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Maria Roig, la niña que vivía en la calle Dante Alighieri

En este muy estimable debut, en el que sobrevuela todo el tiempo un hundimiento simbólico, la actriz y escritora cuenta de forma no sólo aparentemente veraz sino sobre todo vívida y no demasiado anodina una infancia en el barrio del Carmelo

La escritora y actriz Maria Roig.
La escritora y actriz Maria Roig.Noemí Elías Bascuñana
Actualizado

Es un suceso literario indiscutible que en los últimos años muchísimas autoras (y lo digo en femenino porque el desequilibrio es notorio) debutan en la literatura con un libro en el que, tal vez con pequeñas concesiones a la ficción, cuentan esencialmente su infancia o su primera juventud, utilizando como materia prima elemental su propia experiencia directa (no la realidad, que es la base obvia de toda creación, sino sus propias vidas).

También están aquellas cuya primera novela es una memoir parcial de algún suceso más o menos real (Alana S. Portero, Violeta Gil, Bárbara Mingo, Alba Muñoz, Alejandro Simón Partal, Aloma Rodríguez, Eva Puyó, quizá Stefanía Caro...), pero lo que predomina, decía, es el testimonio de la niñez, como en los casos de Ana Iris Simón, Marta Jiménez Serrano, Aida González Rossi, Elisa Victoria, Almudena Sánchez, Leticia G. Domínguez, Natalia Litvinova o tal vez Andrea Abreu.

Ama de casa

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Son muchas más que éstas, en una cantidad sorprendente, pero en lo que respecta a la calidad hay, naturalmente de todo, desde las obras maestras hasta las patochadas. Si hubiera que hacer un ranking con todos esos libros, el que aporta ahora la actriz y dramaturga Maria Roig (Barcelona, 1995) estaría bien colocado, pues cuenta de forma no sólo aparentemente veraz sino sobre todo vívida y no demasiado anodina una infancia en el barrio del Carmelo.

En unas calles muy empinadas y populares donde la pobreza amenaza entre el polvo de las constantes obras ("La pobreza de un paisaje feo requiere paciencia"), mientras las niñas acuden a catequesis a la parroquia, o a natación al polideportivo, escuchando La Oreja de Van Gogh y comiendo bocabits: se trata de ese ambiente y ese tiempo, ese clima como de pollo a l'ast y de gritos que salen desde los televisores.

El hecho de que en la cubierta del libro figure una foto de la autora implica una identificación excesiva que yo diría que no ayuda a lo literario, pero después la novela sabe reaccionar con gracia y con esa buena observación que suelen desarrollar las hijas únicas durante muchos años de domingos tediosos. Y aunque a lo largo de las páginas no sucede nada exactamente memorable (pues no es la intención), sí sobrevuela durante todo el relato, hasta su previsible epílogo, una sensación muy conseguida de amenaza, un peligro de hundimiento simbólico que se hace literal, o acaso viceversa. Un muy estimable debut.