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Siria, el miedo vuelve a cruzar el Río Grande árabe

Exactamente como ocurrió en 2011, miles de sirios, en este caso alauíes, vadean el cauce fluvial que sirve de frontera con el Líbano para huir de la persecución de las fuerzas aliadas del nuevo Gobierno

Una pareja observa cómo un grupo de refugiados sirios cruza el río en la frontera norte del Líbano.
Una pareja observa cómo un grupo de refugiados sirios cruza el río en la frontera norte del Líbano.ALBERT LORES
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La historia de Siria y el Líbano parece un círculo vicioso. Una tragedia recurrente de la que sus poblaciones no pueden escapar. Los grupos de civiles que se agolpaban el lunes por la tarde para vadear Nahar al Kabir (el Río Grande) recordaban a los mismos sirios -también opositores- que huían en 2011 de la terrible represión del poder central. Los que vio el periodista en aquellas fechas, en esta misma región de Akkar, en la linde entre el Líbano y Siria, eran suníes que escapaban del brutal acoso de la dictadura de Bashar Asad. Hablaban de torturas en el hospital de Banias a cargo de los propios doctores afines al régimen, asesinatos indiscriminados y todo tipo de tropelías.

Ninguno escondía el deseo de vengar esos desmanes. "Cuando triunfe la revolución le cortaremos el cuello a los que colaboraron con el poder", me llegó a decir Adnan al Yala, un libanés que militaba en las filas opositoras.

Prisionera del pasado, Siria ha resucitado el odio sectario. Ahora los que lo sufren son los alauíes, los miembros de la confesión en la que se apoyó Asad.

Decenas de ellos cruzaban a media tarde el exiguo cauce de agua que separa el poblado libanés de Hekr al Dahri y el territorio sirio, escapando de las razias contra los miembros de su comunidad, que se han extendido por toda la región costera. Todos llegaban con la ropa mojada, el mismo terror que expresaban sus conciudadanos al inicio de la revuelta contra Asad, y unos pocos enseres. Huyen para salvar la vida. Lo mismo que entonces.

Por eso, casi nadie quiere dar su nombre. Muchos incluso evitan citar su procedencia. Vienen de la provincia de Tartús -limítrofe con Akkar-, pero son renuentes a identificar sus aldeas. Decenas de recién llegados se agolpaban en las calles del villorrio. Otros se habían acomodado ya en tiendas y garajes, habilitados como precarios refugios.

Uno de los que acaba de pasar el río, un alauí de 51 años, señala sus pantalones mojados. Viene con sus cuatro hijos. "Están aterrorizados", apunta.

La presencia del periodista genera una pequeña conmoción. Todos quieren hablar, pero sin ser identificados. Exhiben vídeos de cadáveres con la cabeza destrozada por los disparos. Y dan nombres de aldeas, devastadas por las masacres y lo que califican de "limpieza étnica": Hammam Wasel, Kherbet al Mazah, Beit al Ateiq, Taanita... Algunas mujeres simplemente lloran al recordar la amarga experiencia por la que han pasado.

Un refugiado sirio muestra una foto que tomó a un alauita asesinado por grupos armados.
Un refugiado sirio muestra una foto que tomó a un alauita asesinado por grupos armados.A. LORES

"No queda nadie. Nos bombardearon con morteros, con Dushkas [ametralladoras antiaéreas]. Llevamos dos días viviendo en esa pequeña tienda que nos han prestado los vecinos. Somos cinco familias", declara una fémina de 30, que llegó el sábado a Hekr al Dahri.

Ibrahim, un sirio de 35 años, se abre paso en el corrillo que se arremolina en torno al visitante y muestra un vídeo donde aparecen los cadáveres de tres jóvenes. "Sus nombres son: Salim Laji, de 40 años; Hadi Ajib, de 40 años; y su hermano Adnan Ajib, de 35. Éramos ocho y estábamos cultivando. Eran las cuatro y media de la tarde. Llegaron casi 20 coches con muchos hombres armados. Pensamos que era de la Policía, pero llevaban la bandera de Jabhat al Nusra [la filial de Al Qaeda en Siria]. Salimos corriendo y empezaron a disparar", relata con la voz agitada.

Dice que salvó la vida porque se escondió en una canalización de agua. No salió hasta que la patrulla abandonó la zona. Fue entonces cuando se topó con los cuerpos y pudo grabar la escena. Después escapó caminando durante horas hasta cruzar la divisoria con el Líbano.

"¡Nos están exterminando!", gritó dominado por la angustia.

La afluencia de alauíes hacia el Líbano comenzó como si fuera un gota a gota el viernes por la noche, para convertirse en un tsunami durante el fin de semana, conforme se incrementó la amplitud de las matanzas en Siria.

Según el departamento de crisis de Akkar, la región norteña que está recibiendo a la mayor parte de los que escapan, la última crisis ha provocado la llegada a esa zona de casi 8.000 personas, que se han repartido como han podido por una quincena de aldeas del área.

El éxodo ha vuelto a movilizar a las organizaciones internacionales. La entrega de colchones y alimentos, y el trasiego de los vehículos de las organizaciones de ayuda de Naciones Unidas o de la Cruz Roja Internacional son, una vez más, una imagen recurrente en este distrito.

Los que escapan han llegado también por miles al barrio alauí de Jabal Mohsen, un enclave sito en la ciudad de Trípoli, y a la región de la Bekaa, adonde se dirigen los que salen de la provincia de Homs.

"A Jabal Mohsen han llegado unas 3.000 familias. Hay otras 3.000 en la Bekaa, pero la mayoría están en Akkar", estima el jeque Ahmad Assi, del Consejo Islámico Alauita, sentado en su despacho del suburbio de Trípoli.

Cientos de integrantes de la misma confesión han llegado a refugiarse en la base de Hmeimin, cerca de Jableh, controlada por las tropas rusas. Las imágenes grabadas por la propia televisión siria permiten ver a los civiles sentados sobre el asfalto de la pista de aterrizaje, en una zona acotada por vehículos blindados del ejército europeo. En las afueras del acuartelamiento se concentran decenas de automóviles de los miembros de esta comunidad que intentan entrar en el recinto.

Los municipios libaneses que se encuentran cerca de Nahar al Kebir, lugares como Tal Biré o Massoudiye, se enfrentan al desafío de acoger una nueva oleada de refugiados como ya ocurrió hace 14 años.

Ali al Ali, alcalde de Massoudiye, no ha olvidado aquello. "Aquellos eran opositores al régimen de Bashar y estos son opositores de Al Sharaa. Ya tenemos de los dos lados", afirma con una mueca de resignación.

Según el responsable de esta localidad, hasta el pasado 6 de marzo habían recibido a 200 familias, a las que han tenido que añadir otro medio millar (unas 1.500 personas) en estas últimas jornadas.

Varias docenas de ellas han terminado hacinadas en una antigua escuela, donde los mismos sirios aprovechan cualquier espacio para colocar ladrillo sobre ladrillo y construir chabolas cubiertas con techos de uralita roja, donde se han cobijado los últimos que han llegado. Un padre de familia de 35 años, que dice venir de Taanita, se ha instalado junto a 12 miembros de su camarilla en uno de esos simples habitáculos, donde todo tiene que ser apilado hacia la pared para permitir que quepan sus ocupantes.

El sirio asegura que, antes del 6 de marzo, los agentes de Damasco no habían cometido ningún crimen en Taanita, pero "no cesaban de humillarnos y de golpearnos a veces".

Todo cambió con el asalto inicial de las milicias leales al extinto régimen. "Los grupos que venían de Idlib rodearon la aldea. Tenían la bandera negra y la blanca [las dos identificadas con el yihadismo más extremista]. Escapé sólo, a las ocho de la noche. Ellos comenzaron la masacre a la mañana siguiente", refiere.

Dos féminas que fueron testigo de la escabechina le secundan. También son de Taanita. R. (sólo acepta dar su inicial), de 23 años, y S., de 30, decidieron quedarse en el pueblo porque las fuerzas de seguridad les dijeron que "no tocarían ni a las mujeres ni a los niños".

Pero los extremistas venidos del norte no compartían esas limitaciones. "Comenzaron a entrar en las casas y asesinar a los vecinos. Todo el pueblo, miles de personas, salimos corriendo mientras ellos disparaban. Estaban apostados en las esquinas, en los tejados, en sus camionetas. Junto al puente del pueblo asesinaron a decenas. Toda la calle estaba llena de cuerpos", relata R, que logró huir junto a sus dos niños pequeños.

"No queda nadie. Sólo muertos tirados en el suelo", añade S.

Niños en el campo de refugiados de Hekr al Dahri, en el Líbano.
Niños en el campo de refugiados de Hekr al Dahri, en el Líbano.A. LORES

El Gobierno que lidera Ahmed al Sharaa ha prometido llevar ante la Justicia a los autores de esas matanzas y ya ha anunciado la detención de varios miembros de sus fuerzas militares, incluidos dos personajes que se grabaron mientras recorrían en moto una aldea y ejecutaban a tiros a un anciano. El mandatario ha establecido una comisión de investigación que debería rendir un informe sobre lo acaecido en un plazo de 30 días.

Al Sharaa admitió en una conversación con la agencia Reuters que muchos de sus seguidores habían aprovechado el caos generado por la ofensiva inicial de las milicias leales al antiguo régimen para "vengarse". Exactamente lo que dijo Adnan al Yala en 2011.

Esta vez los que buscan el desquite en el futuro son los alauíes. Los huidos que han recalado en Massoudiye se refieren a uno de los jefes de los grupos armados que lanzaron el primer ataque contra las tropas de Damasco como el "Che Guevara" de los alauíes. "Es la nueva revolución contra el régimen", dice Abu Hussein. Poco importa que ese personaje sea Moqdad Fatiha, un seguidor de Bashar Asad, que también se grababa cometiendo crímenes atroces.

El éxodo de alauíes ha llegado incluso a Beirut, donde se refugió Jumaa Ahmed Qasab junto a sus seis hijos. Ahora reside en una escuela habilitada por Hizbulá para proveer un techo a los sirios que escapan del giro político que ha registrado el país vecino.

Ella también fue testigo del homicidio de unos vecinos de Alepo en Tartús. "Cuando salimos a la calle todo era caos. Había muchos encapuchados disparando al aire. Un grupo iba detrás de esa familia. No eran alauíes sino chiíes. Asesinaron al padre y al hijo delante nuestra".

El Líbano está intentando evitar que la escalada de tensión sectaria en la nación vecina -con la que mantiene una simbiosis histórica inevitable- se extienda esta vez a su territorio y especialmente a la ciudad de Trípoli, donde residen decenas de miles de alauíes, que siempre se identificaron con el régimen de Asad.

De hecho, el pasado día 8, el ejército tuvo que desplegar blindados en torno al enclave alauí de Jabal Mohsen, un barrio rodeado de suburbios suníes con los que ha mantenido una pugna histórica, que derivó en graves enfrentamientos armados durante los años iniciales de la revuelta contra Asad.

El altercado provocó varios tiroteos en la zona, según se observa en los vídeos grabados por los vecinos, pero el jeque Ahmad Assi, del Consejo Islámico Alauí, minimizó lo ocurrido. Aseguró que sólo fue un altercado entre dos personas y que, esta vez, la nación árabe se mantendría al margen de las divisiones existentes en Siria.

La llegada de alauíes a Akkar y Trípoli anticipa un próximo brete para los enclaves que los han acogido. La mayoría de la población de ambos distritos no oculta su simpatía hacia el gobierno que lidera Ahmed al Sharaa, cuyo retrato cuelga de los postes de la luz o de algún puente, como símbolo de esa admiración. Fueron muchos los libaneses suníes que se alistaron y combatieron en las filas de los grupos salafistas durante la revolución siria.

"En el Líbano todos somos uno", insiste Assi, contradiciendo a la historia.