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El Partido Republicano parece decidido a demostrar algo con pocos precedentes en la historia de la política: que es incapaz de gobernar... cuando falta un mes para que empiece a hacerlo.
El resultado de tan bizantina situación podría traducirse en que los ciudadanos de la mayor economía de la Tierra -y también los españoles que tengan planeado irse de viaje de Navidad a Nueva York- vayan a volar en estas fiestas con la angustia de no saber si sus vuelos van a despegar o no, o si los monumentos que quieren visitar estarán cerrados.
Eso es lo que pasa cuando en EEUU se llega al techo máximo de la deuda pública y el Congreso, que tiene, como dicen en ese país, tiene "el poder del bolso" ("the power of the purse") para abrirlo o cerrarlo, no se pone de acuerdo para ampliarlo. Es una situación que pasa con relativa frecuencia, sobre todo cuando gobierna un presidente demócrata y la oposición republicana controla una o las dos cámaras del Congreso. Ése es el momento en el que los republicanos se erigen en adalides de la austeridad fiscal, y cortan el grifo de la financiación y el país se queda al borde de la parálisis, primero, y de la suspensión de pagos, después. Porque, si la deuda no se puede emitir, no hay manera de generar recursos para pagar los intereses de esa misma deuda. Cuando gobiernan los demócratas, sin embargo, no suelen producirse ese tipo de angustias, aunque en 2019 ese partido llevó a cabo esa estrategia para tratar de impedir que Trump construyera su muro en la frontera con México.
En teoría, esta semana se iba a producir el segundo escenario: los republicanos -que controlan la Cámara de Representantes- y los demócratas -que tienen el dominio del Senado- habían acordado un minipresupuesto para que el país siguiera en marcha hasta el 14 de marzo.
Entonces, entró en acción Elon Musk. El hombre más rico del mundo desencadenó un bombardeo de mensajes en su red social X (antes llamada Twitter) poniendo de vuelta y media el acuerdo, al que acusaba de ser una colección de gastos superfluos. La reacción de los miembros republicanos de la Cámara de Representantes, donde es necesario el voto de ese partido para que cualquier ley salga adelante, fue acongojarse ante los delirios online del hombre más rico de la Tierra y el minipresupuesto se murió antes de que hubiera sido votado. Encima, tampoco ayudó un mensaje de Trump en su red social Truth apoyando a Musk.
Las demandas de Trump son sencillas. Menos gasto, más exenciones fiscales para las rentas más altas y la eliminación del techo de la deuda durante dos años. Eso significa que el partido de la austeridad -el republicano- planea cargar a EEUU con una deuda formidable, acaso tan grande como la que acumuló en el primer mandato de Trump que, pese a haber gobernado solo un mandato, tiene el dudoso récord de ser el presidente que más deuda ha añadido al país en términos brutos.
Un segundo intento, este jueves, pergeñado por Johnson, fracasó. Y lo hizo precisamente porque los republicanos, que sí son conservadores fiscales -que aún quedan- consideraron "asnal" -en palabras de uno de ellos, el texano Chip Roy- la idea de Trump de que no haya límite a la deuda pública. Así, EEUU podría llegar al techo de la deuda este sábado a las 0:00 horas y un minuto (las 6:01 en la hora peninsular española). Primero, no lo notará casi nadie. Después, empezará a ser visible. Y con un detalle morboso: si no hay presupuesto, el nuevo Congreso que salió de las elecciones del 5 de abril deberá ratificar la victoria electoral de Trump. Eso significa que el Senado, dominado por los demócratas (si no se produce el relevo), pondrá en la práctica en la Casa Blanca a Trump, el hombre que decía que esos mismos demócratas iban a robar las elecciones.
Pero esta pelea tiene un significado muy profundo: es, en la práctica, la transformación, durante la presidencia de Trump, de EEUU en una monarquía absoluta en la que el presidente -y, desde atrás, Elon Musk- gobiernen con un Congreso reducido al papel de florero, pero no de florero estilo jarrón de Sevres, sino de plástico de Todo a un euro. Y, encima, sin ningún tipo de negociación ni de mensaje a los medios de comunicación. Ha bastado con que Elon Musk se pasara tuiteando la tarde del jueves para poner a la mayor economía del mundo al borde del cierre por falta de fondos, y al partido dominante en ella en el caos más disfuncional.
Musk y Trump están jugando a humillar a los republicanos. Y en especial a Johnson. Han esperado a que el acuerdo estuviera cerrado para atacarlo. Y han demostrado así quién manda. Musk ha vuelto a repetir que financiará las campañas de quienes quieran competir en las primarias de 2026 (sí, aún no han tomado posesión los de las elecciones de 2024 y ya están amenazando con las de dentro de dos años) contra los republicanos que no han mostrado la suficiente lealtad a Trump. La cuestión es que para Trump y Musk, la palabra lealtad es sinónimo de sumisión.
La tremenda popularidad del empresario y del presidente electo entre los que votaron a éste último -que en realidad no son tantos, ya que suman el 49,8% de la población- les permite, al menos en teoría, exigir ese servilismo, aunque ahí también cuentan con la ayuda de la falta de dignidad de los legisladores, que están dispuestos a humillarse hasta extremos abyectos con tal de tener el favor de Trump... Y ahora de Musk.
El ejemplo más notable es el propio Johnson, que este jueves se encontró con que el presidente electo había planteado en una entrevista a la web de la cadena de televisión Fox News su sustitución por otro congresista más fiel. En un arranque de gracejo, el senador republicano Rand Paul ha defendido que el propio Donald Trump sea nombrado presidente de la Cámara de Representantes, dado que la legislación no impide que una persona que no sea congresista alcance esa posición. Paul no ha explicado si cree que Trump debería dejar ese cargo el 20 de enero, cuando asuma la presidencia, o mantener los dos.
Desde que ganó las elecciones, Trump lleva tratando de anular al Legislativo. Ha intentado que el Senado no someta a sus candidatos a puestos del gabinete a votación, y que recurra al subterfugio de declararse en receso pata que así éstos puedan ejercer el cargo durante un periodo máximo de dos años.
La jugada no le ha salido bien, debido al rechazo de una parte apreciable de los republicanos de esa cámara. Pero ahora está aplicando una presión mucho mayor a la Cámara de Representantes, cuyos miembros suelen estar en una posición de debilidad permanente porque son elegidos cada dos años, al contrario que los senadores, que solo tienen que afrontar comicios cada seis.
Es, así pues, una batalla sobre el poder. Trump solo quiere que el Congreso apruebe una ley durante su segunda Presidencia: la de la próxima bajada de impuestos. El resto de su acción será a golpe de decreto o, en el caso estadounidense, de orden presidencial. Esas órdenes son menos efectivas que las leyes, ya que en muchos casos los tribunales las tumban. Pero a Trump le gustan porque llevan su nombre y, además, no hay que someterlas a engorrosas negociaciones con el Congreso, algo que para el presidente no solo es mortalmente aburrido, sino una humillación para él, que es jefe de Estado y de Gobierno. Al contrario que Luis XIV, Trump y Musk no son el Estado -todavía-, pero ya están siendo el Partido Republicano. Todo, gracias a Twitter.