ESPAÑA
Análisis

Una visita excepcional

"La intervención de Felipe VI ante el Parlamento italiano es una notable deferencia que simboliza tanto la fascinación ejercida entre ambos pueblos durante siglos como la rica historia entrelazada"

Los Reyes, recibidos por Giorgia Meloni.
Los Reyes, recibidos por Giorgia Meloni.José JimenCASA REAL
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Tres años antes de perder el trono, en 1865, la castiza Isabel II -la de los tristes destinos-, se vio empujada con gran pesar a reconocer a la nueva nación italiana, unificada poco antes. La monarca española se negó a hacerlo durante casi un lustro, tanto porque como soberana cristianísima no quería desairar al Papa como por el dolor que le produjo el destierro de los Borbones del Reino de las Dos Sicilias, de los que ella descendía por vía materna.

Sirve el pasaje histórico para resaltar aún más lo extraordinario de la magnífica relación bilateral forjada entre nuestro país e Italia en el último siglo y medio, y en especial lo mucho que ha mimado la Corona española la sintonía con Roma en esta etapa de casi medio siglo ya de democracia. De ahí que un viaje de Estado como el que protagonizan Felipe VI y Doña Letizia ni sea un viaje más ni se limite a la liturgia protocolaria que siempre rodea a estas citas. Y, así, la intervención del Monarca ante el Parlamento, en una solemne sesión conjunta de la Cámara de los diputados y el Senado, es una notable deferencia que simboliza tanto la fascinación ejercida entre ambos pueblos durante siglos como la rica historia entrelazada, sin obviar los muchos intereses compartidos en el presente, como socios de la UE, aliados de la OTAN y vecinos en el Mediterráneo occidental.

Fue Juan Carlos I en 1998 el primer mandatario extranjero que tuvo el honor de poder dirigirse al conjunto de la soberanía nacional italiana. La misma oportunidad se le brindaría en 2002 al Papa Juan Pablo II, en otra sesión para los Anales con la que el país transalpino se despojaba de un complejo anidado durante 132 años en relación a la Santa Sede. También Zelenski les habló a diputados y senadores italianos en una intervención telemática al poco de la invasión rusa. Con tales precedentes, no es difícil comprender la emocionante dimensión de la ocasión brindada a Felipe VI, que respondió a la expectativa con un discurso de enorme profundidad política.

Igual que hizo su padre, en los 10 años que lleva el Rey en el trono, se ha esforzado por estrechar al máximo el nexo con los presidentes de Italia y de Portugal -la Cumbre de Cotec que une cada año a los tres mandatarios es buen ejemplo-. Y el rendimiento a pleno pulmón de los engranajes diplomáticos al máximo nivel permite que todo funcione mejor hacia abajo, incluso rellenando huecos cuando el entendimiento entre los gobiernos, como ahora con Sánchez y Meloni, no es tan fluido. Don Felipe les recordó a los parlamentarios italianos que en 1867 -poco después de que Isabel II diera su brazo a torcer-, el canciller del país transalpino ya subrayaba la prioridad de «estabilizar y mantener un vínculo muy sólido de simpatía» entre los dos pueblos. En eso están los Reyes. Y esta visita de Estado, una de las más importantes desde 2014, contribuye decididamente a ello.