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- ¿Estamos listos? ¿Sí?, le pregunta a sus chicos el inspector Jorge Domínguez.
- Cuando quieras, le responde uno de ellos.
- Pues nos vamos. A ver qué depara la noche.
Son las 22.20 horas de este pasado martes. Las dos puertas correderas del furgón policial se cierran casi al unísono y un grupo de cinco efectivos de la Unidad de Intervención Policial (UIP) de la Policía Nacional parte desde la jefatura provincial de Valencia hacia la zona devastada por la riada. Son agentes de élite procedentes de Granada, antidisturbios que usted vio cuando la previa de un partido de fútbol se puso fea por culpa de los radicales, cuando Cataluña ardió tras la sentencia del procés, cuando los narcos del Estrecho quisieron hacerse los amos de ciudades como La Línea de la Concepción.
Los movilizaron a las nueve de la mañana de este lunes. A las dos del mediodía ya estaban aquí. Muchos dejaron sus días libres, viajes programados, hijos en el colegio sin un último beso en la mejilla, sólo para venir a ayudar. "Estoy muy orgulloso de mis compañeros", cuenta Jorge Domínguez al equipo de EL MUNDO (un redactor y un fotógrafo) que se empotra con ellos. "Entre nuestros cometidos no sólo está el control policial. También tenemos que actuar en catástrofes humanitarias. Y esta lo es como ninguna otra", añade el inspector.
El viaje es corto, pero parece una distancia sideral. Hasta llegar al primer destino son apenas cinco kilómetros de distancia que suponen el trayecto a otro mundo. Salir de la urbe por avenidas limpias y civilizadas, cruzar el cauce del río Júcar, dejar atrás una ciudad moderna, vibrante, sin atisbo de caos ni de destrucción, con sus restaurantes abiertos, sus adolescentes todavía volviendo a casa, y encontrarse de lleno con una realidad apocalíptica.
"Esto yo no lo había visto nunca... Y eso que he visto cosas", murmura el conductor del furgón de la UIP cuando nos adentramos en el municipio de Massanassa. Una de ellas, las vías de Atocha llenas de muertos cuando los atentados islamistas del 11-M. "Esto es aún más salvaje".
Probablemente, tenga razón. Las escenas que ven sus ojos no hay imagen fotográfica o de televisión que lo describa con pureza. Es imposible. A lo sumo, una mera aproximación.
Oscuridad. Vehículos volcados en arcenes, parques o gasolineras con basura y maleza saliendo por sus ventanas rotas. Muebles inservibles apilados en aceras llenas de barro. Calles, calles y más calles enfangadas por las que apenas hay atisbo de vida a estas horas. Tuberías reventadas por las que brota el agua. Puentes caídos. Camiones militares yendo y viniendo. Bomberos achicando agua de garajes. Cristaleras de negocios destrozados. Algún que otro vecino asomado a un balcón, todavía incrédulo de lo que tiene a sus pies. Miles de botellas de agua apiladas en una esquina para los voluntarios que vendrán mañana, cuando salga el sol, para seguir reconstruyendo una tierra que no está en guerra, pero que vive sus mismas consecuencias: devastación, caos, miedo... E inseguridad, porque los pillajes no cesan.
La Policía Nacional ya contabiliza 92 detenidos por robos tras la riada. Hace unos días se arrestó a cinco hombres de entre 24 y 41 años tras hacer un butrón en una joyería. Se llevaron objetos valorados en 30.000 euros. Tras recibir el aviso de sus compañeros, una dotación de agentes de UIP los capturó cuando trataban de huir en varias motos por carretera. Llevaban un buen botín. 80 joyas en una bandolera.
Los ladrones acabaron en prisión. La Fiscalía fue contundente. Emitió un comunicado diciendo que iba a ser implacable con los desalmados que actuaban "con desprecio" hacia las víctimas.
"LOS MALOS PIENSAN QUE PUEDEN ACTUAR IMPUNES"
"Si en una situación normal los robos son frecuentes en cualquier sitio, en estos días los malos piensan que pueden actuar con impunidad. Pero ni mucho menos. Nuestra mera presencia ya disuade mucho", explica el inspector de este grupo. "El que vaya a robar, ahora se lo piensa mucho más".
Primera parada. Una rotonda en la entrada de Massanassa. Un grupo de cinco voluntarios ofrece comida, algo de ropa y café caliente a todo el que pasa cerca, también a los periodistas y a los policías.
Son vecinos del pueblo. Pasarán toda la madrugada aquí. Alguno ya lleva varias noches. Los agentes a los que acompaña este periódico les preguntan si necesitan algo, si han visto alguien extraño merodeando, si se han enterado de que alguna persona requiera su ayuda. "Nada. La noche está tranquila. Gracias por venir, de corazón", le responden varios de los voluntarios.
Un señor sexagenario pasa cerca de aquí. Vuelve del hospital. Tiene a su mujer allí. Al menos, salvó la vida. Mañana la vuelven a operar. Él retorna a casa. A descansar unas horas. El hombre, cabizbajo, carga con varias bolsas. Dos uiperos que le ven se acercan a él, le preguntan. Le acompañan hasta la puerta de su casa, un par de calles más allá, por un campo de tierra y matorrales convertido en un lodazal. Se abren paso entre la nada con la ayuda de sus potentes linternas.
"Qué pena de hombre. ¡A saber qué le hubiera pasado si cruza solo, a oscuras, por ahí!", comenta uno de los agentes que componen esta unidad.
Poco después aparece una señora que lleva una mascarilla en la cara. Viene a recoger a un adolescente que fue operado de una enfermedad días antes de la riada y al que ayer le retiraron los puntos. Los médicos le han dicho que se vaya de su casa, hay riesgo de infección. Sus padres han recurrido a familiares para que lo acojan. Esta noche, dormirá en casa de la señora que habla con los policías.
- Si necesita que vayamos nosotros a recogerlo, llámelo. Estamos aquí para ayudar
- No hace falta, el crío ya viene de camino a pie. Gracias. Muchas gracias
De nuevo en el furgón, un aviso llega al jefe de esta unidad. Dos personas sospechosas andan merodeando un vehículo con material de valor. Se les ve subirse a una furgoneta. De camino a la ubicación que les transmiten, otros compañeros los paran y los identifican. Falsa alarma.
"Los robos, por suerte, van en descenso si se comparan con los primeros días, donde los pillajes eran continuos", explica el inspector. "Nosotros hemos venido aquí para evitar que la gente, que ya está sufriendo suficiente, además tenga que vivir en vilo por la inseguridad. Pero se puede contar con nosotros para lo que haga falta".