Antes todo era más sencillo. Hasta hace un par de meses, ser proamericano era ser atlantista; ser antiamericano era ser antiatlantista. En países como el nuestro, la valoración de EEUU estaba muy ligada a la de su papel internacional. Ahí era donde entraba la visión positiva o negativa de la OTAN, y de la función que la Alianza ha ejercido en Europa. Estados Unidos como modelo de un determinado sistema político y económico, pero también como el paraguas de sistemas parecidos en nuestro continente: la actitud ante el primero solía determinar la actitud ante el segundo. La dupla antiamericanismo-antiatlantismo se veía especialmente en la izquierda, con el recuerdo del referéndum de 1986; pero también se veía en algunos sectores de la derecha más extrema, donde se mezclaban la inspiración del nuevo autoritarismo tipo Orban con la herencia de aquella Falange que detestaba la democracia y el capitalismo estadounidenses, y que veía las bases yankis como una afrenta a nuestra soberanía.
Todo esto ha cambiado con la traición de Trump a Ucrania, y con las señales de que Washington puede dejar sola a Europa ante la amenaza imperial-criminal rusa. Ha cambiado, principalmente, en el campo de las derechas: ahora los antiatlantistas parecen proamericanos y los atlantistas, antiamericanos. Los que denunciaban que pertenecer a la OTAN implicaba una relación de servidumbre ahora aplauden que Trump se comporte con Ucrania como el más cínico de los señores feudales -véase el acuerdo para la explotación de los recursos naturales de ese país-. Quienes despotricaban contra la Alianza Atlántica por ser una herramienta de los intereses yankis ahora aclaman a los del Make America Great Again. Los atlantistas, por su parte, ya no ven -no vemos- a EEUU como un aliado en la defensa de aquellos sistemas que tanto deben al propio modelo norteamericano: parece que estemos a punto de exclamar «OTAN sí, bases fuera».
El trumpismo está reescribiendo muchos aspectos de la historia y el papel internacional de EEUU. Y esto nos obliga a reescribir qué significa ese país para nosotros. Aunque no faltan criterios que puedan orientarnos: hay que estar con el agredido y no con el agresor, con la democracia y no con los tiranos, etc. Antes todo era más sencillo, pero algunas cosas lo siguen siendo.