Todos hemos salido un día con alguien que nos importa, nos pusimos cariñosos o sinceros, dijimos o hicimos cosas desnudas de filtros o de ropa y, a la mañana siguiente, un litro de agua y dos ibuprofenos mediante, fingimos que anoche no pasó nada. Pero pasó. Y o se afronta de inmediato o volverá antes o después para morderte (metafóricamente esta vez) el culo. Por eso es ahora, tras esa victoria irracional y balsámica contra el Valencia que permite analizar para crecer y no para ajustar cuentas mezquinas con Simeone, el momento de afrontar lo que está sucediendo en el Atleti. Porque la pitada unánime del Metropolitano al Cholo existió y existió por algo, aunque ahora gran parte de la afición rojiblanca intente convencer al resto de que ellos no silbaron, que sería el viento.
El famoso doble cambio que generó la bronca (0-2 abajo, fuera Lemar y Joao, dentro Felipe y Cunha) sigue siendo discutible pese al triunfo. No por los que entraron y salieron, sino por el que se quedó. Prescindir del francés y el portugués, imprecisos pero con pulso, y dejar a un Luis Suárez que, hasta ese instante, igual podía ser un delantero que una bolsa de plástico que se le hubiera volado a alguien del público fue, ante todo, injusto. Y ahí, en esa sensación de que Simeone no está midiendo a todos por igual, reside el germen de esta crisis aún solucionable.
El entrenador que nunca cabrea a sus jugadores es un mal entrenador porque eso implica que jamás toma las decisiones difíciles. Durante estos años gloriosos, Simeone ha cabreado mil veces a los suyos por crudo, por exigente, por atorrante, por implacable... Pero todos volvían a calzarse las botas y a morir por él. ¿Por qué? "Siempre es justo", te repetían. Y cuando la base de tu éxito es el compromiso, la competitividad y la fe inquebrantable en tu liderazgo, esa es una virtud que no puedes perder. Esta temporada, por primera vez, el Cholo no está siendo justo.
En su etapa inicial, el técnico siempre tuvo unos apóstoles que mantenían el motor en marcha mientras nombres más lujosos iban y venían. Gabi, Godín, Juanfran, Filipe, Tiago... Futbolistas excepcionales, a menudo infravalorados, pero que sabían que su misión era más importante que una portada. El cholismo residía en ellos. Cuando la edad los jubiló, Simeone afrontó una reconstrucción en la que lo más difícil era volver a formar esa banda de fieles que se sumase a Koke o Giménez. Pareció hallarlos el curso pasado en Correa, Carrasco, Llorente o Lemar. Jugadores que habían sufrido su justicia extrema. El argentino a punto estuvo de ser vendido para fichar a Rodrigo Moreno, el belga recordó lo bueno que es que es en el destierro chino, el madrileño era suplentísimo hasta su repentina reinvención como llegador en Anfield, el francés estuvo dos años siendo un fracaso. Pero aguantaron, aprendieron y fueron el alma de un título de Liga. Era su momento. O eso creían.
Porque, de golpe, el Cholo dejó de ser justo. El regreso de su debilidad, Griezmann, y la llegada de una petición expresa, De Paul, han provocado un efecto en cadena en el que los más dañados son los que menos lo merecían. Griezmann, que aunque sólo fuera por una cuestión ética merecía un par de meses de mano dura, fue titular desde el primer día, sentenciando a Correa al banquillo o la banda. De Paul, que se ha ahorrado la tradicional mili de Simeone con los nuevos sin grandes méritos, exilia a Llorente al lateral y aleja a Lemar del puesto de interior en el que resucitó. Los caprichos personales por delante de los méritos acumulados. Y eso causa daños en un vestuario. Simeone ha dirigido equipos mejores y peores, pero este es el primero sin alma.
Casualmente, la remontada ante el Valencia en la que el Atleti volvió a parecer el Atleti la lideraron dos de esos fieles, Carrasco y Correa, y Cunha, otra víctima de los galones que lleva semanas mereciendo cada minuto de Suárez. Partiendo de ahí, de devolver la confianza a quienes más se la han ganado, puede el equipo recuperar la actitud y salvar la temporada. Está a tiempo. Basta con que Simeone vuelva a ser el que siempre fue: un líder intachable, un hombre justo.
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