En marzo de 2021, la revista The New York Review of Books publicó un extenso reportaje titulado Un día en la vida de Abed Salama de Nathan Thrall. El texto, firmado por este periodista y analista californiano de origen judío, residente entonces en Jerusalén desde hacía una década, desgranaba el estado del conflicto israelí-palestino a partir del fatal accidente en 2012 de un autobús escolar que llevaba niños palestinos por la carretera de Yaba, controlada por las autoridades israelíes. Esta vía de circunvalación evita Ramala, originalmente creada para los colonos a fin de "darles una sensación de seguridad y crear la ilusión de una presencia judía continua desde Jerusalén hasta los asentamientos".
Con la construcción de vías alternativas, la anterior se dejó para el uso mayoritario de los palestinos, pero, con el abandono de las infraestructuras y los embotellamientos causados por los controles, explicó Thrall, acabó por ser un "incentivo" más -junto con las políticas de vivienda y de discriminación en materia de educación- para que los palestinos abandonen la región. Se la pasó a conocer como la carretera de la muerte por el elevado número de accidentes que se producían. Aquel funesto día, un tráiler de treinta toneladas conducido por un israelí inexperto en una mañana inusualmente lluviosa, embistió el autobús. Aunque la ley internacional prohíbe que un poder de ocupación explote los recursos del territorio ocupado, el conductor regresaba para cargar a una cantera cercana.
La "neropolítica israelí"
El Abed Salama del título no era uno de los profesores atrapados en el autobús en llamas, ni uno de los alumnos calcinados, sino el padre de uno de ellos. El accidente, aparentemente imprevisible, fue una tragedia que situó a un grupo de escolares en el lugar y el momento equivocados. ¿O no? La asistencia israelí —bomberos, ambulancias, ejército, policía—, a pesar de estar a escasos minutos de distancia, no apareció hasta que el autobús ya era un amasijo de hierros ennegrecidos y los heridos ya habían sido evacuados en coches de particulares. ¿Y la asistencia palestina? No está autorizada a circular por la zona C sin permiso israelí.
Un día en la vida de Abed Salama
Traducción de Antonio Ungar. Anagrama. 312 páginas. 21,90 ¤ Ebook: 13,99 ¤
Puedes comprarlo aquí.
La tesis de Nathan Thrall era que aquellas muertes civiles evitables fueron consecuencia de la necropolítica israelí, y lo desarrolló con un análisis exhaustivo en el que destaca la fragmentación forzada de la población palestina, restringiendo sus libertades individuales físicamente mediante "el establecimiento de asentamientos israelíes y sus carreteras circundantes, parques nacionales, sitios arqueológicos y zonas militares cerradas, lo que dejó a las comunidades palestinas aisladas unas de otras y rodeadas de cercas, muros, puntos de control, puertas cerradas, bloqueos de carreteras, trincheras y carreteras de circunvalación".
Aquel ensayo fue muy comentado porque ilustraba cómo la violencia se ejercía a escala cotidiana, empezando por el control de movimiento, algo no tan evidente como son las bombas, las tanquetas y los disparos de francotiradores. En el cortometraje de animación que acompañaba el artículo, se veía a Abed Salama perdido dentro de un laberinto como sacado de la imaginación de M. C. Escher, mientras intenta encontrar a su hijo de cinco años (¿muerto? ¿herido?) en mitad del caos (¿se lo habían llevado a un hospital de Ramala o de Jerusalén, al cual no tendría acceso por su tarjeta de identificación verde, expedida por Israel desde que en la adolescencia pasara seis meses en la cárcel?).
Nadie rindió cuentas
Un par de años y cientos de horas de entrevistas después, aquel artículo apareció en formato libro, expandido, con el mismo título y arranque garciamarquiano: "La noche anterior al accidente, Milad Salama no podía contener la emoción por la excursión de su clase. 'Baba', dijo, tirando del brazo de Abed, su padre, 'quiero comprar la comida del picnic de mañana'". Cosa que hicieron por las calles sin aceras, bajo un "enredo de cuerdas, cables y líneas que colgaban sobre sus cabezas", dos figuras minúsculas en comparación con los edificios que sobresalían por encima de la "barrera de separación".
Si en el artículo se enfatizaba el análisis político y social de esta tierra, cubierta por las ruinas de "planes de paz fallidos, cumbres internacionales, negociaciones secretas, resoluciones de la ONU y programas de construcción del Estado" (como describe en su anterior ensayo, The Only Language They Understand, 2017), las 250 páginas de este libro buscan algo más visceral e íntimo a través de las vidas de los protagonistas y de otros personajes circunstanciales del accidente. Por ejemplo, la doctora de la UNRWA, la primera sanitaria en llegar después de quedarse atorada en el atasco debido al accidente y que corre a auxiliar a las víctimas.
Cada uno de estos personajes reales es un hilo del cual el autor, como narrador equisciente, estira para contar una historia más amplia que se extiende más allá del "día" al que hace referencia el título, y en que el accidente propiamente dicho no se relata hasta la mitad del libro. Casi el primer centenar de páginas se detienen en la biografía de Abed Salama y sus ascendientes, una importante familia local cuyas posesiones el gobierno israelí fue troceando. Porque la muerte de su hijo es el resultado de una concatenación de muchas circunstancias, no sólo de la opresión, sino también del patriarcado palestino y de las reglas impuestas por los padres sobre los vástagos en la concertación de matrimonios. En cualquier caso, nadie rindió cuentas por ninguna de las negligencias.
Un odio creciente
El libro, premiado con el Pulitzer en la categoría de no ficción, se sustenta en el poder de la pura narración. Sin embellecer. Sin deformar. Sin efectos. La fuerza de la escucha a las víctimas y el de la palabra escrita para acercar a los lectores la complejidad del dolor, la injusticia y la violencia que corre por debajo de la superficie. "A pesar de que parece poco probable que la segregación termine en lo que me queda de vida, escribí el libro con la esperanza de que pueda desmantelarse durante la suya [la de sus tres hijas]", escribe Thrall en los agradecimientos. Y no es un comentario final pesimista porque sí: el epílogo recupera las entrevistas de un reportero de Canal 10 a adolescentes israelíes que en redes sociales se alegran del accidente.
Si se tiende a poner la esperanza en la resolución de un conflicto en las jóvenes generaciones, ¿qué hacer cuando en ellas también está plantada la semilla del odio? Lo que impactó a este reportero es que lo hacían sin tapujos y a cara descubierta. Eran demasiado jóvenes para recordar la violencia de la Segunda Intifada y, sin embargo, sentían "más odio que sus antepasados".