El silencio en este rincón vacío del fin del mundo es abrumador. Bien puede pensarse que se acabó todo, que la Tercera Guerra Mundial ya estalló.
No es (¿aún?) así, no es la guerra. En Wamani, el refugio o «santuario», como el propio Martin Varsavskydice, hay silencio todo el tiempo. A 3.100 metros de altura, en un árido rincón junto a la cordillera de Los Andes, a 150 kilómetros de la ciudad más próxima y a 75 del último poblado, el fundador de Jazztel y de tantos otros emprendimientos prepara un «búnker del fin del mundo» para él, su familia y un puñado de emprendedores tecnológicos, entre los que no hay que descartar a Elon Musk, ni a algunos invitados especiales, si ellos quisieran. Felipe González y Bill Clinton, por ejemplo, a los que Varsavsky conoce y admira. ¿Y Pedro Sánchez cuando deje de ser presidente?
«¿Pedro? Pedro no», dice con una semi sonrisa a Crónica el hombre que confiesa su admiración incondicional por Javier Milei: «Lo que está haciendo es una maravilla».
Pedro, no, insiste. «Critica todo el día a Trump y España es uno de los compradores más grandes de gas ruso. Él va y abraza a Zelensky y después le da miles de millones de euros a Putin comprándole su gas. ¿Por qué le compramos tanto gas a Putin?».
La historia personal de Varsavsky lo habilita como eje de una idea tan heterodoxa como la de un búnker nuclear en el fin del mundo. Nació hace 64 años en Buenos Aires, donde vivió hasta los 17, cuando la organización judía B'nai B'rith lo ayudó a exiliarse a él y su familia. Una feroz dictadura militar gobernaba Argentina, y su primo David Varsavsky había desaparecido. La vida en Estados Unidos le permitió educarse en la New York University y en Columbia. Años después se instalaría en Madrid y se convertiría en uno de los mayores emprendedores de Europa. Los españoles lo recuerdan por Jazztel, entre otras empresas, pero también, últimamente, por su crítica sin tregua al gobierno de Sánchez, su apoyo a Trump y sus propuestas sin filtro de corrección política. La última de ellas, aprovechar dos islas deshabitadas de España para alojar a los inmigrantes ilegales hasta devolverlos a sus países. La de Alegranza, en las Canarias, y las Chafarinas, en el Mediterráneo. «Es una política que hasta es humanitaria, porque al final va a morir mucha menos gente», resume.
Pero esta historia no se trata de mar ni de inmigrantes, sino de rocas, montañas, sol y silencio, mucho silencio.
El Refugio Wamani está en el departamento de San Carlos, en la provincia de Mendoza, el paraíso del vino en Argentina, aunque en este caso los viñedos están a gran distancia. Sobre esas tierras áridas voló hace 95 años Antoine de Saint-Exupery buscando a un aviador amigo, Antoine Guillaumet. No lo encontró, pero Guillaumet sobrevivió.
«¡Qué extraordinaria es la cordillera de Los Andes! Me encontré a 6.500 metros de altura en el instante en que nacía una tempestad de nieve», diría Saint-Exupery, que se inspiró en aquellos días sobre la montaña imponente para escribir una gran novela, Vuelo nocturno.
Lo que se veía entonces y se ve hoy es lo mismo, muy poco cambió. La nada misma a lo largo de decenas y decenas de kilómetros, y cimientos de piedra pómez camino de la Laguna del Diamante, algunos caballos, algunos chivos, un volcán antiquísimo y un valle en el que alguna vez reinó un glaciar. Es en esas tierras legendarias donde Varsavsky sueña un proyecto que resume con entusiasmo.
«Lo compré como un refugio para la Tercera Guerra Mundial, ante la guerra nuclear. Compré 32.000 hectáreas sin verlas, pero cuando vine me enamoré del lugar. Esto es increíble, vine ya como cinco veces y llegué a estar como dos semanas explorando el campo con mi familia y sin salir de él. Hicimos algunos caminos para camionetas y bicicletas eléctricas, pero la mayor parte de los recorridos son a caballo o directamente caminando».
Wamani es, en la idea de Varsavsky, el Valhalla de los emprendedores tecnológicos. ¿Quiénes lo acompañan?
-Alec Oxenford, co-fundador de OLX y nuevo embajador de Argentina en EEUU.
-Mike Santos, que acaba de vender por 1.100 millones de dólares Technisys, empresa de software bancario.
-Matías Nissensohn, joven emprendedor y venture capitalist argentino.
-David Kamenetzky, emprendedor germano-estadounidense.
-Dan Lubetzky, emprendedor y filantropista, creador de Kind, una empresa de barritas de comida saludable.
También visitó Wamani el emprendedor español Iñaki Berenguer, al que Varsavsky define como «muy amigo». Y unos cuantos interesados desde Alemania, país con el que tiene un doble vínculo: su esposa es alemana y él forma parte del consejo directivo de Axel Springer, dueña de Bild y una de las editoriales más poderosas del mundo.
«Ya somos seis emprendedores dueños de este campo, y la idea es invitar a más. Somos una comunidad. Lo he hablado también con Matías Döpfner, el consejero delegado de Springer. Quiere venir de visita. Son muchos los alemanes que viven preocupados por estar tan cerca de Rusia», dice Varsavsky antes de quedar levemente descolocado con la siguiente pregunta: ¿es condición necesaria ser emprendedor para tener un lugar en el santuario contra la Tercera Guerra Mundial?
«Es curioso... Somos todos emprendedores, y ahora estamos viendo qué vamos a hacer. Si vamos a hacer un hotel o si lo vamos a dejar como un refugio para nosotros, o si vamos a sumar más emprendedores y más gente. Mi idea es compartir esto con gente que tenga interés en la naturaleza y en el esfuerzo físico».
Varsavsky habla desde su casa en Madrid, pero en Wamani tiene cuatro personas de confianza que se ocupan de que el búnker del fin del mundo avance. Su asistente personal, Camila Martínez, de 27 años; Lucía Castillo, la arquitecta responsable del proyecto, de 26; Pablo Dragonetti, de 39, a cargo de todas las obras; y el más joven de todos, Milo McLaughlin, de 18 años, hijo de Andrew McLaughlin, un amigo de Varsavsky que trabajó con Barack Obama. Milo está a cargo de la atención de los huéspedes y es dueño de un dron desde el que registra hasta el más mínimo detalle de un campo desierto que es más grande que Buenos Aires o que todo un país como Malta.
«A mí me encantan los temblores», dice Martínez mirando las cumbres de más de 6.000 metros que marcan el límite con Chile. En esa tierra inhóspita hay de tanto en tanto temblores, pero muchos menos que al otro lado, en Chile, un país que se sacude con excesiva frecuencia e intensidad.
Así, un búnker ante la guerra nuclear tiene mucho más sentido en el lado argentino que en el chileno. O en Uruguay, si se quisiera, como dijo a EL MUNDO el entonces presidente Lacalle Pou: «Es bueno estar a suficiente distancia para no pasar determinadas cosas. Este momento de la historia está hecho a la medida de Uruguay». Podría decirse lo mismo de Australia y Nueva Zelanda, aunque ambos tienen la desventaja de estar demasiado cerca de una potencia nuclear: China.
Por eso Varsavsky apuesta por Argentina. Pero, ¿qué sucedería si su búnker de protección ante la guerra nuclear se popularizara demasiado, si empezara a recibir pedidos y presiones de gente que no es ni millonaria ni emprendedora? «Hay mucha gente ya, muchos de mis amigos en Estados Unidos están interesados en unirse a nosotros, y estamos viendo de comprar más campos. En Argentina hay cantidades enormes de tierra donde no vive nadie. Hay un campo vecino que tiene el tamaño de la isla de Mallorca, donde viven 1,1 millones de personas. En ese campo viven 400 puesteros [cuidadores del campo]. ¡400 personas en la misma extensión en la que en España viven un millón y cien mil!».
Varsavsky se entusiasma y niega que Trump sea un impulsor de su proyecto, en el sentido de ser quien aviva las llamas de la Tercera Guerra Mundial. «Yo no creo que Trump quiera la guerra para nada. La gente está confundida con respecto a quién es Trump y qué quiere Trump. Me parece que el enemigo más grande de la paz en el mundo es Putin. Y me parece que Putin tiene seis mil cabezas nucleares y una manera de gobernar en la que él casi depende de su actividad bélica y de ese sueño de reconstruir el imperio soviético. Y me parece que la posibilidad de la Tercera Guerra Mundial, nuclear, viene del lado de Putin, sin duda no del lado de Trump, que es un aislacionista, ¿no?».
Varsavsky combina entonces la historia de los EEUU con la de su familia para reforzar sus argumentos. «Mis padres todavía viven, y estaban en Argentina en su infancia, durante la Segunda Guerra Mundial, siendo judíos. No les pasó nada de nada. Iban al colegio y escuchaban las noticias en la radio como una cosa lejana, incluso las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. No es que Wamani sea un refugio contra la Tercera Guerra Mundial, ¡es que toda la Argentina lo es! Lo fue en otros momentos de la historia, cuando en Argentina la vida seguía mientras se escuchaba como en el hemisferio norte se mataban los unos a los otros. De los 170 millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial, solo 200.000 fueron en América. Las Américas, en general, son un refugio para la locura de Europa, de Asia, de África. Las sociedades de inmigrantes no caen en sueños nacionalistas, como el de los japoneses que tienen que matar a todos los chinos o los rusos que tienen que matar a todos los ucranianos. Yo creo que Argentina es un país post-étnico, en el sentido de que la gente no piensa en términos étnicos».
Varsavsky tiene también estudiados aspectos técnicos de su «santuario».
«Argentina tiene otras grandes ventajas, como un montón de comida. Y si hay una guerra nuclear, el problema no es solo morirte de radiación o morirte de la explosión. Es morirte de hambre, es morirte del invierno nuclear. Y el invierno nuclear se produce porque las bombas atómicas generan un polvo en la atmósfera que tarda como cinco años en irse, pero esto no afectaría a la Argentina. Bajaría la temperatura de todo el planeta, pero de los graneros del mundo, como el Medio Oeste estadounidense o Ucrania, la Pampa argentina es donde menos bajaría. Somos 47 millones de personas que podemos producir comida para 500 millones».
Milei, al tanto del proyecto
Es, siguiendo el razonamiento de Varsavsky, toda una paradoja: una guerra nuclear convertiría Argentina en una pequeña potencia, un país clave. El multimillonario asiente y cuenta entonces que Milei está al tanto de su proyecto. No solo eso: el líder libertario recibió una propuesta audaz de su parte en un par de viajes que compartieron por Estados Unidos: la «tranquility visa».
«Se lo sugerí al presidente, tendría que ser algo parecido a lo que Trump sacó recientemente, la visa de oro, que hay que pagar cinco millones para tener la green card y la nacionalidad. Argentina podría sacar algo parecido por 500.000 y ganar bastante dinero. Yo no soy la única persona que está pensando en la Tercera Guerra Mundial, creo que hay mucha gente con medios económicos para quienes Argentina podría ser un refugio».
¿Cómo recibieron Milei y su ministro de Economía, Luis Caputo, la propuesta? «Primero les pareció raro que una de las ventajas competitivas de Argentina sea su capacidad de sobrevivir a la Tercera Guerra Mundial. No era precisamente lo que ellos tenían en su plan de promoción de inversiones y del viaje por Silicon Valley. Pero en un rato libre se lo expliqué más en detalle y se dieron cuenta de que el mundo está ya dividido en dos bloques, dictaduras contra democracias. Y tengo amigos chinos muy interesados en la visa de la tranquilidad».
No son los únicos seducidos, admite Varsavsky, por el proyecto de «santuario». Por las noches, mirando hacia el sur, los cuatro jóvenes que se ocupan de sostener Wamani ven luces en la montaña que no pueden entender. Entran y salen del macizo andino con trayectorias zigzagueantes. Varsavsky cree que son los satélites de Starlink, la empresa de su amigo Elon Musk, pero el argumento de que los satélites no se mueven de esa manera es atendible.
«Martín habla mucho con Musk. Seguro que va a venir», dice a Crónica Martínez, su asistenta. Si Musk tiene 14 hijos, Varsavsky siete. Semanas atrás, tras escalar una cima de casi 4.000 metros, el multimillonario argentino aprovechó la conexión a Starlink y le envió fotos al estadounidense.
«Le hablé de Marte, que es el tema que más le interesa a Elon. Le dije que estaba en un lugar alucinante que se parecía a Marte. Y le envié fotos. Cuando estás ahí arriba se pone todo rojo. Es Marte. Es una locura».