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El ruedo ibérico

Aranceles futbolísticos

Dani Olmo, durante un partido de Champions ante el Benfica.
Dani Olmo, durante un partido de Champions ante el Benfica.AP
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Tropezar y no caer es adelantar camino, reza un dicho. El Barça tropezó, pero no cayó. El Madrid tropezó y se desplomó de bruces. El Barça se acerca aún más al título. Lo lograría legítimamente como equipo, sobre el césped iluminado y a la vista de todos. Pero no como club, en la penumbra moral de los altos despachos rendidos a una entidad posicionada de forma oficial con el catalanismo «ista»: victimista, populista, racista, independentista y chantajista.

Ningún club que no sea el Barça sobreviviría a la éticamente imprescriptible pestilencia de Negreira; a los sucesivos timos de las «palancas»; a las toscas artimañas contables; a los retorcidos chanchullos de la remodelación del Camp Nou; a la desenmascarada desvergüenza del asunto de los palcos VIP; a las orondas trapisondas de un presidente falaz.

A ningún club que no sea el Barça se le hubiera autorizado la inscripción de Dani Olmo (y, bueno, sí, también la de Pau Víctor, del que, pobre, no existe una sola foto abrazado por un exultante Laporta). Y ningún club que no sea el Barça hubiese recibido la confirmación de la licencia de Dani (y, bueno, sí, también la de Pau) por parte del Consejo Superior de Deportes (CSD). O sea, del Gobierno. Trump impone desde Washington aranceles, que son básicamente eso, impuestos, al mundo. Y Puigdemont, desde Waterloo, sólo a España, donde el arancel deriva en tributo.

A fin de ofrecer coartada legal a una resolución puramente política, el CSD ha adoptado su decisión en base a unas retorcidas interpretaciones procedimentales de unos jeroglíficos normativos que desorientan y confunden. Un texto enrevesado, alusivo a enmarañadas competencias administrativas y reglamentarias. Un tocho débilmente argumentado en el derecho de los futbolistas a ejercer su profesión. No, argüimos, si con ello se beneficia al infractor que los contrata.

No afirmaríamos tajantemente que la competición queda adulterada por la presencia metida con calzador de un solo futbolista (y, bueno, sí, de dos). Dani Olmo es un excelente jugador, demasiado frágil tal vez. No sobra en la plantilla. Pero si faltase, no se le añoraría. El Barcelona puede prescindir de él sin debilitarse. Lo que se adultera, lo que se esquiva y burla es el Fair Play financiero. Unas auténticas Tablas de la Ley económicas de nuestro fútbol, por todos suscritas y acatadas.

Para Fair Play, al menos en teoría, el de Almeida, fervoroso «colchonero», encargando a otro Dani, Carvajal, un «merengue», el pregón de San Isidro. Quizás homenajeándole en su condición de capitán, lesionado de gravedad y en una edad ya difícil, del equipo más representativo de la capital en el mundo. Acaso también premiándole por su desplante a Sánchez. Todo en España está politizado. Pero, política aparte, Carvajal es el único madrileño del Madrid (nacido, en puridad, en Leganés) y uno de los escasos españoles de la plantilla. Una paradoja que a nadie sorprende ni incomoda en estos tiempos, en este fútbol y, sobre todo, en ese club.

Para compensar, que el pregón de 2026 lo pronuncie Koke. Y, además, rodeado de Llorente, Barrios y Riquelme. Cuatro «gatos», en el sentido castizo de la expresión.