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Hace años, en la época de Filomena, oí hablar por primera vez de María Manuela Kirkpatrick de Grevignée, Condesa de Teba (1794-1879), madre de Paca de Alba y de Eugenia Emperatriz. Me intrigó inmediatamente la vida de esta malagueña internacional, que había estudiado en Inglaterra y Francia, que había educado muy bien a sus hijas, y que fue la mejor anfitriona del Madrid de su época, tanto en su palacete en la Plaza del Ángel como en la Quinta que poseía en Carabanchel, donde montó su famoso teatro.
Vi el retrato de María Manuela de Federico de Madrazo que está en Dueñas. Escuché Eugenia de Montijo, de Concha Piquer que empieza "Doña María Manuela tiene dos hijas, una se llama Eugenia y la otra Francisca....". Leí el trozo de la carta del escritor francés Prosper Merimée a María Manuela donde cuenta que está escribiendo una historia que ella le había contado, una obra que se llamaría Carmen, luego convertida en la ópera más famosa del mundo. María Manuela era conocida por la gracia que tenía al contar, y Merimée reconoció la deuda artística que tenía con ella. También busqué la letra de la balada que Ventura de la Vega había compuesto para La Condesa de Montijo en sus días que alude a lo dificil que era tener a una hija en España y a la otra en Francia.
Visité la magnífica biblioteca de la Fundación Casa de Alba y empecé a mirar los libros relevantes al tema. Descubrí que las cartas que María Manuela escribió a Merimée a lo largo de una intensa amistad de más de treinta años se quemaron en 1871 en la casa del escritor, y que otras se perdieron en un incendio en el Palacio de Liria durante la Guerra Civil en 1936. Pero quedaban las colecciones de correspondencia publicadas en París por el XVII Duque de Alba, Jacobo Fitz James Stuart y Falcó. En dos volúmenes, había casi mil páginas de cartas de Prosper Merimée a María Manuela. En otros dos volúmenes estaban las cartas familiares de la Emperatriz Eugenia, que empezaban en su infancia y llegaban hasta sus últimos días.
En cuanto más leía, más me parecía que la madre fue el motor que inspiró y lanzó a sus hijas, ambas nacidas en Granada, a la estratosfera social del siglo XIX. Más que madre, más que musa, fue una gran potencia de su siglo, tanto en España como en Francia. Tenía un talento inmenso para la vida, respaldado por una enorme cultura linguistica, literaria, musical, teatral, e intelectual. En su casa de París era habitual que Merimée y Stendhal pasaran las tardes con ella y sus hijas, y así aprendieron las niñas la historia de Francia, y el mejor francés imaginable.
María Manuela nació en Málaga, de madre belga-española y padre escocés, y pasó la infancia en un entorno internacional. Su padre,
William Kirkpatrick, llego a Málaga en 1782. Se casó con Fanny de Grevignée, cuyo padre tenía una empresa de vinos, y en cuanto pudo él y otros Kirkpatrick se hicieron con los consulados de la costa del sur de España. William fue nombrado Cónsul de los EEUU en Málaga algo que nos dice mucho de su talento y arranque, pues ni siquiera era norteamericano. La familia Kirkpatrick se movía perfectamente en el mundo de los negocios y la política internacional, y valoraba los matrimonios ventajosos. En París, María Manuela se enamoró de Cipriano Palafox y Portocarrero, que venía de una familia interesantísima. Su madre fue María Francisca de Sales Portocarrero de Guzmán y Zúñiga (1754-1808), otra mujer adelantadísima a su tiempo, como también lo fueron sus hermanas.
Muchos escritores plasmaron a María Manuela en sus cartas o recuerdos, entre ellos Washinton Irving. George Ticknor, hispanista de la universidad de Harvard escribió: "No me cabe duda de que es la mujer más culta y más interesante de toda España. Es joven, guapa, y ha sido educada estricta y fielmente por su madre ... que la ha llevado a Londres y a París donde ha estudiado... Posee talentos extraordinarios, y a todo lo que dice y hace le da un aire de originalidad, reúne la gracia y desenvoltura andaluza con la facilidad francesa en los modales, y un rigor inglés en cuanto a sus conocimientos y logros. Habla perfectamente las cinco lenguas modernas, y entiende tanto el carácter como la literatura de cada una. Luego domina, como las extranjeras, el cante, los instrumentos musicales, la pintura, y más. Y conoce perfectamente los bailes nacionales de España. Su conversación es brillante y única, y a pesar de todo esto es una española auténtica, y encierra tanto las emociones espa ñolas como su talento y cultura."
Según las memorias de la socialite Frances Calderón de la Barca, tenía "la condesa de Montijo, sin disputa, un don de gentes y un talento para el trato social superior a cuanto en mi vida he visto.....Parece dotada la condesa de Montijo del don de omnipresencia en sus salones...".
La vida de María Manuela también estuvo sembrada de tragedias, de violentas convulsiones políticas, y de las envidias que perseguían sus éxitos. Perdió a su madre de forma inesperada y precoz, se quedó viuda cuando las niñas eran todavía muy jóvenes, y perdió a Paca cuando esta solo tenía 35 años. Tampoco fue fácil ser suegra del Emperador III, ni tener a Eugenia en la lejana Inglaterra tras la caída del Imperio.
María Manuela falleció en Carabanchel en 1879 y está enterrada en el Cementerio de San Lorenzo y San José junto a su marido. Donde estaba su palacete de la Plaza del Angel, está ahora el hotel Reina Victoria. De la Quinta de Carabanchel, su queridísima casa, teatro, y vastos jardines, solo queda un pequeño parque y un estanque, llamados "Eugenia de Montijo".
Con Os escribo a todos, he querido recuperar a una de las personas más interesantes del siglo XIX, y recrear a una madre que dio todo por sus hijas. Casi toda la novela está contada en la voz de la protagonista, que decide escribir unas largas cartas a sus descendientes contando su vida, y ajustando alguna cuenta. Los temas son las relaciones entre madres e hijas, entre hermanas, los recuerdos, y la indeseada soledad que conlleva la vejez. La ficción está mezclada con las valiosas cartas reales, documentos de archivo, y fuentes bibliográficas. También hay una joven investigadora de nuestra época que encuentra el manuscrito con las cartas y ata los cabos entre la historia real y la novela. En una de las cartas que escribe la María Manuela novelada, dice a su familia "Quisiera pensar que en la posteridad os veré a todos y que estas palabras os ayuden a quererme en el futuro. He sabido quitarme de en medio cuando ha hecho falta, pero no quiero el olvido, ni recuerdos falsos de mi."
Milller, Middleton... Otras contemporáneas que supieron casar a sus niñas
Escribe Colette en Gigi, la novela (luego una fantástico musical con Leslie Caron y Maurice Chevalier), sobre la educación que recibe una jovencita para pescar amante que "en este estrecho planeta, sólo podemos elegir entre dos mundos desconocidos. ¡Uno de ellos nos tienta -¡ah! qué sueño, vivir en él!- el otro nos ahoga al primer aliento". Y en el primer mundo está la comodidad, la riqueza, el triunfo social.
Es mucho más difícil -es decir, hay mucha más competencia- casarse con el príncipe de Gales que llegar a CEO de cualquier banco. Ese camino parece que era el que seguía Kate -hoy princesa Catherine- Middleton cuando su madre la inscribió en la universidad de Edimburgo en donde recabaría el príncipe Guillermo, destinado un día a reinar en Inglaterra. También su hermana Pippa supo abrirse camino con ese cuerpo escultural cincelado en maratones y caminatas. Ella no ha pescado un príncipe, sino un rico gestor de fondos de cobertura, James Matthews. Ninguna de las dos hermanas ha protagonizado escándalo alguno y de hecho Kate ha hecho gala de una gran entereza el año pasado cuando tuvo que retirarse de la vida pública por un cáncer con los consiguientes rumores desagradables.
Pero, sin duda, la gran madre casadera de este siglo es María Clara Pesantes, la mujer de Robert Miller, el adinerado rey de los Duty Free. Marie Chantal, ya lo saben, se casó con Pablo de Grecia, el guapo primo del Rey Felipe. Sus dos hermanas, Pía y Alexandra, no le van a la zaga en lo que a matrimonios provechosos se refiere. En 1992 Pía, la mayor, se casó en Bali con Christopher Ronald Getty, heredero de la saga petrolera. Alexandra, la tercera, hizo lo propio con el príncipe Alexander von Fürstenberg, hijo y heredero de Diane y Egon von Fürstenberg.
En nuestro país, este éxito solo tiene parangón en los matrimonios de las hermanas Mar y Begoña García Vaquero con Felipe González y Pedro Trapote respectivamente.