No debe extrañar ya en Europa el espectáculo de un Parlamento secuestrado y unos parlamentarios repartidos en cuadrillas y negociando a punta de faca ventajas para los suyos aun a riesgo de minar con ello los intereses generales. Saben en Bruselas, que el de España es un experimento único en la UE y que el proceso de desgaste de las instituciones está llegando ya un punto de no retorno que podría provocar una ruptura territorial que sentase el precedente de la creación de un nuevo Estado fruto de la fragmentación de uno mayor. Al fin y al cabo, desde la Primera Guerra Mundial, el número de entidades nacionales se ha ido multiplicando exponencialmente. Frente al diagnóstico postmoderno que postulaba "el final de la nación como unidad política" e imaginaba "que a partir de entonces se inauguraría un mundo nuevo, un mundo en el que las naciones serían prescindibles", José María Marco, en su nuevo libro, Después de la nación, que acaba de publicar Ciudadela, mantiene que sin nación no hay democracia posible. "Sin fundamento nacional que sirva de base al pluralismo y permita entender las decisiones políticas y articular acuerdos básicos en nombre de todos", concluye en su obra, "la democracia deja de tener sentido".
"Los gobernantes y la élites dirigentes han perdido la capacidad de hablar en nombre de aquello que unía a las sociedades"
Al obsceno espectáculo de una clase política en pleno ajuste de cuentas en mitad del barro, insensibles ante la tragedia de tantas familias, se unió el lunes una vergonzosa exhibición más que justifica el descrédito de la política y de la democracia liberal entre los ciudadanos. Una ceremonia de la confusión que supone la estafa moral de una ministra de Hacienda, cambiando por enésima vez su plan fiscal ante los chantajes de un nacionalismo disolvente que ha encontrado vía libre a sus ambiciones políticas en un Gobierno débil sostenido por un presidente, Sánchez, y ministros como Cuerpo, Robles, Marlaska, Montero o Díaz, capaces de romper los lazos de solidaridad entre españoles a cambio de unos meses más en el poder. Porque, explica Marco, para quien lo ocurrido en el Congreso no es nuevo, sino más bien sintomático, "los gobernantes y la élites dirigentes han perdido la capacidad de hablar en nombre de aquello que unía a las sociedades. Se ha podido decir que vivimos en sociedades descerebradas, donde nadie parece estar al mando porque nadie es capaz de imaginar ni de infundir una idea comprensiva del conjunto".
El ensalzado principio originario de nuestra Transición, el consenso, está en el origen de la debilidad sobre la que se construyó el pacto constitucional, que "consistió en aplazar la solución" del problema territorial. Y esa es la idea fuerte del libro de Marco. Que en el 78 se inició el experimento de construir una democracia sin nación y ese consenso postnacional "logró borrar la idea de nación española del espacio público e incentivó la consolidación de identidades nacionalistas". Ningún otro país de la UE llegó tan lejos, quizá porque no tuvieron que desprenderse de la herencia de un régimen dictatorial que se apropió de la idea de nación. Y en Europa, como pacientes espectadores, esperan el resultado final del experimento.
Después de la nación
Ciudadela Libros. 176 páginas. 16 euros. Puedes comprarlo aquí.