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Isabel Díaz Ayuso confirmó ayer que la defensa de su pareja ha denunciado ante la Guardia Civil varios allanamientos de morada y el robo de un ordenador portátil. Unos hechos ocurridos en las últimas semanas a los que hay que añadir también la entrada en el domicilio del arquitecto que reformó el piso de la pareja de la presidenta regional y la apertura del vehículo de Alberto González Amador, y que según expresó Ayuso «son sólo una parte de lo que sucede» en su «entorno».
La dirigente popular viene denunciando desde hace tiempo el «acoso» y la «persecución» que padece tanto ella como su círculo político y personal más cercano. A finales de 2024 fue un paso más allá al aseverar que existe una «operación de Estado» contra ella que busca acabar con su carrera política. Incluso a raíz del caso de la filtración de datos confidenciales de su pareja, una investigación que ha llegado al Tribunal Supremo y que mantiene imputado al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, la presidenta regional ha llegado a definir la situación como un nuevo «caso Watergate».
Ayer, tras confirmarse la investigación adelantada por El Confidencial, el Partido Popular arropó a Ayuso y vinculó lo ocurrido con el Gobierno. «A veces uno puede tener la sensación de que nos gobierna la mafia», valoró el portavoz popular en el Congreso, Miguel Tellado, mientras la oposición madrileña mostró sus «dudas» del relato de los hechos: «Parece una noticia muy oportuna para desviar el foco precisamente de los delitos fiscales de quien paga el ático de un millón de euros donde vive la presidenta», opinó la portavoz de Más Madrid en la Asamblea, Manuela Bergerot.
«Desde hace años todos los días tengo algo similar», repite habitualmente Ayuso para restar peso cuando se le pregunta por la investigación a su novio. «Primero fue mi difunto padre, que no pudo defenderse de unas acusaciones sobre una empresa que además quebró. Después fue mi hermano, después mi madre, mis primos, mi pueblo, mi barrio, mi colegio, mis profesores, mi expediente académico...», reprochaba la presidenta regional hace pocos meses sobre los intentos fallidos de «buscar algo» que le pudiera perjudicar a nivel político. Una dinámica no exenta de episodios extraños o «turbios», como llegó a definir ayer el Partido Popular.
Uno de los más sonados, sin duda, es el denunciado también por parte de los abogados de Alberto González Amador el pasado abril. En aquella ocasión se acudió a la Justicia para poner en conocimiento el supuesto hackeo de los correos electrónicos en pleno estallido del caso de la filtración de datos de la pareja de la presidenta regional. En concreto se denunciaba que el «ciberataque» había afectado a un correo en concreto, que desapareció de las bandejas durante varias horas y luego reapareció. Durante ese lapso, los abogados creen que se pudo descargar información del mensaje y varios cientos de páginas correspondientes a ficheros adjuntos. Uno de los denunciantes era el letrado Carlos Neira, que ayer se supo que es también uno de los afectados por los supuestos asaltos.
En su caso, se trata de su segunda residencia, ubicada en la provincia de Toledo. La otra letrada ha denunciado un asalto a su vivienda, en una localidad alicantina. Pero estos, como se ha sabido en las últimas horas, no son los primeros allanamiento de morada que supuestamente afectan al entorno de Ayuso, ya que ayer trascendió también que el artista Nacho Cano, amigo de la presidenta regional -y cuya detención el pasado julio definió como un «atropello» propio del «estalinismo»- también sufrió la entrada de individuos en su domicilio el 24 de mayo de 2023, apenas dos días antes de las elecciones municipales y autonómicas.
Cuestiones todas ellas que no son ajenas para Ayuso, que últimamente también ha padecido episodios y situaciones de difícil explicación. Tal y como ha sabido EL MUNDO, su equipo de seguridad ha detectado en los últimos meses a individuos que se mueven en motocicleta y merodean en los alrededores de la vivienda de la presidenta de la Comunidad de Madrid e incluso sacan fotografías. Una presencia que no se ha podido relacionar con paparazzis, ya que cuando se les trata de identificar desaparecen del lugar.