La 'Línea Maginot' debe su nombre al antiguo ministro de Defensa francés André Maginot, un ex combatiente mutilado de la Primera Guerra Mundial, que después de la Gran Guerra ideó una serie de fortificaciones en la frontera con Alemania e Italia. El objetivo era que su país no fuera nunca más vulnerable a una invasión gracias a un sistema de gran complejidad tecnológica y militar, con fortines coordinados y situados a una misma distancia entre sí. Murió antes de que concluyera su construcción, en 1936. Cuando la amenaza que inspiró su creación se repitió, los alemanes descubrieron el punto débil de la Línea Maginot en los bosques de las Ardenas. Montjuïc se ha convertido en las Ardenas del general Hansi Flick, al que todo el poder ofensivo del Barcelona no le basta para evitar la derrota en una batalla tras otra, rota la base de su estrategia inicial, la Línea Maginot del fuera de juego. El arma del 'offside' con la que tomó el Bernabéu es, hoy, su trampa.
Al Atlético le bastó romperla apenas una vez, en el tiempo añadido, para lograr una victoria que niega la lógica, pero no la lógica del fútbol, siempre tentado por la teoría del caos. «Les dije a mis jugadores que si llegábamos al final dentro del partido, tendríamos nuestras opciones, de ese modo lo veía». Simeone no negó la evidencia acerca de la superioridad del rival, pero se aprecia en el argentino una satisfacción añadida a la de ganar en estas victorias irreverentes, como en París. Es su 'Atleti' en estado puro. Una vez contenido el fuego enemigo, bastaba con encontrar un pasadizo en un bosque de dudas.
"Si baja la presión, problemas"
«La línea de Flick necesita una presión conjunta intensa y coordinada, difícil de mantener mucho tiempo. Si baja, vienen los problemas», explica uno de los entrenadores que se ha enfrentado al Barça. Coincide con Íñigo Martínez, con una excelente perspectiva, por su experiencia y posición: «Si no presionamos todos, hay dificultades. Quizás hay que plantearse si es momento de defender más abajo». La sugerencia de un plan B no está en la mente de su entrenador.
«Hemos hecho un partido brillante», dijo Flick. Brillante en lo ofensivo, pero insuficiente en lo defensivo, con errores que dieron vida y victoria al Atlético. El entorno del alemán, que apenas ha dicho unas palabras en castellano y catalán, es poco permeable, pero quienes trabajan cerca aseguran que sus preocupaciones pasan por aumentar la efectividad perdida ante puerta en los últimos partidos, a la vez que da por asumido el alto riesgo de su sistema.
«Este es nuestro estilo y me siento orgulloso. Volveremos y demostraremos lo fuertes que somos», reiteró. Su partido perfecto es el que ganó al Barça en la Champions cuando dirigía al Bayern: 2-8. El balance de su actual equipo no llega a tanto, pero va por ese camino. Suma 51 goles a favor, 18 más que el Atlético y 10 que el Madrid, pero 22 en contra, 10 más que los rojiblancos y casi los mismos que el Valencia (26), penúltimo, todos con un partido menos.
Como hace 60 años
Sin embargo, ese abrumador poder ofensivo ha caído en los últimos partidos, con cinco puntos de 21 posibles y tres derrotas consecutivas en casa en la Liga, ante Las Palmas, Leganés y Atlético. La última puede ser un accidente de los que tanto gustan al Cholo, pero enmarcada en el último tramo, constituye una tendencia, una crisis. Suma un triunfo en siete partidos, algo que no sucedía desde el año de la descomposición de la era Rijkaard y la tripita de Ronaldinho, en 2008. Fue el último año del holandés en el banquillo. Todavía hay que remontarse más atrás, prácticamente 60 años, para descubrir tres derrotas consecutivas en casa. En 1965, cayó ante Valencia (1-2), Atlético (1-4) y Zaragoza (0-1).
Datos suficientes para poner en entredicho a cualquier entrenador en clubes de máxima exigencia, pero la situación no es de emergencia. A pesar de haber perdido el liderato en favor del Atlético y verse superado también por el Madrid, ambos con dos partidos menos, el Barça es segundo en la nueva Champions y tiene asegurada virtualmente su clasificación en el 'Top 8'. La apuesta por los jóvenes, el estilo ofensivo y la disciplina que ha impuesto en el vestuario son hechos valorados en el club, aunque el club se reduce a Joan Laporta y su estrecho círculo de confianza. Flick es su personalísima apuesta. El alemán estaba en la cabeza del presidente antes de la llegada de Xavi.
La gestión de Lamine Yamal
El entrenador es todavía un personaje por descubrir, aunque algunas cosas han extrañado, como que no bajara a dar la rueda de prensa, pese a estar sancionado, tras caer ante el Leganés. Dejar dar la cara otra vez a su segundo, Marcus Sorg, habría sido excesivo. También extrañó intramuros que permitiera continuar en el campo a Lamine Yamal contra el Lega, pese a la lesión que se produjo en el tobillo y que le llevó a ser baja ante el Atlético. En cambio, celebran su exigencia en el vestuario, donde alza la voz cuando es debido. Koundé, un fijo, perdió por primera vez la titularidad por llegar minutos tarde a una cita del equipo. Todos debían entrenarse, ayer, en lugar de irse rápidamente de vacaciones. La derrota hizo que Flick cambiara de planes. Necesita buenas caras.
Cuestionar a Flick sería, además, cuestionarlo todo, y no están el Barça y Laporta para más debates, con la deuda a cuestas, la incertidumbre de dónde acabará la temporada, debido al retraso en las obras del Camp Nou y el fin del contrato con Montjuïc, y las incertidumbres sobre si podrá seguir inscrito Dani Olmo. El presidente pasó el corte de la Asamblea, gracias a su populismo y al nuevo contrato con Nike, que exhibió como un décimo del Gordo, y ahora hay que pasar cómo sea esta crisis entre turrones. Por suerte el fútbol no es como la guerra y para por Navidad.