No es ningún secreto histórico que mientras los diputados constituyentes deliberaban, los militantes del nacionalismo vasco de izquierdas mataban. Y los de derechas negociaban. Y que aquellos muertos de ETA, y los infames chantajes del PNV, provocaron la aberración jurídica de que una Constitución de corte liberal incluyera una disposición adicional primera de naturaleza mitológica que era un insulto a los ciudadanos españoles, únicos sujetos políticos capaces de tener derechos y obligaciones. Que la Carta Magna diga amparar y respetar "los derechos históricos de los territorios forales" es, además de una patraña (que decía un verso de Juaristi), una forma eufemística de ceder la recaudación de impuestos al gobierno autonómico del País Vasco, renunciando el Estado a hacerlo, a cambio de un cupo que nadie sabe cómo se calcula pero que ha convertido en privilegiados a los españoles que viven allí, que pagan menos por los mismos servicios y el mantenimiento del Estado del Bienestar.
También los nacionalistas revolucionarios de Cataluña se dedicaron a matar por una supuesta patria oprimida, pero no tuvieron la constancia de sus homólogos vascongados y se pasaron rápidamente a ERC, que ha tardado por eso en conseguir las mismas ventajas fiscales para los españoles empadronados allí y que hablen catalán. Eso sí, sin necesidad de reivindicar fueros algunos. Dice el presidente Sánchez, haciendo gala de un cinismo paternalista, que ese pacto al que ha llegado con los independentistas le parece "magnífico" porque "es un paso en la federalización de España". Habría que decir mejor confederalización, porque nuestro Estado de las Autonomías es ya un modelo federal. Atípico, ya que carece de límites precisos sobre las competencias y obligaciones de cada autonomía. No creo que ni los nacionalistas vascos ni los catalanes aceptaran hoy el federalismo, algo que ya consiguieron en 1978, cuando los constituyentes decidieron fragmentar la nación y poner las bases para un desarrollo estatal de las nacionalidades. En lugar de convertir en democrática la nación unitaria que había existido durante la dictadura, y venía de la Edad Media, decidieron repetir el fallido y disolvente ensayo republicano.
El proceso acaba de iniciarse y de la misma forma que las fuerzas centrífugas están decididas a destruir el Estado, las centrípetas harán todo lo posible por impedirlo. Afortunadamente no existen hoy milicias armadas, pero sí una clara intención de destruirlo todo para fundar sobre sus ruinas un paraíso fiscal.