La historia familiar se conquista haciendo preguntas y rompiendo silencios. Enfrascarse en el relato de las luces y sombras de nuestros antepasados puede originarse, como en el caso de Victoire. La madre de mi madre, por la intuición de que algo no encaja. Eso le pasó de niña a la guadalupeña Maryse Condé (1934-2024) con el retrato color sepia de su abuela, Victoire Élodie Quidal, que estaba sobre el piano con el que aprendió a tocar. Le sorprendían su piel "de blancura australiana" y unos "ojos pálidos como los de Rimbaud".
Su madre le revela que fue una gran cocinera y que trabajó para una familia blanca en cuya casa vivieron: "Yo no daba crédito. La realidad superaba la ficción. ¡Y pensar que una defensora acérrima del negrismo avant la lettre se había criado en una familia de blancos! ¿Cómo era posible?".
Victoire. La madre de mi madre
Traducción de Martha Asunción Alonso. Impedimenta. 264 páginas. 23,95 ¤
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Al orientar su interrogatorio hacia el abuelo, sin embargo, la conversación se deja para un día que nunca llegará. Condé enfoca desde la distancia las peripecias de una mujer con una vida dura cuyas recetas aparecían publicadas en el periódico local. Y lo hace para entender a su propia madre, cuyo origen (padre ausente y madre analfabeta "de quien siempre se avergonzó") conformó su carácter desabrido, y para también entenderse a sí misma. ¿Hasta qué punto podemos explicarnos a partir del árbol genealógico?
La fallecida escritora reconstruye con la imaginación la vida interior de su abuela y, con la investigación histórica, hace lo propio con una época de su patria, la de la generación de los abuelos tras la emancipación de los esclavos en 1848, convertidos en "nouveaux citoyens" de Francia, y la de los padres, que tuvieron acceso por primera vez a la educación.
Condé cree descubrir en Victoire el origen de "esta facultad de sufrir y de torturarse que nos legó a todos", pero también de una dignidad recuperada entre fogones, pues para la autora cocinar tiene la misma complejidad que la escritura: "Pretendo reivindicar el legado de una mujer que, aparentemente, no dejó ninguno. Establecer el nexo entre su creatividad y la mía. Conectar los sabores, colores y aromas de las carnes y las verduras con los de las palabras. Se pasaba la mayor parte del día sin hablar, con la cabeza gacha, absorta en su potajé, como una escritora ante su ordenador", escribe.
De ahí que el subtítulo francés a esta mirada al pasado a través de las madres y abuelas sea "les saveurs et les mots" [los sabores y las palabras].