INTERNACIONAL
Testigo Directo

Mirando a la devastada Birmania desde la ciudad de refugiados en una frontera sitiada por el crimen organizado

Miles de birmanos que abandonaron su país para vivir en el límite con Tailandia siguen aterrados el terremoto

Unos monjes budistas limpian los escombros del monasterio de Thahtay Kyaung, en Mandalay, este martes.
Unos monjes budistas limpian los escombros del monasterio de Thahtay Kyaung, en Mandalay, este martes.AFP
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En la cafetería, que tiene un aire al Rick's Café de la película Casablanca, al igual que la tierra donde se encuentra, que es un punto de encuentro de refugiados, hay un grupo de jóvenes atrapados en las pantallas de sus móviles. Están absortos con vídeos e imágenes que circulan en redes sociales del escenario apocalíptico que ha dejado el terremoto en Birmania. Apremia el silencio, interrumpido puntualmente por videollamadas de hijos preocupados a sus padres.

Estamos en una cafetería de Tailandia, pero aquí sólo se escucha hablar birmano. Los presentes son chavales que huyeron del servicio militar obligatorio impuesto el año pasado en su país de origen, que se aplica a todos los hombres de entre 18 y 35 años. "No vamos a combatir para el régimen militar que acabó con nuestra democracia", cuenta Soe Mg, de 19 años, que estos días se ha planteado regresar a casa, exponiéndose a que lo detengan por desertor, para echar una mano en el rescate de supervivientes de un terremoto que ya ha dejado más de 2.700 muertos.

La familia de Soe está en una aldea del centro de Birmania, la zona más devastada. Desde allí, el pasado otoño, este chico emprendió un viaje de huida junto con ocho colegas que también habían recibido la carta de reclutamiento. "Nos dejamos todos los ahorros de nuestros padres sobornando a las guerrillas étnicas que luchan contra el ejército para que nos dejaran atravesar el estado de Karen, el más próximo a Tailandia, y después cruzamos de noche el río que separa un tramo fronterizo", relata.

Refugiados birmanos al otro lado de la frontera.
Refugiados birmanos al otro lado de la frontera.LUCAS DE LA CAL

Tailandia y Birmania comparten una frontera terrestre de 2.400 kilómetros de largo. Pero desde el golpe de Estado en febrero de 2021, el cruce por el río Moei desde la ciudad birmana de Myawaddy, hasta la tailandesa Moe Sot, ha sido la ruta elegida por decenas de miles de refugiados que huían de la guerra, así como de las torturas y persecuciones de la dictadura militar.

Durante estos años de cerrojo internacional en Birmania, el camino inverso se podía hacer en algunas ocasiones de la mano de grupos humanitarios que iban a ayudar a las poblaciones fronterizas bombardeadas por el ejército. Ha habido periodistas extranjeros que han cruzado empotrados con las ONG o pagando a las milicias locales, que se financian principalmente con el tráfico de metanfetamina. "Las zonas más golpeadas por el terremoto han sido áreas del centro del país, la mayoría controladas por los militares. Ahora es imposible llegar hasta allí", aseguran varios trabajadores humanitarios que atienden a los birmanos que aparecen por Mae Sot, al oeste de Tailandia, un lugar que hace tiempo fue engullido por un gran campo de refugiados.

En la frontera del río, ahora seco, se encuentra un joven soldado llamado My. Armado con su rifle de asalto, lleva un año patrullando esta zona. "Aquí también sentimos con fuerza el terremoto, pero por suerte no hubo graves daños ni víctimas", asegura. "Esta frontera es muy peligrosa. Hay muchas mafias que trafican con personas", explica señalando hacia el otro lado, donde, conectada por un puente bien vigilado, está la vecina ciudad birmana de Myawaddy, centro global de estafas telefónicas dirigido por mafias chinas.

My, el soldado tailandés que custodia la frontera con Birmania.
My, el soldado tailandés que custodia la frontera con Birmania.L. DE LA CAL

En una explanada en el lado tailandés de la frontera hay niños dando patadas a un balón y jóvenes jugando al voleibol. Todos son refugiados birmanos. Uno de ellos, Waiyuemo, que viste una camiseta del Atlético de Madrid, dice que llegó hace un año escapando de las bombas. Desde la década de 1980, miles de humildes familias birmanas han cruzado a Tailandia huyendo de los combates entre el ejército y grupos rebeldes de minorías étnicas que luchan por la autonomía de sus estados, y se han instalado en los nueve campos de refugiados que se extienden a lo largo de la montañosa frontera. Pero el último golpe militar también empujó a salir del país a conocidos artistas, actores o escritores birmanos que han enriquecido el escenario cultural en los cafés de la polvorienta Mae Sot.

Hay otra cafetería que regenta una pareja birmana, ambos músicos, que tienen un par de casas de acogida para compatriotas que huyen de la guerra. Es uno de los muchos refugios registrados que ocupan barrios enteros de la ciudad. "Preferimos que nuestro nombre no salga publicado, no es seguro para nosotros. Aquí hay muchos espías del régimen. Se hacen pasar por refugiados, pero en realidad trabajan como informantes para los militares", asegura la pareja.

Aunque oficialmente, en el registro tailandés, la población de Mae Sot no llega a los 120.000 habitantes, varias organizaciones estiman que sólo procedentes de Birmania hablaríamos de cientos de miles. Los que no están en las casas de acogida, malviven apiñados ilegalmente en improvisados asentamientos dentro de mercados de la ciudad. El resto se reparten por campos de refugiados que muchos consideran prisiones de las que no pueden salir.

Tailandia, que no es signataria de la Convención y el Protocolo de las Naciones Unidas sobre Refugiados, rechaza cada año miles de solicitudes de asilo y muchos birmanos que cruzan la frontera quedan en una especie de limbo del que se aprovecha la propia Policía local, que les obliga a pagar sobornos a cambio de no deportarlos. Hay un acuerdo no escrito por el que los indocumentados deben abonar mensualmente a los agentes 300 baht (alrededor de ocho euros), que para ellos es una gran cantidad, a cambio de una tarjeta que les sirve teóricamente como salvoconducto para no ser detenidos.

Weiyuemo y otro refugiado, en Tailandia.
Weiyuemo y otro refugiado, en Tailandia.L. DE LA CAL

Nada más pisar el lado tailandés, los birmanos eran atendidos habitualmente en centros de salud gestionados por el Comité Internacional de Rescate (IRC), que distribuye la atención sanitaria en los campos de refugiados, y que ha tenido que parar muchas de sus actividades por la suspensión de la ayuda de su principal financiador, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), congelada por el presidente Donald Trump a finales de enero.

La realidad diaria de Mae Sot también se ve salpicada por la frenética actividad del crimen organizado en la vecina Myawaddy, lo que ha llevado a la ciudad de los refugiados a ser uno de los mayores focos de la región del tráfico transfronterizo de personas. "Aquí vienen víctimas de muchos rincones del Sudeste Asiático y de China que han sido atraídas por falsas ofertas de trabajo. Al llegar, las mafias conducen a sus presas hacia a Myawaddy, donde les quitan toda la documentación y encierran en centros de estafa telefónica reconvertidos en prisiones", explicaba Saphasakon Songsukkai, representante en Tailandia de la organización internacional World Vision, que gestiona pisos de acogida en Mae Sot para las víctimas que son rescatadas durante redadas que la policía tailandesa, por presión del Gobierno chino, está realizando al otro lado de su frontera, en suelo birmano.

Los chinos controlan -y también son las principales víctimas- estos centros de estafa en connivencia con los grupos armados étnicos que operan en la región porque esta actividad les ayuda a financiar la lucha contra el ejército birmano. "Mae Sot se ha convertido en un explosivo experimento social en el que conviven tratantes de personas, traficantes de drogas, refugiados birmanos, trabajadores de las fábricas textiles locales, cooperantes humanitarios y mochileros extranjeros", explica Joy, refugiado birmano.

En su país tenía una peluquería que fue bombardeada -no sabe si por el ejército o por los rebeldes- hace un par de años. Joy, que está muy preocupado estos días por la devastación que ha dejado el terremoto, dice que apenas conocemos un parte de la realidad de la tragedia porque hay muchas comunidades cerca del epicentro del seísmo que están aisladas.