La figura del héroe es un elemento nuclear en todos los relatos mitológicos. El arquetipo del hombre cuyo destino está predestinado a enfrentarse con coraje y sacrificio a una serie de desafíos. Pero, junto al héroe clásico, como Hércules o Paul Atreides, hay otro tipo de héroe más terrenal, común y, por lo tanto, admirable: el héroe accidental.
Alguien corriente -pienso en el Rick de Casablanca- que asume de manera inesperada, y muchas veces a la fuerza, por las circunstancias de su destino, un papel que nunca imaginó. Un tipo de heroísmo que, como apunta el francés Redeker, sobreviene de forma fulminante: «Un fogonazo que, al igual que el flechazo del amor, desbarata la vida ordinaria».
En un momento de su vida, Abascal fue uno de esos héroes accidentales, obligado por una realidad cotidiana hostil de la que decidió no huir, como hicieron tantos. El actual líder de Vox se enfrentó con la fuerza de la moral y la palabra al asesino nacionalismo vasco, cuyo brazo armado era ETA.
Ser concejal del PP en Llodio a finales de los 90 significaba poner en serio riesgo la vida propia y la de los familiares, y Abascal lo hizo en nombre de la libertad y la decencia para luchar contra una de las ideologías más destructivas: el nacionalismo.
En su esencia, aquel criminal virus identitario vasco al que hizo frente es igual que el nacionalismo ruso al que Zelenski combate desde hace tres años. El presidente ucraniano es, sin duda, el héroe accidental más importante, decisivo y admirable del siglo XXI.
Por esta razón, y por el pasado heroico de Abascal -hay que ver en YouTube su entereza frente a la chusma borroka durante la constitución del Ayuntamiento de Llodio en junio de 2003-, resulta aún más incomprensible que haya decidido asumir como fundamento del proyecto de Vox la misma ideología nacionalista de la que él mismo fue víctima. Más aún, que no vea en la soledad de Zelenski frente a Putin y Trump un reflejo de lo que él sintió cuando se encaró a los criminales de ETA.
Lejos de aquellos principios morales de su juventud, Abascal ha optado por ser la majorette de Orban -comisario político en la UE del genocida Putin-, repitiendo la narrativa rusa para justificar la invasión de Ucrania. Y, a diferencia de otros líderes de la «derecha valiente», como Meloni, Bardella y Farage, que inteligentemente ya están guardando distancias con Trump por su alianza con Moscú, se ha entregado a la cohorte de gánsteres y lunáticos de la Casa Blanca, que solo ven en él a un 'tonto útil' español al que utilizar ahora y tirar después.