La emoción política que mejor explica nuestra época es el resentimiento. En su fascinante monografía sobre el emperador Tiberio, Marañón describe magistralmente los síntomas de esta enfermedad del alma que podríamos resumir en cinco puntos.
1) El resentido no es malo. Suele ser tímido, cobarde y feo, y aficionado a escribir mensajes anónimos (aquí Marañón prefiguró Twitter). Puede incluso ser bueno mientras la vida no defraude sus expectativas; en cuanto lo hace, en vez de negociar a la baja con su ego engendra una amargura inextinguible.
2) El resentido no es tonto ni muy listo, porque el tonto acepta la adversidad con resignación y no se consume impugnándola. Pero el resentido tampoco posee la superior inteligencia de quien comprende que, si no ha alcanzado los éxitos que cree merecer, no se debe a la manifiesta hostilidad de los demás sino a sus propios defectos. La verdadera inteligencia consiste en medir bien la distancia entre la realidad y el deseo, y sobre todo en asumir que no hay nadie conspirando noche y día para ensanchar esa brecha.
3) El resentimiento es una pasión social, no causada por un trauma concreto o por un agravio imputable a un victimario. El resentido atribuye sus fracasos a una conjura colectiva. Por eso el resentido corteja al poderoso, que lo atrae y lo irrita a la vez, en la esperanza de ajustar cuentas con el mundo algún día.
4) El resentimiento no tiene cura. En el resentido la memoria del daño siempre está candente, y una sed masoquista lo lleva a inventar los agravios que no encuentra. Resulta contraproducente hacerle un favor a un resentido, como reconocía Robespierre: «Sentí, desde muy temprano, la penosa esclavitud del agradecimiento». Si las circunstancias le niegan al resentido el mejoramiento de su posición, su rencor crece. Si triunfa, lejos de curarse empeora. Porque el triunfo lo persuade de que su resentimiento estaba justificado, y da rienda suelta a su venganza.
5) Lo contrario del resentimiento es la generosidad. Generoso es quien perdona porque comprende, pero el resentido está incapacitado para comprender y para amar. El resentido es una lengua lamiéndose eternamente su propia llaga, así que no tiene tiempo ni corazón para las llagas de los demás.
Estos síntomas se ajustan como látex al cesarismo de Sánchez y a las purgas de Albares; al victorioso revanchismo de Trump y a la agresividad criminal de Putin; a la insuperable inquina de Abascal hacia su antiguo partido y a la sostenida neurosis de Puigdemont. Pero también, ay, a muchos de sus votantes.