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El tiempo es relativo, como demostró Einstein, y Vladimir Putin lo maneja como un acordeón en las negociaciones de Donald Trump. Él decide cuando y dónde habrá alto el fuego, y ese acuerdo lo va administrando con cuentagotas. Mientras, incrementa los ataques aéreos a las ciudades ucranianas con devastadoras consecuencias. Ayer, 74 heridos sólo en la capital de la región de Sumy. La paz avanza lenta, mientras que la muerte vuela.
Washington habló hace una semana de 30 días de alto el fuego para respetar "energía e infraestructuras", mientras que Moscú puntualizó que ellos se comprometieron a no bombardear "infraestructuras energéticas". El diablo está en los detalles y los incumplimientos, también. Tras este acuerdo que ninguno de los dos ha respetado llega ahora un intento de alto el fuego marítimo en el mar Negro sin que el primer alto el fuego se haya aclarado.
En realidad, el terreno de juego es el mismo ahora en términos marítimos: Rusia está dispuesta al menos a discutirlo porque, igual que con el asunto de la energía, le conviene que ceden los ataques. Los representantes de Rusia y EEUU estuvieron reunidos muchas horas, pararon hasta tres veces a descansar y no terminaron de cerrar los llamados "asuntos técnicos". En esos parones, cada delegación llama a su país para informar del resultado, las líneas rojas del otro o la estrategia a seguir.
La lentitud es consecuente con la manera de negociar de los rusos y su táctica de ganar tiempo, desesperar el rival y no ceder en ningún aspecto importante. Washington tiene prisa y eso debilita su posición, así como la de Ucrania. Nadie sabe quién supervisa las treguas, nadie va visto un sólo documento, nadie sabe qué sucede en caso de incumplimiento y tampoco nadie sabe qué le sucede al incumplidor y cómo se retoma el regreso a la senda de la paz. Da la sensación de que todo son cabos sueltos.
Las refinerías rusas llevan unos meses ardiendo por los ataques de los drones ucranianos (lo que resulta letal para su economía) de la misma forma que las centrales eléctricas arden por los drones rusos (terrible para su castigada población civil). Una tregua energética daría un respiro a ambos. En el mar Negro es mucho menos equilibrado: mientras que Ucrania consiguió ya a finales de 2023 abrir una vía de exportación de grano desde Odesa al navegar pegada a las costas de varios países OTAN, Rusia tuvo que dejar de exportar por culpa de las sanciones y su orgullosa flota de guerra debió de quedarse arrinconada en puerto antes de que los drones navales ucranianos la hundieran por completo.
El mar Negro es, con diferencia, el ámbito en el que más triunfos militares ha consechado Ucrania frente a Rusia, y eso que no tenía ni marina de guerra. Hasta el punto de que pudo mandar al fondo del mar el buque insignia ruso, el Moskva, frente a la costa de Odesa, y un buen puñado de navíos de combate, entre ellos varios grandes buques de desembarco que jamás se usaron para el sueño de tomar Odesa. Pero a los intereses de Ucrania y Rusia se unen los de EEUU. Washington desea que se restablezca el tránsito seguro de buques comerciales en el mar Negro cuanto antes para garantizar un negocio que puede convenirle. A los tres les renta detener los ataques en el mar, pero para Putin la obsesión por una paz rápida es otra arma de guerra.