Escritor de raza, se ha ido desnudando en novelas como Vatio o El puente de los suicidas, tan personales como valientes, y no deja de sorprendernos cada semana en sus columnas de ABC y sus paseos por los rincones más desconocidos de la capital. Ahora, bien asesorado y en plenas facultades narrativas, Alfonso J. Ussía (Madrid, 1983) se ha embarcado en un largo viaje de cuatro novelas para dejar constancia de una historia que muchos prefieren olvidar para justificar pactos políticos manchados de sangre: la del terror que ETA sembró en toda España durante más de 50 años. Borroka es el nombre de la primera entrega que se presenta esta tarde en el Teatro Barceló a las 20.00 h.
- ¿Por qué iniciar el relato en el año 1987?
- Ese año supone un punto de inflexión. Por un lado fracasan las negociaciones de Argel, donde murió Txomin Iturbe, detienen a Santi Potros en Francia y se hace con la cúpula de ETA el colectivo Artapalo, con Francisco Múgica Garmendia, Pakito, Txelis y Fitipaldi, que deciden que ha llegado la hora de socializar el terror y que la sociedad despierte ante los atentados de ETA. Hasta ese momento, los muertos pertenecían a la Guardia Civil y a las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado y la sociedad los sentía como ajenos. Pakito, con atentados como los de Hipercor o las casas cuartel de Zaragoza y Vic, señala como objetivo a cualquier persona, admitiendo que cualquier baja es una baja buena para su lucha. En ese año, ya no existen ni el Batallón Vasco Español ni el GAL y España es una democracia consolidada. La paradoja es que cuando más derechos sociales había, más se recrudecen las acciones militares de ETA.
- Tampoco debe de ser casual que la protagonista, Deva Valdés, sea una mujer guardia civil...
- No, es un homenaje a uno de los cuerpos que más sufrió la violencia terrorista. De los más de 800 asesinados por ETA, más de 200 eran guardias civiles. Por otro lado, Felipe González cambió la ley para que las mujeres pudieran acceder a la Guardia Civil y al Ejército, y me sorprendió que hubiese un grupo de ellas que pidieron ser destinadas al País Vasco para dar su vida por España, por la legalidad, por la libertad, por el honor y por la democracia.
- Después de ver cómo se ha desarrollado todo, ¿cree que ETA ganó la batalla del relato?
- Sin duda, y prueba de ello es el pacto de Bildu con Sánchez. El relato que ellos han querido perpetuar es el de las torturas en Intxaurrondo y el GAL, cosas que a finales de los 80, en lo 90 y en los 2000 ya no existían. Bildu tiene que estar en las instituciones, por supuesto, pero antes de que eso ocurra, que ya ha ocurrido, tendría que haber una limpieza hacia dentro. Hasta entonces es un partido que no puede dar lecciones de nada.
- ¿Los mismos que piden mantener vivo lo que ocurrió hace 90 años en la Guerra Civil son los que piden olvidar lo que ocurrió hace 20?
- Ya lo creo, porque les conviene. Aquí hubo una gente que ponía bombas y mataba a civiles inocentes. Enfrente, había unos cuerpos de Seguridad del Estado que, con sus errores iniciales, lograron altas cotas de profesionalización que les permitieron conocer perfectamente cómo se movía ETA, cómo se pagaba el impuesto revolucionario, cómo era su aparato logístico y su aparato militar. Y, al final, ETA quedó incapacitada para actuar y por eso se firma la tregua con Zapatero. Esa historia no se puede inventar por intereses políticos. Uno de los motivos por los que empecé esta travesía fue para contar la verdad de lo ocurrido y que así la gente joven la conozca. Estoy cansado de la Memoria Democrática, la Guerra Civil y la atroz dictadura y de que el terrorismo de ETA no se estudie en los colegios. Eso es una anomalía democrática.
"Hay una verdad que no es poliédrica y es que esta gente ponía bombas para matar a inocentes"
- ¿La causa es el nacionalismo?
- El nacionalismo vasco ha sido más ambiguo que el de Cataluña, que siempre ha tenido claro que lo que le importaba era la pasta. El nacionalismo vasco ha sido mucho más cómplice y mucho más peligroso, porque no enseñaba sus cartas. Es lo del árbol y las nueces que dijo en su día Arzalluz. El PNV siempre se ha movido muy bien en esas sombras, es su estado natural.
- Uno de los personajes que aparece es un cura. ¿Qué papel jugó la Iglesia en toda esta historia?
- La Iglesia juega un papel nefasto, sólo hay que recordar el caso del obispo Setién en San Sebastián. Había unas directrices claras de que, por ejemplo, no se ofrecieran funerales a víctimas de atentados. Desde luego, la Iglesia fue especialmente dañina, yo creo que se saltó, no te voy a decir que los Diez Mandamientos, porque no creo que mataran a nadie, pero prácticamente fueron cómplices y ayudantes de esta lacra.
- ¿Por qué ha elegido la novela para contar esta historia?
- Porque en el fondo lo que a mí me gusta es contar historias. Soy un escritor. Y porque la novela te permite contarlo todo con mucho detalle, sin obviar absolutamente ningún hecho.
- Patria también es una novela...
- A mí Patria me pareció una novela superior, me encantó y me enganchó bastante. Estructuralmente hablando, es maravillosa, pero creo que no muestra un lado de la historia, juega con la ambigüedad. Yo no quería limitarme a eso, quería saber el número de muertos exacto, el tipo de explosivos que utilizaban, porque esta gente ponía 450 kilos de amonal en unas bombonas que estallaban en una casa de un cuartel donde había guardiasciviles con sus familias, con sus mujeres y sus hijos. Y esa no es una verdad poliédrica, no hay grises.
Borroka. Años de plomo y sangre
Espasa, 296 páginas. 20,90 euros. Ebook: 9,90 euros. Puedes comprarlo aquí.