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"Y vino a la vanguardia de la gente de armas el marqués de Pescara [Fernando de Ávalos] y el señor [Hernando de] Alarcón animando a la gente, diciendo que se acordasen cuánto tiempo había que señoreábamos a Italia y que cada uno podría ser capitán, y que se acordasen de la honra de España, que aquel día esperaba en Dios que la ganaríamos para siempre y otras buenas razones".
El 24 de febrero de 1525, hace 500 años justos, el soldado Alonso Pita de Veiga escribió estas líneas después de que una incursión de sus compañeros de armas rompiese el asedio de Pavía y penetrara en el campamento del rey francés, Francisco I, su sitiador. El mismo Pita de Veiga junto a Juan de Urbieta y Diego Dávila identificaron en medio del combate al llamado Rey Caballero, que se rindió ante ellos y se convirtió en rehén del emperador Carlos V, Carlos I de España. Pavía había sobrevivido a tres meses y medio de asaltos y la batalla había terminado con una victoria colosal para los españoles y sus aliados italianos y alemanes. Francia, su enemiga en la lucha por el predominio en el mundo cristiano, había quedado descabezada. Italia, en adelante, sería terreno libre para los españoles.
En las palabras de Pita de Veiga, en el fervor patriótico entreverado con la ambición personal de los soldados a la que apelaban el señor Alarcón y el hispano-italiano Ávalos, están algunas de las claves de la batalla de Pavía según las explica Àlex Claramunt Soto, el editor del libro colectivo Pavía 1525. El gran triunfo de la infantería española (recién editado por Desperta Ferro). "Las tropas españolas estaban muy por delante de las francesas en su camino hacia la profesionalización. Estaban ya en el camino de convertirse en los Tercios. Los españoles no desertaban nunca como sí hacían los alemanes y los italianos. Y sus batallones llevaban 20 años combatiendo juntos, desde la guerra de Nápoles [1503]. Los soldados sentían que esa era su vida. No eran campesinos que quisieran volver a cosechar sus campos. Estaban personalmente comprometidos con el proyecto del emperador Carlos".
Pita de Veiga era gallego; De Urbieta, vizcaíno y Dávila, granadino. Hernando de Alarcón era extremeño y el marqués de Pescara era un napolitano de origen castellano pero vinculado por su familia a la vieja Corona de Aragón. Sólo cinco años después de la Guerra de los Comuneros, de la revuelta de las élites castellanas contra el rey que no hablaba su idioma, contra su corte de alemanes y contra el proyecto imperial, los cinco combatían en Pavía como patriotas y a la vez, como aventureros. Sentían que su éxito estaba ligado al del rey Carlos y al de una idea nueva en sus vidas llamada nación y usaban el nombre de España para darse valor en sus arremetidas.
Hay otra escena clave en la batalla de Pavía que rescata Àlex Claramunt Soto: «Durante el asedio de la ciudad, hubo un momento en el que las tropas francesas estuvieron en posición de ventaja. Su artillería pesada era superior a la de los defensores y podía batir la ciudad a placer. Pero, cuando esa ventaja sólo estaba a medias explotada, Francisco ordenó que los cañones se detuvieran porque quería que la batalla terminara con una carga de caballería que dirigiera él mismo al mando de sus aristócratas. Para Francisco I era inaceptable que la gloria de la victoria quedase para unos plebeyos tiznados». Aquella carga medieval fue un fracaso porque, en la distancia corta, los franceses perdían su ventaja. Francisco I dejó pasar su oportunidad y el Ejército Imperial llegó desde el sur a tiempo para socorrer a sus compañeros de Pavía.
¿Cómo habían llegado hasta esa orilla del río Ticino, 55 kilómetros al sur de Milán, aquellos dos ejércitos? Un resumen sencillo empieza cuatro años antes del asedio de Pavía, el 23 de octubre de 1520. Ese día, Carlos, el nieto de los Reyes Católicos fue elegido Emperador del Sacro Imperio Romano. El rey de Francia, Francisco I, impugnó la sucesión, que no era hereditaria sino colegiada, y declaró una larga guerra de guerras. Hubo campañas en Navarra, Francia, Países Bajos y, sobre todo, en Italia. "Italia era el escenario principal porque era un territorio muy rico y porque tenía un valor simbólico. En Italia se dirimía el liderazgo sobre el mundo cristiano", explica Claramunt. En 1525, la crisis de la reforma luterana y la amenaza de los turcos hacían prever que el nuevo emperador sería el césar que habría de construir el mundo moderno. "El mundo cristiano estaba lleno de amoniciones, de miedos casi milenaristas...", cuenta Claramunt Soto. Y para Francisco I Francia no era suficiente.
En 1524, después de rechazar con éxito dos ofensivas francesas en el norte de Italia, las tropas de Carlos atacaron el sur de Francia. Llegaron a Aix-en-Provence, pero fracasaron en su anhelo de tomar Marsella, la sede de la armada de Francisco. El contraataque francés fue veloz y puso al Ejército Imperial en retroceso. Los 30.000 soldados franceses movilizados tomaron Milán, la plaza fuerte de Carlos en el norte de Italia, y Francisco tuvo entonces que elegir entre dos opciones para administrar su éxito. La primera consistía en seguir hostigando al Ejército Imperial en su fuga hacia el sur. La segunda era tomar Pavía, una plaza fortificada en la que 6.300 soldados se refugiaron tras la caída de Milán, y confiar en que el gran ejército enemigo se disolviera solo en el desgaste de la derrota y la retirada.
"Francisco ordenó que los cañones se detuvieran y ordenó una carga de caballería. Era inaceptable que la gloria quedase para unos plebeyos tiznados"
"Es verdad que en Pavía había demasiados soldados como para dejarlos en la retaguardia. Así que el rey Francisco calculó que podía concentrarse en un asedio que tendría que haber sido breve", explica Claramunt. En Pavía esperaban a sus soldados un contingente de 1.000 soldados españoles, 5.000 lansquenetes alemanes (soldados de infantería) y 300 jinetes imperiales. Un riojano, Antonio de Leyva, dirigía la defensa.
La ciudad de Pavía no está entre montañas y nunca estuvo defendida por murallas excepcionales, aunque siempre tuvo el río Ticino a su espalda y en su favor. Los franceses nunca pudieron desviar su cauce en beneficio propio ni llevar su asedio a la otra orilla. Así que las tropas españolas, alemanas y locales resistieron noviembre, diciembre, enero y febrero.
Y sí, hubo dos momentos en los que los lansquenetes alemanes amagaron con abandonar la batalla, descontentos con las demoras en sus cobros, pero los jefes de la defensa utilizaron su riqueza personal para retenerlos un poco más. Lo justo. En enero llegaron los primeros refuerzos a los sitiados. Carlos había tenido tiempo de recomponer su Ejército y los franceses estaban pasando de ser depredadores a ser presas.
Pavía significó también el éxito de una manera nueva de hacer la guerra los franceses tenían mejor artillería, pero los españoles contaban con una infantería más motivada y mejor armada para el combate. Cuando el rey Francisco todavía fantaseaba con vencer a sus enemigos montado a caballo y con una lanza en el brazo, las tropas imperiales lo esperaban armados con arcabuces, una escopeta inventada en Italia y desarrollada en Alemania y en España, más ligera, más precisa y más letal que las armas de cadera que empleaban los franceses. Los arcabuces tenían gatillos; en cambio, las escopetas francesas se encendían con una mecha que había que prender. Los balazos de los arcabuces traspasaban las armaduras y su fabricación estaba industrializada y era relativamente barata, de modo que eran abundantes. Cuando los españoles entraban en contacto con sus enemigos, sus batallones lanzaban un fuego constante. Unos soldados cargaban y los otros disparaban en un ciclo aterrador.
Pavía 1525 explica el asedio y la liberación de la ciudad italiana en todos sus enfoques: en el contexto geopolítico y en el económico, en el tecnológico y en el cultural, en el francés, en el italiano y en el español.
España, sostiene Claramunt, todavía no era un estado más rico que sus rivales porque la plata americana sólo estaba empezando a llegar, pero su proyecto era expansivo y atractivo para sus súbditos. ¿E Italia? "Algunas élites de Italia tenían un concepto de sí mismas muy elevado. Es cierto, Italia había alcanzado un nivel civilizatorio alto y se había enriquecido mucho durante el siglo XV. Por eso, en su visión del mundo, Italia sufría la invasión de unos bárbaros que violentaban su mundo pacífico y refinado. La realidad no era del todo así", cuenta Claramunt Soto, que recuerda el conflicto entre güelfos y gibelinos que dividía a todas las ciudades de la península.
"En realidad, fueron las luchas de poder sin resolver entre los principados italianos las que llevaron a las potencias extranjeras a Italia. Los duques de Milán invitaron a los franceses a que los protegieran. El Reino de Nápoles hizo lo mismo con el Reino de Aragón. Y en todas partes había italianos españolizados e italianos afrancesados. En Pavía, por ejemplo, la población local se sentía muy identificada con el bando del emperador Carlos y ese fue un factor importante en la resistencia de la ciudad". Cuando hubo que buscar dinero para pagar a los defensores alemanes, las élites locales participaron en la colecta. En cambio, muchos de los príncipes italianos que apoyaron a Carlos en 1525 empezaron a conspirar contra él y a cortejar a Francia poco después. Su miedo era que el Imperio fuese demasiado poderoso.
No hay que idealizar la guerra: la profesionalización de la infantería española también incluyó un sentido de la brutalidad nunca antes visto. Los soldados hispanos fueron despiadados con sus enemigos. También las pinturas que conmemoraron la victoria de Pavía significaron un giro cultural hacia el terror. La representación de las batallas hasta Pavía se había basado en la pintura mitológica. Los soldados europeos del siglo XV pasaron a la historia como dioses griegos. Los de Pavía, en cambio, aparecieron como eran. Las escenas de guerra fueron retratadas con verismo como una herramienta de propaganda, como una manera de intimidar a futuros rivales.
Una parte del legado de la victoria de Pavía fueron los tapices facturados en Bruselas que narraron la batalla y que hoy se pueden ver en Museo Nazionale di Capodimonte de Nápoles. El otro gran souvenir fue la espada de Francisco I, que quedó en España hasta 1808, cuando las tropas napoleónicas llegaron a Madrid.
Pavía 1525: El gran triunfo de la infantería española
Desperta Ferro Ediciones. 504 páginas. 27,95 euros. Puede comprarlo aquí