España ya cuenta con técnicos ambientales, científicos y biólogos expertos y honestos, que, tras décadas de estudio y trabajo de campo, están demostrando que las muertes de lobos (controles de población, que parece menos sangrante) no solo no evitan los ataques al ganado, sino que los agravan, a no ser que se extermine la población entera (el verdadero objetivo oculto en demasiados territorios). Saben que cuando se matan lobos disminuye su capacidad de cazar presas salvajes. Esto provoca una búsqueda más fácil de alimento, como el ganado doméstico que abunda por la Sierra, en muchos casos sin las medidas de custodia (mastines, pastores o cercados eléctricos). Aun así, el lobo prefiere mantenerse alejado del hombre y sus pertenencias.
Las cinco manadas registradas en Madrid, más otras tantas en Segovia, han dejado claro a los técnicos que rastrean sus costumbres, que su dieta es principalmente corzo y jabalí (80%). Y del restante porcentaje, la carroña es lo habitual.
Presenciar el resultado de un ataque al ganado es desolador, lo puedo asegurar. Que se repita al mismo ganadero es un drama difícil de asumir. Y cuando a esto se une la falta de ayuda de la Administración, la ira y la confrontación son inevitables. Así lo han vivido ganaderos de la Sierra de Guadarrama y otras muchas comarcas hasta hace pocos años, concretamente en Castilla y León, donde los tribunales tuvieron que obligar a la Junta a pagar esos daños. La Comunidad de Madrid, por su parte, optó por ayudar al sector ganadero, abonando incluso muertes de dudosa autoría lobuna. A estas ayudas por daños (127.000 euros en 2024) se suma un presupuesto específico para subvencionar la compra de mastines y cercados (100.000 euros). Pero entonces, si el problema, que es económico, se está solucionando con estas ayudas, ¿cuál es el motivo por el que vuelve de nuevo el insistente deseo de matar lobos?
La historia de las dos Españas enfrentadas se repite con el lobo. Ahora renovada y agravada por el que ya es el gran problema de nuestra sociedad: los bulos. De nuevo las peligrosas mentiras, lanzadas por grupos interesados, que crean comisiones con sus expertos, nada imparciales, las propagan por la red, e infectan los medios de comunicación. Cuando parecía que en el mundo rural vivíamos relativamente tranquilos, asumiendo que la ganadería extensiva es perfectamente compatible con la presencia del lobo, llega el primer efecto de las pasadas elecciones europeas. Y a partir de aquí se pretende que los logros conseguidos se reviertan, volviendo a exterminar al lobo.
Tuvieron que transcurrir lustros de arduo trabajo, amenazas e intentos de encarcelamiento a grupos de voluntarios y profesionales como Lobo Marley, Ascel, El Censo del Lobo Ibérico, WWF o el Fapas. Trabajo que fue demostrando lo que ahora sabemos sobre el lobo, a base de estudiar y colaborar con el sector primario, pero también de denunciar en los tribunales a particulares y administraciones públicas que delinquían contra el lobo.
Los ataques, dicen ahora, "se disparan". Y según qué medios y grupos, la solución pasa por sacar al cánido del LESRPE (Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial), que lo acogió en septiembre de 2021. Pero sacarlo significa aniquilarlo. Porque los llamados "controles" que piden algunas autonomías, en realidad carecen de control. Son un eufemismo para matar sin ninguna limitación ni control, como sucedía antes de catalogarlo en 2022. Algunos políticos y publicaciones hablan de densidades de población de lobos alarmantes. Esto demuestra su falta de conocimiento de la especie y la intencionalidad del mensaje. En realidad, el lobo nunca llega a superpoblar un territorio, ya que la manada es estrictamente territorial y no tolera la competencia. Nunca podrá haber sobrepoblación en un mismo territorio.
Al margen de estos bulos infundados, si los ataques no han aumentado y las ayudas y subvenciones dan sus frutos, ¿por qué ese insistente interés en aniquilar al lobo?
Junto a los colectivos ganaderos se alza la voz de los cazadores. Ansiosos por acabar con un animal que también mata corzos y jabalíes. Aunque este lo hace para alimentarse. Y, además, y esto es extremadamente importante, el lobo elimina los ejemplares más débiles o enfermos, mejorando la especie atacada. Algo totalmente contrario a lo que hace la caza.
Sin duda, es una paradoja y un contrasentido que ambos colectivos persigan al lobo. Está absolutamente demostrado que cuando disminuye el número de ungulados salvajes, aumenta el riesgo hacia las ganaderías. Esto es una triste realidad en la vertiente segoviana de la Sierra de Guadarrama. Algunos ganaderos ya han evidenciado el perverso efecto de las monterías en alguno de estos pueblos, donde los corzos sufren una implacable persecución.
La solución, en definitiva, tal y como nos ha demostrado la experiencia de tantos años de negociaciones fracasadas, y, sobre todo, de estos dos años de protección por ley, es el cumplimiento estricto de la ley. Una ley protectora que ha demostrado una convivencia posible cuando las ayudas al sector ganadero son ágiles y generosas. Una ley protectora que terminará por adaptar un sector fundamental a los cambios de los tiempos, como se tienen que adaptar otros muchos sectores productivos, incluso sin estas ayudas.
Ricardo Fanjul es periodista y técnico en gestión ambiental y bioeconomía forestal