de hablar de dónde se confunde la buena gestión y el abandono de lo público. Hay índices oficiales: inversión en sanidad, en educación, profesores y médicos despedidos... O hablar de los errores de los gobiernos de izquierdas en Andalucía y de la Andalucía que conocí de niño y de cómo prosperó en treinta y tantos años de gobiernos de izquierdas. Andalucía es completamente diferente y yo no creo que esos 30 años hayan sido perdidos. Pero yo no me refiero a ese señor, me refiero a VOX. Mi creencia en la democracia es compatible con otras ideas de la democracia y de los servicios públicos, de la fiscalidad o de mil cosas. Discutamos sobre todo eso. Lo que no podemos hacer es abrir la puerta a la extrema derecha que no cree en la democracia, que está en el autoritarismo.
Por ese lado también ha habido ironías y algún desdén a la memoria de su mujer.
Tengo una larga militancia política desde 1976 y una larga memoria de ser insultado. Ni se imagina cómo me insultaron los estalinistas cuando hablaba de equilibrar el anhelo de igualdad con el respeto de la conciencia individual: vendido, traidor, etcétera. Además, me gusta el fútbol, me gusta el Real Madrid y he vivido siempre rodeado de aficionados del Atlético. O sea que los insultos de la extrema derecha los puedo ver con distancia. Me duele un poco cuando se hace una caricatura manipulando textos que están disponibles, que se pueden leer. El artículo en el que supuestamente Almudena hablaba de de violar a las monjas... Eso está disponible. La gente que lo utiliza para ironizar, ¿ha leído el artículo o ha leído la interpretación de OK Diario? Duele un poco la impunidad con la que circulan bulos sin pudor.

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