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Las fuerzas populistas y radicales se encaminan ya a gobernar a 100 millones de ciudadanos de la UE: más de un 20% de los europeos

A Italia, Hungría, Eslovaquia y Países Bajos se suma ahora Austria, aunque en este último país todavía no tienen asegurado el poder. En cualquier caso, se trata de una de cada cinco personas de la Unión

Manifestantes de ultraderecha en Viena este domingo celebran el resultado electoral.
Manifestantes de ultraderecha en Viena este domingo celebran el resultado electoral.AFP
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Italia, Hungría, Eslovaquia, Países Bajos y, ahora, los últimos resultados electorales de Austria. Todos estos países están gobernados o, al menos, han elegido a partidos populistas, radicales y extremistas como la primera fuerza de su nación. Suman algo más de 100 millones de personas. 100,6 millones en concreto, lo que supone más del 20% de la población total de la Unión Europea.

Y aunque en el caso austríaco finalmente no se llegue a concretar la llegada al poder del Partido de la Libertad (FPÖ) por los posibles pactos de populares y socialdemócratas, la proporción seguirá siendo de uno de cada cinco ciudadanos europeos. El avance de los populismos y extremismos es innegable y muy relevante y, además, el año que viene se podrían sumar a este cambio la República Checa y sus más de 10 millones de habitantes.

Es cierto que dentro de esas fuerzas y gobiernos hay diferencias sustanciales. El Gobierno de Giorgia Meloni ha suavizado de manera muy relevante su discurso en los últimos meses, ha mostrado distancia respecto a Rusia e incluso ha accedido a un puesto relevante en la Comisión Europea con el nombramiento de Raffaele Fitto como vicepresidente para la Cohesión. Está entrando en el sistema, apuntan en Bruselas, pero esas mismas voces señalan también que muchas de sus políticas se siguen encuadrando en la derecha radical.

En Países Bajos, Geert Wildersse impuso con un discurso anti-inmigración, islamófobo e incluso planteó la salida del país de la UE. Finalmente no ocupó el puesto de primer ministro, ni formó parte del Ejecutivo, pero el nuevo Gobierno de coalición está liderado por la ultraderecha.

Los casi 10 millones de habitantes de Hungría están gobernados por Viktor Orban, que no sólo es euroescéptico de extrema derecha sino que se ha mostrado cercano a Rusia y lidera Patriots, la formación en la que están Vox o el Reagrupamiento Nacional de Le Pen. Y, además, este verano asumió la Presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea anunciando que deseaba buscar "soluciones innovadoras" para reducir la llegada de inmigrantes a la UE.

Las posiciones prorrusas de Orban también las comparte Robert Fico, el primer ministro de Eslovaquia que sufrió un intento de asesinato el pasado mes de mayo. Su posición en contra de seguir apoyando a Ucrania ha sido clara. Rechaza la inmigración y ha ensalzado la figura del presidente húngaro a pesar de que su aproximación inicial a la política es muy diferente, ya que se encuadraba en la izquierda. El otro Orban, le definen en la capital comunitaria.

Y por supuesto está Austria, en donde el partido ganador de las elecciones del pasado fin de semana tienes tendencias xenófobas, racistas y vinculaciones directas con la Alemania nazi. Su discurso es muy similar al del resto de naciones mencionadas y también tiene a Orban como el líder a seguir. Quieren convertir el país austríaco en una "fortaleza" ante la inmigración "masiva" que registra.

Es muy posible que su líder, Herbert Kickl, no llegue a recibir el encargo de formar Gobierno por parte del presidente del país, Alexander van der Bellen. El Ejecutivo de Austria debe "respetar las piedras angulares de nuestra democracia liberal", entre las que están "el Estado de Derecho, la separación de poderes, los derechos humanos y de las minorías, la independencia de los medios de comunicación y la pertenencia a la UE", afirmó ayer Van der Bellen. En su opinión, el Partido de la Libertad de Austria no cumple esas premisas. Pero Kickl ya ha adelantado que no lo pondrá precisamente fácil.

Y a todo ello hay que sumar la importancia que en Alemania, Francia y España tienen las formaciones radicales y de extrema derecha. La AfD alemana no consiguió ganar en las elecciones que hace apenas unos días se celebraron en Brandeburgo, y los resultados se consideraron como un respiro muy importante para el canciller Olaf Scholz. Pero precisamente eso muestra el cambio que ya está sufriendo Europa, que una no victoria de una formación extrema se considere como una victoria cuando hasta hace muy poco ese contexto parecía simplemente imposible.