Muchos días, en el metro, se me van los ojos a los carteles de una universidad privada, la UDIT, que se anuncia con una fotografía de siete de sus estudiantes, Salen todos muy serios, muy guapos, muy bien vestidos, muy alternativos en el sentido un poco naíf que se le daba a la palabra alternativo en 1994. ¿Qué pensarán estos chicos si me viesen a su edad junto a mis granulientos compañeros de clase, intentando parecer lo que ellos son?¿Les daríamos pena? Cuando veo el cartel me dan ganas de escuchar a PJ Harvey en Rid of me y pienso que qué bueno tiene que ser el publicista que asoció una universidad a ese imaginario, en vez de usar el tópico del chico con gafas de laboratorio que sueña ser amado a través del esfuerzo y el mérito.
¿Es esto una universidad? Durante años viví cerca de la sede de la UDIT en Chamartín y la vi cambiar. Primero pusieron su nombre en un hosco aulario al estilo de las viejas escuelas de artes y oficios. Luego instalaron un velo blanco y arty en su fachada y después convirtieron el lugar en una arquitectura leve y amigable, en algo que cualquiera de nosotros llamaría «un sitio molón». No es un caso insólito. Sin salir del barrio, Deusto, la Camilo José Cela y el IE (un poco más arriba) tienen sedes que funcionan con los mismos códigos: los jardines verticales, las celosías de madera, las aulas transparentes, las gradas de pino laminado, las instalaciones vistas en los techos, las zonas de estar casi domésticas, las pantallas LED que detellan en el hormigón desnudo... Así se ve a sí misma la academia en 2025.
¿Es esto una universidad? En mi época y en mi facultad no había nada parecido. Yo le encontraba su encanto al edificio en el que estudié pero no es cuestión de ir contra el mundo. La mayoría de mis compañeros lo odiaba y lo consideraba alienante (los porros bien pero la facul me atonta, esa era la opinión generalizada). Y hay algo aún más importante: aquel monstruito grisaceo alojaba una idea del mundo académico que tampoco era gran cosa (ya se puede decir, no pasa nada, si acaso lo siento por mis padres que quizá esperasen algo más para mi hermana y para mí.
De modo que no idealizo el pasado ni juzgo la idea de virtud intelectual que representan los carteles y las arquitecturas «molonas» de tantas facultades-hub a las que, en el fondo, sólo conozco de oídas. Pero tengo una pregunta que sólos é plantear a través de un rodeo: conozco a tres o cuatro profesores españoles en sitios como Yale, Harvard y el MIT y todos cuentan lo mismo, que un día se enteran de lo que pagan sus alumnos por la matrícula y se quedan aterrados y que, desde ese momento, los estudiantes dejan de ser sus alumnos y se les aparecen como los actores protagonistas de la película de sus vidas. ¿Es eso es lo que vende el cartel de la UDIT, más o menos?